Aunque Rosa Díez «ejerce» su libertad de manera firme y valiente, sin embargo no acierta en su manera de concebirla, con las posibles consecuencias políticas que dicha «representación» confusa puede acarrear

En un reciente y valiente artículo (El Mundo, 23 de mayo de 2008) Rosa Díez elogia a su colega de profesión María San Gil por atreverse a cuestionar el rumbo que el PP de Mariano Rajoy está tomando en las últimas fechas, especialmente después de perder las pasadas Elecciones Generales del 9 de marzo, aunque el pedigrí político del presidente del PP ya quedó reflejado, por ejemplo, en su negativa a asistir a alguna manifestación promovida por la AVT y en sus constantes propuestas para “mirar al futuro”.
Doña Rosa, que implícitamente compara la situación de María con la que ella misma vivió en las filas del PSOE, considera que su compañera del País Vasco hace bien al anteponer unos determinados principios políticos (“lealtad a uno mismo” lo llama Rosa Díez) a su condición de político profesional. Valora su honestidad intelectual por encima de la lealtad moral al grupo político de turno, en cuyo seno -como dictaminara Alfonso Guerra- “quien se mueve no sale en la foto”, sea cual sea la línea política fijada por el partido.
Pero la señora Díez, a la par que recuerda una manifestación de Basta Ya en la que coincidió con su paisana, acaba su vibrante alegato con un tópico muy propio de nuestros días, sobre todo en las filas del “liberalismo”: “Yo entonces militaba en el Partido Socialista y tú eras ya la dirigente del PP en el País Vasco. A tu hijo le encantó que, desde distintas posiciones ideológicas, defendiéramos lo que nos une, lo que es de todos: la igualdad y la libertad”.
Dejando de lado, en esta ocasión, su mención a la “igualdad” (¿respecto de qué?) se pone de manifiesto que, aunque Rosa Díez ejerce su libertad de manera firme y valiente, sin embargo no acierta en su manera de concebirla, con las posibles consecuencias políticas que dicha representación confusa puede acarrear. Porque lo que la presidenta de UPyD no parece ver con la suficiente claridad es que lo que ambas dirigentes políticas tienen en común (“lo que nos une”) es el hecho de ser españolas. Si no fuera así ambas no precisarían defender unos derechos que les están siendo conculcados por unos grupos determinados (hablar español, formar un partido político que resista al separatismo nacionalista, etc.). Doña Rosa, en la línea de su amigo y posible mentor Fernando Savater, se deja llevar por la ideología dominante del llamado “estado de derecho” y de los “derechos humanos”. Esta concepción política presupone que los derechos llueven del cielo por el simple hecho de nacer como ciudadano de un determinado país o, incluso, por la circunstancia genérica de nacer como “ser humano”.
Pero, desde nuestro punto de vista, la dialéctica política conlleva que los derechos heredados (como miembros de un país determinado, como ciudadanos) hay que saber mantenerlos; y aquellos derechos que buscamos obtener hay que saber y poder conquistarlos, con todo lo que ello implica: luchando contra quienes buscan derechos distintos o incompatibles con los proyectados por nosotros. La reciente sentencia judicial de un juzgado de Gerona avalando el uso exclusivo del catalán en los atestados realizados por la policía autonómica, amparándose en la interpretación de leyes confeccionadas con una calculada ambigüedad -como ocurre también con el nuevo Estatuto de Cataluña-, así lo demuestra.
En política, como en otros muchos ámbitos, no cabe la armonía universal de todos los hombres. La libertad personal, además, está inextricablemente unida a la libertad grupal -la de unos grupos frente a otros-, más allá de una ilusoria Alianza Universal de Civilizaciones.
FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA