Queridos amigos:

Este, seguramente, será para muchos de vosotros un Observatorio marcado por la decepción y el desánimo. El resultado de las recientes Elecciones parece haber aniquilado la ilusión de ver, a corto plazo, la recuperación de un sinfín de valores que se sostienen la salud de la Nación y en los que se funda la esperanza de que las nuevas generaciones -nuestros hijos, ahí es nada- puedan sentirse orgullosos de ser españoles. De una vez y sin complejos.

Pero no ha sido así. Y todo parece indicar que no lo ha sido porque el enemigo más enconado al que secularmente se enfrenta la Nación española (a saber, la mentira separatista aliada con el encogimiento de hombros y la consiguiente, impune y mayoritaria desvergüenza de la clase política) se ha dado cuenta de que votar al PSOE era incluso más útil a sus fines antiespañoles que hacerlo a los tradicionales partidos nacionalistas. Temían estos últimos un fortalecimiento del voto nacional, y acertaron. Temían una reacción popular en masa ante las imperdonables cesiones de Zapatero, y acertaron. Temían la consolidación de un patriotismo constitucional, sano y sin complejos, y dieron en la diana. Así se explica que la victoria del Partido Socialista haya dependido, en una caótica amalgama ideológica, menos del voto nacional (Guerra, Bono, Ibarra) que del de sectores antiespañoles muy heterogéneos (ultraizquierdistas de IU, secesionistas de Esquerra y el PNV, etc.). Y lo han conseguido, sí, logrando que la cohesión de un partido como el PP -nunca en su historia tan bragado, tan seguro de su fuerza y conocedor de sus múltiples enemigos- reflejada en su crecimiento en votos no haya servido, al final, para nada.

¿O sí ha servido? Esta es hoy la pregunta de fondo sobre la que la Fundación DENAES quiere que gire este primer observatorio de la nueva y zapateril legislatura, para muchos -quizá no les falte razón- cargada de negros augurios en relación con todo aquello que afecta la inviolable unidad de España, la libertad y la igualdad de derechos y obligaciones entre todos sus habitantes.

Es decir: ¿debemos extraer únicamente conclusiones negativas de la reciente victoria socialista? ¿Por qué ese evidente fortalecimiento numérico y -digamos- espiritual del PP no puede servir, al fin y al cabo, de acicate o incluso de modelo a un PSOE demasiado heterogéneo, el cual podría corregirse y volver a ser, como antaño, un gran partido nacional?

La otra vía, la de seguir troceando España; la de seguir protegiendo a asesinos en serie o amparando por omisión referendos aberrantes e inconstitucionales, ya la eligió Zapatero hace tiempo y ya sabe él mismo adónde lleva. ¿Y no son los dos últimos atentados sino dos jalones para recordar al Presidente que no debe salirse de la ruta marcada? ¿No expresan el temor etarra, y por extensión separatista, a un retorno del PSOE a la legalidad constitucional favorecido por un bipartidismo nunca tan fuerte en la España democrática?

Quizá nos hallemos, en este sentido, en un trascendental y trágico punto de inflexión para el PSOE, que por primera vez debe decidir -quiéralo o no- entre salvarse o condenarse; entre un gran pacto de Estado con el otro gran partido nacional, que nos devuelva de una vez a la legalidad constitucional, o arrastrar a todos los españoles a un infierno de probable color federalista.

Desde la Fundación para la Defensa de la Nación Española queremos apostar hoy por lo primero; dibujando, sin embargo, un negro horizonte alternativo que al menos esta tarde pueda generar, más que miedo, consolador debate…