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Parece que los procedimientos electorales constituyen, para el presidente, la esencia de la democracia. Así, en el debate de investidura de Zapatero, el argumento más repetido por éste contra las argumentaciones de Rajoy y de Rosa Díez ha sido el recordatorio de que él acaba de ganar las elecciones. Zapatero se ha encargado de proclamarlo en casi todas sus intervenciones; seguro de sí, crecido y con tics de déspota, imbuido de su verdad incuestionable: 17 sistemas tributarios, 17 sistemas de enseñanza, 17 nacioncillas con diferentes derechos y enfrentadas por el agua, por el idioma, por la financiación, han quedado refrendados por la voluntad popular expresada en las urnas.

Se puede, por este divino mandato, cambiar la identidad de la Nación a base de reformas de los estatutos de autonomía con y sin el PP. Reformas que, en lugar de recuperar competencias para el gobierno que nunca debieron ser transferidas, como explicó a sus señorías Rosa Díez, caminan en la dirección contraria.

La retórica de Zapatero, en respuesta a Díez, hace que la defensa de la soberanía nacional se confunda con el “centralismo”; y que la existencia de ciudadanos de segunda (expropiados por algunas autonomías de derechos elementales, como educar a los hijos en su lengua materna), de desigualdades territoriales en los sueldos del Estado a sus funcionarios, en la tributación, en la asistencia sanitaria, en la educación, etc. se asimile como un conjunto de “hechos puntuales que habrá que corregir” o, en algunos casos, incluso como “secuelas de la dictadura”.

Desde la Fundación DENAES tenemos que decir que la defensa de la Nación de ciudadanos iguales en derechos y deberes es equivalente a la defensa de la libertad política y que el voto de 11 millones de individuos a Zapatero (el 25 por ciento de la población española) no le permite saltarse las leyes con trampas, ni ejercer de caudillo por cuatro años más. La libertad política de los españoles no radica en la elección como representantes, cada cuatro años, de diputados y senadores, por sufragio universal, sino en la posibilidad de desarrollar un proyecto vital personal, en el seno de una sociedad política y conforme a la legalidad, sin peligro de que le peguen a uno un tiro, sin llevar escolta, sin tener que pagar peajes. Resignarse a vivir como apestado, o como súbdito de otros en su propia tierra, por muy democráticos que sean los procedimientos por los que se elige al legislativo, es vivir sin libertad.

No podemos evitar el recuerdo de una escena de la película “Sólo ante el peligro”, de Fred Zinnemann, protagonizada por Gary Cooper: el sheriff -mientras espera atrincherado en el saloon, con pocos fieles a la ley, a que lleguen unos asesinos a sueldo- pide una votación en la que triunfa, entre los pocos presentes, la prohibición de servir alcohol, al menos mientras dura la tensa espera. El atemorizado y nervioso borracho, encerrado como él en el local, protesta gritando: “¡Esto es llevar la democracia demasiado lejos!”.

Hasta aquí la analogía; porque en el clásico, Gary Cooper tiene que hacer frente a los forajidos en soledad y con el pueblo escondido; pero en el escenario político español, al sheriff Zapatero le sobran aliados en su proyecto federal y es bastante dudoso que esté dispuesto a enfrentarse a los forajidos, porque, según dice él mismo “todas las ideas son válidas en democracia”. La que quedó sola ante el peligro fue Rosa Díez, a quien nadie aplaudió cuando recordó que hay ideas por las que se mata a los ciudadanos españoles y que esas mismas ideas son compartidas por algunos de los aliados del presidente.

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA