El mensaje es inequívoco: urge regenerar el tejido nacional. Los ciudadanos parecen mucho más dispuestos que sus líderes.
Toda España ha recordado a Miguel Ángel Blanco. Toda la que lo ha recordado. Hay una parte del país a la que, muy visiblemente, le molesta la memoria de aquel crimen. El Gobierno se ha retratado: puesto de perfil, como enojado, incluso ha permitido que sus acólitos desdeñen la conmemoración mientras que las víctimas más símbolicas del PSOE, el hermano de Fernando Buesa, la viuda de Fernando Múgica y la madre de Joseba Pagazaurtundua sostenían -ellas sí- la pancarta en Ermua junto a la familia Blanco y al grueso del PP español.
Pero no se trata sólo de eso: hemos visto al jefe de la oposición prescindiendo de acudir a la manifestación conmemorativa – en una decisión que contrasta con sus excelente posición en el debate sobre el Estado de la Nación- y, en su lugar, presidiendo un encuentro propagandístico con empresarios, según ese vicio ideológico tan típico de la derecha española que consiste en pensar que la gente no quiere patria, sino dinero. Ningún gesto tardío va a poder rectificar ese error.
¿Qué está pasando? Exactamente lo que parece: falta pulso cívico en las elites españolas; falta capacidad de compromiso en unos casos; y falta valor para sostener la mirada a nuestros muertos en el caso del Gobierno. Este décimo aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco ha sustanciado el retrato de lo que pudo ser un Estado firme y decidido en defensa de su libertad- y no fue. El mensaje es inequívoco: urge regenerar el tejido nacional en la instituciones españolas. Los ciudadanos, los españoles, parecen mucho más dispuestos que sus líderes.