Sólo desde una concepción individualista y metafísica de la persona cabe justificar la reinserción social de tales criminales, aunque se disfrace de humanismo barato
En las democracias capitalistas cada vez es más frecuente desayunarse con noticias sobre crímenes horrendos que claman al cielo y que, de entrada, parecen provocar una gran indignación en el cuerpo social. Aunque, acto seguido, la conducta criminal es justificada a través de consideraciones humanistas que, en la práctica, suponen la asunción objetiva de tales prácticas.
Todos recordamos el cruel asesinato de Sandra Palo, la proliferación de asesinatos con canibalismo incluido, innumerables secuestros de niños a manos de pedófilos asesinos, o raptos para establecer prostíbulos particulares, como ocurrió con la austriaca Natascha Kampusch. Éste crimen ha sido superado por el también austriaco Josef Fritzl, que no se ha conformado con saciar sus vicios violando a una menor de edad sino que, además, y para facilitar la tarea criminal, decidió volcar sus deseos sobre su propia hija, con la que ha tenido hasta siete hijos-nietos. Mientras, y lejos de Europa, la vicepresidenta del Gobierno español, la misma que favorece uniones matrimoniales que rebasan los límites tradicionales basados en la heterosexualidad, dice “estar horrorizada” por haber posado en una foto con un polígamo musulmán (buen imitador de Mahoma), cuando lo que debería horrorizarle es su ignorancia sobre la institución de la poligamia en el Islam, así como sus indiscriminados ataques a la moral católica de la que parece haber renegado, aunque, de hecho, supone un freno para tal práctica. Suponemos que, desde su particular feminismo, el horror ante el polígamo fue provocado por la circunstancia de que fueran mujeres las consortes de un único varón, y no viceversa.
Los comentarios más habituales ante los crímenes aberrantes mencionados suelen ser de este tenor: “¡Es indignante que ocurran estas cosas!” o “Lo único que quiero es que la muerte de mi hijo sirva para que este crimen no se vuelva a repetir”, etc. Ahora bien, por mucho que mejore la educación moral, la promulgación de leyes o la prevención policial, una sociedad política no puede erradicar completamente la formación de este tipo de criminal (sean locos o no). Lo que sí cabe es tratar de hacer justicia con tales individuos. Es decir, lo verdaderamente indignante es que se permita que tales sujetos (a los que se considera personalmente degradados: monstruos, malas bestias, etc.) vuelvan a formar parte de una sociedad de personas en la que, por principio, no caben. ¿Cómo puede consentir alguien -en sus justos cabales- que tales sujetos sean reinsertados mientras las víctimas son irrecuperables, con las repercusiones que conlleva para las familias y la sociedad en general?
Más allá de los sentimientos de muchas víctimas (que llegan a perdonar a los asesinos) este asunto es transcendental para el sostenimiento de una sociedad de personas. Sólo desde una concepción individualista y metafísica de la persona cabe justificar la reinserción social de tales criminales, aunque se disfrace de humanismo barato. Pues en el caso de que el criminal asumiera personalmente (como determinante para su propia vida) la responsabilidad de sus actos, debería llegar a la conclusión de que el mal causado es irreparable y, por lo tanto, inasumible.
La injusticia perpetrada y perpetuada por la mayoría de las democracias capitalistas con tales criminales, al no situarles en el lugar que se merecen, es uno de los mejores indicadores de la degeneración moral de las mismas.
FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA