La propuesta ejercita «poéticamente» un modo muy determinado de conceptuar la identidad de la nación española…


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A iniciativa del Comité Olímpico y de la Sociedad General de Autores Españoles (más conocida, en fechas recientes, por su actividad impulsora de la llamada «copia digital privada») un jurado compuesto por personalidades como el ex presidente del Tribunal Constitucional Manuel Jiménez de Parga, el catedrático de musicología Emilio Casares o el historiador Juan Pablo Fusi daba a conocer el jueves la letra seleccionada para acompañar, en calidad de himno de la Nación española, los acordes de la «Marcha Real». Se trata de cuatro estrofas compuestas por el ciudadano Paulino Cubero que, al parecer, Plácido Domingo se encargará de entonar el próximo 21 de enero en Madrid con ocasión de la gala anual del propio COE. No sabemos si la percusión correrá a cargo del propio Manolo, el del bombo. Porque tan sintomático como lamentable nos parece el hecho de que sea, precisamente, una institución privada de ámbito deportivo la encargada de elegir este texto. ¿No es ello un modo de ensalzar, legitimar y hasta oficializar la España más superficial, hincha y balompédica?

Por otra parte preferimos no pronunciarnos sobre el valor estrictamente lírico de la «composición» de Cubero, donde se dan cita «verdes valles» e «inmensos mares» entre otros tropos igualmente magníficos. Aunque su designación oficial como himno nacional de España sólo se hará efectiva tras la oportuna tramitación parlamentaria -cuyo éxito desde luego no parece en modo alguno garantizado- no está de más hacer notar, desde la perspectiva de Defensa de la Nación Española, que esta letra parece pretender hacer la debida justicia al signo de los tiempos: los tiempos diríamos, del patriotismo constitucional y de la España plural.

Y es que ciertamente, se diría que la propuesta -que invita dicho sea de paso, en uno de sus versos más sublimes, a los españoles a cantar «con distinta voz y un solo corazón»- estaría ejercitando «poéticamente» un modo muy determinado de conceptuar la identidad de la nación española, a saber: el que comienza por entender a «España» como la mera superestructura jurídica bajo cuya cobertura «estatal», de signo casi federal o incluso confederal, vendrían a reunirse las verdaderas naciones y nacionalidades soberanas («pueblos en libertad») siendo así que precisamente en éstas (en Cataluña por ejemplo, o en el País Vasco, o en Andalucía o en Galicia), y no tanto en el prescindible envoltorio que las recubre a efectos formales, residiría en todo caso la auténtica importancia política de la «Patria» que «sabe abrazar» tales naciones libres.

En este mismo sentido, y precisamente según el himno propuesto por Cubero, sólo en la medida en que semejante «cáscara» o «envoltorio» superestructural pueda aportar a la «Historia» (léase, suponemos: a la Humanidad), «democracia» y «paz», podría justificarse la «gloria» que el propio himno reclama para dicha «Patria»; con lo que, a la postre, parece seguirse que también para el autor de tales versos, convenientemente empapado de esa intransigencia ambiental que se disfraza de paz y democracia menos meditadas que machaconamente impuestas, la verdadera Patria a la que es preciso homenajear (¡en el himno nacional español!) no proviene sino del fundamentalismo democrático y pacifista bajo el que la propia nación española ha quedado enérgicamente disuelta.

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA