Texto para el Observatorio de la Nación del 28 de abril de 2016


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Fin de la función. Ayer el Palacio de La Zarzuela fue el escenario por el cual desfilaron una serie de políticos españoles que bien pudieran integrarse en una compañía teatral, una vez demostradas sus poderosas dotes dramáticas. Se celebraba una nueva ronda de estériles consultas, dado que ningún candidato a la presidencia del Gobierno de España pudo comparecer ante Felipe VI con los apoyos necesarios para ocupar tan distinguido cargo. Tales circunstancias permitieron que los principales líderes políticos pudieran comparecer tras las sucesivas reuniones ante esas cámaras cómplices de su celebridad con un único fin: proseguir con su campaña propagandística, la misma que ahora tiene una fecha señalada: el 26 de junio en el que se celebrarán nuevas elecciones.

La mañana, no obstante, tuvo un momento entre dramático y cómico, cuando el partido valenciano Compromis puso sobre la mesa un programa de acuerdo de treinta puntos, acompañado de la habitual guarnición ideológica: la apelación al diálogo sin límites, la búsqueda de un acuerdo del cual, inevitablemente, habrían de quedar excluidos tanto el PP, ganador de las elecciones, como sus más de siete millones de votantes. A tales extremos ha llegado el sectarismo de las autodefinidas fuerzas del cambio, o de izquierdas, que pretender aislar, de forma maniquea, a tan amplio sector de la Nación.

La propuesta, puesta sobre la mesa apenas unas horas antes de que se cumplieran los últimos plazos, tenía mucho de chantaje y no poco, dados los resultados, de mofa. Para mayor confusión, el PSOE se mostró sumiso. Se apresuró a estudiar los treinta puntos del compromiso, oponiendo leves objeciones durante una mañana que fue transcurriendo a espaldas de esa voluntad popular que tan vanidosos personajes dicen poder conocer e interpretar.

El acuerdo, no obstante, era ya imposible, pues las huestes del caudillo de Podemos llevaban tiempo negociando la incorporación de Izquierda Unida a un proyecto en el cual pretenden disolver a una fuerza que ya se encargó de disolver los restos del PCE a base de inyectar ideologías extravagantes y, por lo que a nuestros intereses respecta, disolventes de la Nación.

El espectáculo, no obstante, debía continuar, y por ello, un Rivera que había quedado totalmente en fuera de juego, compareció ante los medios sin saber muy bien cuál era ya su papel. Su acercamiento al PSOE ha venido acompañado de una flagrante omisión. Hasta donde hemos conocido el contenido de sus acuerdos con el partido de Sánchez, no tenemos noticia en DENAES de un asunto esencial por el cual llevamos muchos años trabajando: la garantía de que en el territorio nacional el español podrá usarse y enseñarse al menos en las mismas condiciones que las lenguas regionales. Tal parece que, ante la proximidad de la poltrona, el partido que con tanta firmeza ha mantenido esta exigencia en la tierra catalana donde surgió, se ha desdibujado en asunto tan principal.

Si este fue el confuso papel de Rivera, el turno pasó al más histriónico de nuestros políticos profesionales: Pablo Iglesias Turrión, líder de Podemos y sus confluencias, partido que esa misma mañana mostró su inequívoco apoyo al etarra Otegui en una Europa a la que los podemitas, con el silencio cómplice del PSOE, han llevado con el objetivo de blanquear a este sujeto hispanófobo, mientras despreciaban a las víctimas de la barbarie etarra y, por ende, a todos los españoles. Iglesias, en su engolado tono habitual, lamentó, entre lágrimas de cocodrilo, ese «no pudo ser» que tantas veces ha esgrimido mientras acaricia la idea del sorpasso. Iglesias, cabecilla de una facción que no cabe denominarse partido, es un depurado producto de la ideología que domina el actual periodo político e ideológico de España. A tal ambiente debe su éxito, y por ello, es lógico que acoja en su mesiánico seno toda idea disolvente de la nación. Que exija la celebración de consultas secesionistas totalmente coherentes con su intoxicación negrolegendaria. Puesto al servicio de las fuerzas reaccionarias, Iglesias ha jugado con el personaje que ayer hubo de representar el más ingrato de los papeles: Pedro Sánchez.

En efecto, fue Pedro Sánchez quien jugó el más patético papel ante las cámaras. Con gesto serio, casi consternado, el político socialista sacó, no obstante, fuerzas de flaqueza y no dudó en acusar a Iglesias de ser objetivamente el causante de mantener la que a su juicio es la peor de las situaciones posibles: la permanencia de Rajoy en La Moncloa. Ni siquiera en la derrota de su personalísima ambición, Sánchez pudo dejar a un lado la característica que mejor le define: un sectarismo sin límites, digno de su predecesor Zapatero, que incluso le llevó a distanciarse de Rajoy ¡por motivos generacionales!

La comparecencia final, breve, de Rajoy, abundó en lo que ha mantenido el gallego desde la celebración de las elecciones de diciembre: la oferta de una gran coalición y la evidencia de que el PSOE de Sánchez ha estado caracterizado por el no, por la negativa de explorar cualquier posibilidad de acuerdo.

El momento de bajar el telón había llegado. Al caer la tarde, Felipe VI informó a Francisco Javier López de la imposibilidad de formar Gobierno. Todo parece indicar que, salvo sorpresa mayúscula de última hora, los comicios quedarán convocados el lunes de la semana, y que los españoles deberán volver a las urnas el 26 de junio.

En tales circunstancias, desde DENAES entendemos que los españoles deben analizar con sosiego todo lo ocurrido en estos cuatro meses de reuniones discretas, de pactos oscuros. Apelamos, por lo tanto, a la responsabilidad que debe exigirse al ciudadano para que a la hora de decidir el sentido de su voto se tengan en cuenta no sólo las ambiciones personales, sino, sobre todo, las líneas programáticas que van quedando cada vez más claras. Huelga decir que nuestra Fundación se reitera en sus objetivos: el fortalecimiento de nuestra amenazada Nación.

Fundación para la defensa de la Nación española