Más de un millón de personas desafiaron a la lluvia y el frío en la tercera gran manifestación de apoyo a las víctimas en poco más de un año


La gran manifestación de las víctimas desborda a Zapatero

Un diluvio de voces en contra de la negociación con ETA

Más de un millón de personas desafiaron a la lluvia y el frío en la tercera gran manifestación de apoyo a las víctimas en poco más de un año

D. Mazón / E. Fuentes

Madrid- La capital de España fue, por tercera vez, un clamor contra la política antiterrorista del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, pese a que la lluvia y el frío hacían presagiar los peores augurios a los organizadores. La manifestación convocada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) fue finalmente un éxito, pero una vez más desató una absurda guerra de cifras entre la Delegación del Gobierno, que «contó» 110.989 personas, la Comunidad de Madrid, que cifró en 1.400.000 el número de personas que cubrieron gran parte de la madrileña calle de Serrano, y los organizadores, que subieron hasta 1.750.000. Sea como fuere, la sociedad española fue de nuevo un clamor, un grito unánime para pedirle al Gobierno que «lo único que esté dispuesto a escuchar de ETA sea el nombre y apellidos de los terroristas responsables de atentados como el de Vallecas, Aluche, Leiza, Sangüesa», como diría al término de la marcha el presidente de la AVT, Francisco José Alcaraz.
La manifestación, que arrancó en la plaza de la República Argentina, concluyó en la de Colón con un minuto de silencio, la entonación del himno de la Asociación de Víctimas y la lectura del manifiesto por parte de Alcaraz. El inicio de la marcha, previsto para las cinco y media de la tarde, se retrasó ligeramente, pero prueba de la masiva afluencia de gente que asistió es que la cola de la misma tardó más de una hora en comenzar a avanzar. Desde las calles adyacentes, principalmente de la Castellana y de las vías que accedían a la plaza de la República Argentina, como Joaquín Costa, cientos de grupos de toda índole y procedencia se aglomeraban en el tramo inicial, aunque otras muchas, llegando desde más abajo se «adelantaban» a la cabecera. Por allí se dispersaban también vendedores con sus puestos, prestos a vender unas cuantas banderas de España al módico precio de 10 euros la grandes, cinco las pequeñas, antes, seguramente, de echar a correr hacia el estadio Vicente Calderón, donde jugaba el Atlético de Madrid.
Tres cuartos de hora antes del inicio oficial de la marcha, la zona ya estaba tomada por cientos de voluntarios con chalecos fluorescentes que se esforzaban en tratar de mantener un cierto orden alrededor de las zonas más «interesantes», las pancartas. Familias enteras, matrimonios de ancianos, grupos de jóvenes amigos, e incluso algún «guiri» curioso, cámara en ristre, se apiñaban en torno a las zonas álgidas de la marcha.
La pancarta de las víctimas, la primera, se fue nutriendo de personas afectadas por el terrorismo, que a medida que se acercaban eran aclamadas por los manifestantes. Más atrás, la de los concejales y amenazados del País Vasco, arropados por la cúpula del Partido Popular en pleno. Entre las más aclamadas, la concejal socialista de Guecho, Gotzone Mora, a la que repetían una y otra vez «¡valiente, valiente!», y la presidenta del PP en Guipúzcoa, María San Gil, a la que una gran «admiradora» le espetó un «¡viva tu madre!» que fue seguido de risas por parte de los compañeros de partido de San Gil.
Pero si hubo alguien que se dio un auténtico baño de masas fue el presidente del PP, Mariano Rajoy, que estuvo acompañado por Eduardo Zaplana, Ángel Acebes, Esperanza Aguirre, bien pertrechada bajo un considerable sombrero, Rita Barberá, previsora con su chubasquero, Jaime Mayor Oreja, Alberto Ruiz- Gallardón, y Carlos Iturgáiz, entre otros.
Pero en cuanto a la figura del líder del PP se acercó a la pancarta, el público se olvidó del resto y le aclamó al grito de «¡presidente, presidente!», grito que se repetiría a lo largo de todo el trecho que separa una plaza de otra, alternándose con otros como «es urgente, Mariano presidente» mientras el popular repartía saludos a izquierda y derecha. A su paso, el griterío del público congregado a ambos lados de la calle crecía y se convertía en un clamor de aclamaciones y aplausos. Un grupo de jóvenes chicas en plena pubertad, subidas a la valla de una casa, gritaban a Rajoy como si fuera un vencedor de Operación Triunfo al tiempo que comenzaban a caer las primeras gotas de lluvia, que ya no cesaría hasta el final de la marcha.
Junto a los gritos pro-Rajoy se repetían las consignas anti-Zapatero al estilo de «Zapatero, vete con tu abuelo», «Zapatero dimisión» o «España merece otro presidente». Mientras la pancarta de los políticos avanzaba, la gente elevaba a Rajoy casi a la categoría de redentor, como bien parecía considerar una señora de pequeño tamaño enfundada en un chubasquero transparente que no dudó en gritarle un «¡sálvanos!» casi desesperado.
Mucho más discreto, aunque igualmente aclamado, entró en la zona el ex presidente del Gobierno, José María Aznar, acompañado de Ana Botella, que prefirió mantenerse en un segundo plano y colocarse bastante más atrás de la pancarta. No hizo declaraciones, para eso estaba allí Rajoy, que resumió con un contundente «el objetivo es derrotar a ETA, no negociar con ETA» la justificación de su presencia en la protesta. Eso sí, añadió que en esta movilización «miles de personas piden que se cumpla la ley, que se respete a las víctimas y que el horizonte sea la derrota de ETA y no el pago de un precio político. Lisa y llanamente eso es lo que pide la gente».
Y lisa y llanamente eso es lo que pidió Alcaraz ya en la plaza de Colón, durante una alocución que fue interrumpida por los aplausos en varias ocasiones. Alcaraz reclamó al Gobierno que garantizara «que los terroristas no obtendrán ninguna contrapartida en ningún proceso de negociación», porque «no se les puede premiar porque lleven mil días sin matar».
El presidente de la AVT no dudó en señalar que «más de 30 años de sufrimiento, asesinatos, amenazas, extorsiones y secuestros, no pueden acabar con una rendición del Estado de Derecho». Un discurso contundente que acabó con una cerrada ovación y un nuevo agosto para los bares de las cercanías, en los que muchos de los manifestantes buscaron refugio para calentar los pies tras una manifestación que no pudo aguar la lluvia.