También aquí alguien debería arrojar la toalla, lo cual, en democracia, se traduce necesariamente en una convocatoria de nuevas elecciones.


Como esos boxeadores a los que un directo en la mandíbula deja ausentes, perdida toda referencia de la realidad, perdida también la consciencia, el Gobierno español ha quedado groggy tras el atentado de ETA en Barajas. Era, sin duda, lo que ETA deseaba. Pero nunca antes ningún Gobierno español había dado muestras de semejante debilidad ante el principal enemigo de la nación.

Las contradicciones entre diferentes instancias del PSOE y del Gobierno son elocuentes: tan pronto nos dicen que hay que insistir en el diálogo como que la negociación se acabó. Esto no es serio. La inmensa mayoría de los españoles tiene la impresión de que nos han engañado. Es esa misma mayoría que exige un retorno claro al pacto anti-terrorista, cuyas líneas defendió el Rey en la Pascua militar: contra el terrorismo, justicia, policía, ley. No hay otro camino. Y eso es el Gobierno quien lo tiene que hacer.

Cuando un boxeador queda groggy, su entrenador suele arrojar la toalla para detener el combate. También aquí alguien debería arrojar la toalla, lo cual, en democracia, se traduce necesariamente en una convocatoria de nuevas elecciones. Un Gobierno no puede mantenerse con decoro cuando su principal proyecto político se desmorona de semejante manera. Ya no es sólo el Gobierno quien está en un aprieto: es la nación quien está recibiendo los golpes.