Dado que damos por sobreentendido que la «guerra» es una relación que en su sentido más propio sólo puede establecerse entre estados soberanos, y dado además que desde luego no consideramos a la ETA como representante militar de estado alguno, no podemos admitir de ningún modo que «Euskal Herria» pero también, en general, España pueda aspirar a más «paz» que la que de hecho tiene, puesto que, sencillamente, no hay guerra

El pasado sábado 25 de octubre, precisamente coincidiendo con el día para el cual estaba anunciada la consulta soberanista de Ibarreche antes de resultar desautorizada tal iniciativa por el Tribunal Constitucional, los partidos políticos que han venido propulsando semejante referendum (PNV y EA principalmente, pero también Aralar, e incluso Izquierda Unida, etc.) celebraban en poblaciones vascas como puedan serlo Vitoria, Urquiola o Durango, una suerte de multitudinaria macro-fiesta destinada a expresar, inmejorablemente, la insobornable voluntad del «pueblo vasco» de ejercer afirmativamente, frente al «Estado español», su derecho a decidir y de vivir, frente a la banda terrorista ETA, en paz y en armonía. En este sentido, y a la manera de testimonio de esta doble reivindicación, la frase elegida como lema del acto del sábado resulta, nos parece, suficientemente elocuente: «Euskal Herria bakea bai, erabakia bai»: sí a la paz en Euskal Herria, sí a la decisión.
No obstante, como ya lo hemos denunciado en otros editoriales, la referencia al «derecho a decidir» del pueblo vasco (que, según lo advertía Javier Arzallus el sábado «habría venido para quedarse») estaría en realidad ocultando -aunque realmente el disimulo por parte de los «soberanistas» es cada vez menor- la intentona de una parte de la sociedad política española de apropiarse, en régimen por así decir de monopolio, de algo (la soberanía) que en rigor pertenece a toda la Nación, con lo que tal «derecho», democrático en apariencia, pondría en el caso de ser reconocido como tal (mediante, pongamos por caso, una «consulta» que -se supone- incluyera tan sólo a los «ciudadanos vascos»), en un grave compromiso no ya la unidad de España (si es que los vascos «deciden» democráticamente secesionarse del conjunto de la Nación) pero sí, y en todo caso, su identidad como Nación soberana (por mucho que los vascos «decidan» no menos democráticamente quedarse) y no, por ejemplo, a título de confederación de estados ellos mismos soberanos.
Y en estas condiciones, ¿qué decir de la «paz» a la que los partidos secesionistas aludían oscura y confusamente en su tenida del pasado sábado? Pues sencillamente que, dado que damos por sobreentendido que la «guerra» es una relación que en su sentido más propio sólo puede establecerse entre estados soberanos, y dado además que desde luego no consideramos a la ETA como representante militar de estado alguno, no podemos admitir de ningún modo que «Euskal Herria» (es decir, las tres provincias vascas) pero también, en general, España pueda aspirar a más «paz» que la que de hecho tiene, puesto que, sencillamente, no hay guerra.
Ahora bien, con ello no queremos tampoco decir que los partidos políticos secesionistas que pedían la paz el sábado pasado no estuvieran de hecho reclamando algo muy preciso. Simplemente reclamaban acercarse a una situación en la que la violencia terrorista de la ETA pueda, por así decir, «morir de éxito» y terminar por extinguirse al haber alcanzado sus objetivos. En este sentido preciso la paz que el 25 de octubre pedían Ibarreche, Madrazo y Azkarraga tiene una referencia bien precisa: es la Paz… de la victoria.
FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA