Igual que exigimos a la administración de justicia y a las fuerzas y cuerpos de seguridad españoles que actúen con la prudencia debida y con respeto a los derechos de los individuos humanos, por el mero hecho de que lo son, también tenemos que exigir, al mismo nivel, que lo hagan con la contundencia que merecen, por justicia, estos individuos humanos convertidos en asesinos y en enemigos de España


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Que conocidos y encausados etarras suscriban peticiones al Parlamento Vasco para exponer sus penas ante la comisión de los derechos humanos y que luego se presenten allí un grupo de proetarras, capitaneados por la abogada Goirizelaia, constituye un nuevo episodio del esperpento cotidiano de la política española.

De una parte, porque esperpéntico es que quienes pretenden imponer sus delirios por la vía de aterrorizar a sus compatriotas, se amparen en los mismos derechos elementales, éticos, que niegan a los demás –como indicó Santiago Abascal– para pasar como “corderitos”.

De otra, porque ese esperpento se celebra en una institución española, el parlamento de Vitoria, que accede a escuchar las quejas de los terroristas sobre lo mal que están, pobrecitos, los criminales pendientes de juicio en la Audiencia Nacional y otros colectivos dedicados a destruir a la Nación que les ampara, entre muchas otras formas, escuchando sus quejas o pagándoles sus nóminas.

A partes iguales, resulta deleznable y curioso que quienes justifican sus crímenes denominándolos “acciones políticas”, enmarcadas en el seno del –según dicen– “conflicto vasco” utilicen ahora los principios éticos para hacer política.

No hay que olvidar que la ideología que representan los miembros de ETA y sus adláteres, ha producido el éxodo de cientos de miles de vascos, la muerte de centenares de compatriotas que no pudieron exigir ningún derecho, ni juicio –aunque fuera sumarísimo– ni apelar a convención o derecho internacional, privado o autonómico alguno.

La extorsión, la persecución, los crímenes y las amenazas como medio para conseguir sus fines políticos, infundiendo terror en los ciudadanos, parecen haberse esfumado en la declaración de Garmendia. Como si se nos quisiera decir que sus crímenes son “acciones políticas” a las que se ven obligados por sus ideas, mientras que el malestar de los terroristas detenidos (seguramente por el hecho de estarlo) y unas supuestas “anomalías” o “ilegalidades” en el proceso instruido contra ellos, constituyen un “atentado contra los derechos humanos”.

Lo normal en estos casos debería ser reaccionar como hizo nuestro presidente Santiago Abascal, recordando a los parlamentarios quiénes son estos individuos y su condición de asesinos o partidarios de los asesinos antiespañoles de la ETA.

Abascal nos ofreció el título de este editorial cuando desenmascaró a los ahora “corderitos inocentes” señalando su verdadero ser, el que se esconde detrás de la apariencia de paisanos, de hombres ya forjados: el de asesinos o cómplices.

Y no es que desde la Fundación DENAES seamos partidarios de torturar a los etarras o asesinarles a sangre fría –esos métodos son, precisamente, los de ellos– en un eclipse de los deberes éticos. De lo que se trata es de recordar que estos deberes conviven, en el seno de la nación política española, con los deberes morales y los políticos. E igual que exigimos a la administración de justicia y a las fuerzas y cuerpos de seguridad españoles que actúen con la prudencia debida y con respeto a los derechos de los individuos humanos, por el mero hecho de que lo son, también tenemos que exigir, al mismo nivel, que lo hagan con la contundencia que merecen, por justicia, estos individuos humanos convertidos en asesinos y en enemigos de España.

El arrojo, el heroísmo de nuestro presidente, una vez más, demuestra que se puede hacer frente al terrorista, que se puede quitar el disfraz victimista de la ETA y contrasta con la tibieza de tantos otros a quienes recordamos que no hay terrorismo sin aterrorizados.

Quienes pensando como Abascal, aun se esconden aterrados, temerosos de perder lo poco o mucho que tengan a manos de los etarras y de su corte infernal, encontrarán en estos gestos valientes de nuestro presidente la determinación necesaria para defender a la Nación. Es nuestro deber luchar para que el heroísmo cotidiano de las personas como Santiago Abascal, no sea un proyecto suicida, sino el símbolo de la resistencia de toda la Nación a desaparecer.

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA