bandera-espanola-ardiendo.pngPrimero, llamar la atención acerca del hecho de que en España tenga que existir una fundación dedicada a la defensa de la nación española, cuestión por demás llamativa, porque podría suponerse que la nación tiene que defenderse en tierras extrañas y no en la nación misma. Esa es la tragedia de España: que los mismos españoles, henchidos de europeísmo, no terminen de entender la importancia de su nación política y todavía, a más de dos siglos de Cádiz, ésta tenga que ser defendida no solo de los intereses extranjeros, sino de los españoles mismos; es decir, quienes tendrían que ser los más interesados en su defensa. Pero, he ahí que la cosa es mucho más complicada, porque todavía a estas alturas no sólo hay quien ataca a España, sino que además se cuestiona su existencia. Luego, ¿por qué quiere destruirse algo que ni siquiera existe?

En México, el nacionalismo fraccionario, el independentismo, es un fenómeno visto por el prisma de los mitos de la izquierda y de la derecha. Y así, como se piensa que el independentista lucha por su libertad y es una víctima del nacionalismo español no incluyente y antimulticultural, se supone que hay que identificar a los independentistas con la izquierda, que es una y sin fisuras. Por eso podemos ser testigos de la paradoja de ver a escritores y políticos de partidos que se autonombran de izquierda defender un movimiento que reivindica privilegios, particularismos y, en casos como el del actual presidente de Cataluña, ideas racistas. Falta explicar por qué una nación que se las arregla para ser autoritaria a pesar de que, como vimos, ni siquiera existe, permite en el seno de su parlamento que los partidos separatistas decidan desde una moción de censura hasta la confección de leyes que afectan a todos los españoles, sean independentistas o no. Uno de los casos más flagrantes de corrupción ideológica que se haya visto ya no en España, sino en el mundo: partidos que desean independizarse de España que forman parte del parlamento español y desde donde trabajan día a día por la destrucción de la España cuya existencia niegan. Con presupuesto público.

Escribo esto mientras leo y releo a Galdós, Pardo Bazán y Clarín, para preparar unas clases, gracias a que compartimos con España y los países de Iberoamérica una misma lengua, el español, acaso nuestro recurso más valioso. Una lengua que a lo largo de los siglos los hablantes hemos construido y que se habla tanto en Los Ángeles como en Oaxaca, en San Luis Potosí y Uruguay, en las tierras chilenas de Concepción, así como en el Instituto Cervantes de Belgrado o en el de Beijing. Pero mientras eso ocurre, mientras alrededor del orbe la lengua de Cervantes construye vínculos y hermana naciones, en España se le discrimina: en Cataluña se le trata como la lengua del colonizador y el invasor. Ah, porque han de saber que España invadió Cataluña, al menos en la versión de los independentistas que compran, de forma acrítica, muchos mexicanos.

Las naciones, desde luego, no son eternas. México mismo ha sufrido cambios dramáticos en su territorio. Y la propaganda no se detiene con apelaciones a la buena voluntad. La propaganda se destruye con argumentos, no con dejadez. Sin embargo, a veces la propaganda deviene mito y entonces es casi indestructible. Como si el español tuviera que pedir permiso para existir en Cataluña, España. Para varias generaciones de españoles ya es así.

Manuel Llanes