Si Libia, tras la caída de Muamar el Gadafi, es el mejor ejemplo actual de lo que es un Estado fallido entonces hay que decir que España aún está muy lejos de alcanzar tal nivel de podredumbre y desamparo. Pero como pasa con todo, con algo se empieza (y hay que recordar que Libia era el país más próspero de toda África). Y no se puede decir que no apuntamos maneras, tal y como nos va.

    Ahora bien, si por «Estado fallido» se entiende a un Estado soberano que ha fallado en la garantía de servicios básicos, hay que decir que en determinados aspectos con la crisis sanitaria España se ha comportado como tal (al llevarse a cabo frente al Covid una de las peores gestiones en todo el mundo). También la crisis nacional y la debilidad para interactuar en la dialéctica de Estados (nuestra pérdida de soberanía tanto dentro como fuera) cuestionan la eutaxia del Estado español.

    Y si un Estado fallido se caracteriza por tener un gobierno ineficaz entonces indudablemente vivimos bajo un Estado al menos semejante o en vías de serlo si los problemas se prolongan y nos llevan a la distaxia (donde España se confirmaría como Estado fallido). Aunque, eso sí, todo gobierno está dentro de un régimen; y éste, a su vez,  dentro de un Estado (y asimismo éste persevera como puede en la Realpolitik de la dialéctica de Estados). Y hablamos del Régimen del 78, el de las «autonosuyas», el mismo que ha dinamitado la potencia y la potencialidad de nuestro Estado nacional (antes del mismo éramos la décima potencia mundial). En estas cuatro décadas largas de régimen partitocrático autonomista filoseparatista (o tolerante con ciertos «partidos») se ha hecho del Estado algo más próximo a lo fallido que a lo exitoso. Nuestro bienestar se debe más a la herencia histórica de la nación española y a la alta tecnología que al hacer diario y a la larga de nuestros políticos. Tenemos mejores medios pero peores ejecutores en el poder político. España todavía no es un territorio para «señores de la guerra», grupos paramilitares o campo de continuos ataques terroristas. Pero los tiros en la nuca y los coches bombas de ETA han dado paso, en tanto condición de posibilidad, al auge del separatismo por vía cretina-parlamentaria.

    Ya lo decía Gustavo Bueno: el principal problema de España es la estupidez; es decir, el fundamentalismo democrático, el pensamiento Alicia, la Memoria Histórica, la Alianza de las Civilizaciones, el globaslismo aureolar, el izquierdismo indefinido, la ideología de género, el cambio climático y por supuesto el separatismo al que no le faltan buenas dosis de racismo e hispanofobia. Todo esto, de modo largoplacista, ha hecho que no hiciesen falta señores de la guerra o que continuase el terrorismo procedimental de la banda terrorista ETA para deteriorar un Estado como el español. La prueba de que España no es un Estado exitoso (al menos en el balance de este régimen de taifas y de botarates dialogantes) son los últimos gobiernos que ha padecido la nación, y ni que decir tiene que el de Sánchez-Turrión se lleva la palma. Y para más inri en medio de una pandemia en la que los errores estructurales del Régimen del 78 han hecho estragos. Pero los errores del gobierno sociatapodemita (su falta de prevención y negligencia, y otros dirán que por su alta traición) han hecho que los errores estructurales aún se acentúen más, y se hayan mostrado las miserias del autonomismo con sus insalubres e irracionales 17 sistemitas de salud. Con razón decía el doctor Sánchez que con Podemos en el gobierno el 95% de los españoles no podrían dormir, «incluidos votantes de Unidas Podemos». Pero él sí, e incluso lo haría hasta en una serrería.   

   Sea un Estado fallido o no, ya que estará por ver si España finalmente se balcaniza o es ocupada por otras potencias (que no dudarían en dominar a esas naciones fraccionarias que saliesen de la nación política española), sí es seguro que  nos trata de dirigir un gobierno fallido, porque -por usar las palabras de Sánchez contra Turrión el 24 de junio de 2016, dos días antes de las elecciones generales, es decir, cuando era el candidato Pedro Sánchez y no el presidente del Gobierno, que diría Carmen Calvo- trata de controlar para su beneficio en detrimento de la ciudadanía a jueces, fiscales, espías, policías, Radio Televisión Española y las televisiones «concertadas»; y por si fuera poco pretende otorgar el derecho de autodeterminación a Cataluña, Galicia y el País Vasco, y a cualquier región que se apunte a un «bombardeo». Recuperar los convenios colectivos, la universalidad de la sanidad pública (por ejemplo acabar con las pirañas de los sistemitas autonómicos), reconocer las becas como un derecho y defender a los autónomos está muy bien, son asuntos fundamentales, pero más que nada para hacer demagogia y de cara a la galería para la propaganda como escaparate para las urnas y así poder engordar los chiringuitos a base de subvenciones. Los «defensores» de la salud pública, los que todos los días se llenan la boca, son los que más daño han hecho a la misma, al menos desde hace más de «ochenta años» (por no decir «ochocientos»).

    Y si efectivamente, porque es rigurosamente cierto, nos ha tocado el peor gobierno, que por sí mismo ya sería un gobierno fallido, en el peor momento es porque quizá tengamos una oposición y unos gobiernos autonómicos que ya podrían haber hecho un poco más para enmendarle la plana a los inútiles del Ejecutivo que de seguir así no les queda ni la más mínima duda de que harán de España un Estado fallido.

    Daniel López. Doctor en Filosofía.