Impugnar los símbolos de todos para rescatar los de sólo una facción es una insensatez indigna de un partido de Gobierno.
La insólita reacción socialista tras la manifestación del 3-F, reprochando a los ciudadanos que usen los símbolos de la nación, va a tener la virtud de abrir un cierto debate. En efecto, es una insensatez que el primer partido de España manifieste semejante hostilidad hacia el himno y la bandera nacionales. Es verdad que la izquierda española, en general, había tratado con cierto desdén la simbología nacional durante la transición. Pero posteriormente había llegado a aceptar sin complejos y con ánimo constructivo unos símbolos que a todos nos pertenecen. ¿Alguien recuerda episodios de fobia a los símbolos nacionales durante el periodo de Felipe González, por ejemplo? No. Ha sido después, y especialmente a raíz del pacto del PSOE con los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos, cuando la izquierda española ha desempolvado unos tics antinacionales que ya creíamos arrumbados en los peores desvanes de la Historia. En vez de banderas de España, la izquierda empezó a prodigar las banderas estrictamente inconstitucionales de la II República, un episodio histórico que cada cual podrá juzgar como quiera, pero que no ha pasado a nuestra biografía colectiva como un ejemplo de unidad y concordia entre los españoles. Impugnar los símbolos de todos para rescatar los de sólo una facción es una insensatez indigna de un partido de Gobierno.