España, pese a los retóricos llamamientos de Azaña y Zapatero, sigue siendo católica, y ello se comprueba en los millones de personas que la Iglesia es capaz de congregar, ya no tanto en la misa por obra del Concilio Vaticano II, pero sí en las manifestaciones de rebelión cívica.

En estos siete días vivimos la semana en la que Jesucristo sufrió
martirio, pasión y muerte, la Semana de Pasión o Semana Santa. Para un
país como España, que recientemente ha reelegido a un presidente del
gobierno que considera que la Biblia y el crucifijo sobre los que juró su
cargo son «meros adornos» [sic], pareciera que semejante efeméride no
pasaría de ser una festividad más, iniciada en el Jueves Santo y
prolongada durante la Semana de Pascua, para solaz y disfrute de los
degustadores de botellón, drogas blandas y duras y demás consumidores de nuestro mercado pletórico.
Sin embargo, España, pese a los retóricos llamamientos de Azaña y
Zapatero, sigue siendo católica, y ello se comprueba en los millones de
personas que la Iglesia es capaz de congregar, ya no tanto en la misa por obra del Concilio Vaticano II, pero sí en las manifestaciones de la
rebelión cívica que durante varios años ha recorrido España.
Además, no deja de ser sintomático que la memoria histórica que Zapatero y sus secuaces separatistas nos imponen por ley ignore la persecución que la II República realizó contra los católicos, la prohibición que recayó sobre liturgias como las procesiones de Semana Santa, y sobre todo los miles de asesinados por el único «delito» de ser religiosos durante la II República y la Guerra Civil española: uno de cada cuatro miembros de la jerarquía eclesiástica, ya fueran monjas, frailes, clero secular u obispos, fueron asesinados de forma horrible y estúpida, pues sus martirizadores se esforzaron, inconscientemente, en hacer de cada crimen una reproducción del martirio de Jesucristo y un testimonio de la fe que todos ellos compartían. Tanto es así, que el pasado año medio millar de estos represaliados fueron canonizados por Benedicto XVI, para sonrojo de un gobierno que reivindica una memoria histórica que los condena al olvido.
Pero semejante situación era inevitable. Como dice el historiador Hugh
Thomas, la Iglesia recogía en su seno la tradición española y la Historia
de España, y el anticlericalismo de la II República fue un elemento de
confrontación que condujo a ese régimen hacia su debacle final en forma de Guerra Civil. Detalle importante que Zapatero y el PSOE se empeñan en negar una y otra vez, pero que les persigue constantemente como la tozuda realidad que es.
Esperemos que tras este «Via Crucis» al que nos está sometiendo este
presidente del gobierno, completo analfabeto de las cosas de España,
llegue la correspondiente resurrección.
FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA