Nos referimos por ejemplo a la diferenciación introducida por los Padres de la Patria entre «nacionalidades y regiones» que, a nuestro juicio, habría venido alimentando en los últimos años el proceso en marcha de conversión de la Nación española en una confederación de naciones políticas ellas mismas soberanas unidas, si acaso, extrínsecamente por la «superestructura» que representaría el «Estado central».


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La Constitución Española, ese texto que según muchos habría sido el fruto más granado del «consenso» democrático fraguado entre los españoles tras el «interregno» tenebroso del franquismo, ha cumplido treinta años. Con ocasión de tal efemérides, muchos se han apresurado estos días a interpretar efectivamente el texto constitucional redactado en los inicios de la «transición democrática» por legisladores de las más variadas tendencias políticas (de Manuel Fraga a Jorge Sole Tura, de Peces Barba a Herrero de Miñón o Gabriel Cisneros) como el momento culminante, apoteósico, de una supuesta reconciliación final de las dos Españas tan cruelmente separadas durante la «larga noche del régimen franquista», representando dicha promulgación, en este sentido, una recuperación de las «libertades» que, en efecto, según esta interpretación al uso habría dotado a la Nación española –-y en esto, ciertamente, parecen coincidir casi todos– de una estabilidad política extraordinaria.

En esta dirección, suponemos, la persistencia sistemática, a lo largo de tales décadas del terrorismo etarra, pero también la incesante amenaza secesionista contra la unidad soberana de la Nación ratificada en la propia Constitución del 78 representada por sujetos como Ibarreche, Íñigo Urkullu o Tardá sólo podrán, a lo sumo, considerarse a la manera de anécdotas accidentales incapaces, de suyo, de hacer mella en el «marco de normalidad» proporcionado por las «reglas de juego» que la sociedad española se habría dado a sí misma, «desde el consenso», en el proceso constituyente.

Pues muy bien. Desde la Fundación DENAES para la Defensa de la Nación Española no pretendemos desde luego en modo alguno ejercer el papel de «aguafiestas» respecto del mencionado «consenso». Sin embargo, nos parece imprescindible hacer notar que la propia Constitución Española de 1978 –un texto que, por cierto, en manera alguna «funda» la Nación española como si esta no pre-existiese necesariamente a la misma constitución– lleva acarreadas, inoculadas en su propio articulado larvas verdaderamente muy peligrosas y aun letales respecto de la soberanía nacional que ella misma proclama expresamente.

Nos referimos por ejemplo a la diferenciación introducida por los Padres de la Patria entre «nacionalidades y regiones» que, a nuestro juicio, habría venido alimentando en los últimos años el proceso en marcha de conversión de la Nación española en una confederación de naciones políticas ellas mismas soberanas unidas, si acaso, extrínsecamente por la «superestructura» que representaría el «Estado central». Y es que, según estas premisas (premisas, insistimos, implantadas de un modo larvado en el propio texto constitucional), España no sería otra cosa que una «Nación de naciones» en expresión, tan confusa e ininteligible, de uno de los ponentes de 1978 como Peces Barba.

«La reforma constitucional no es prioritaria en este momento», señalaba el pasado sábado José Luis Rodríguez Zapatero. Desde DENAES, por el contrario, sostenemos que tal reforma en el sentido del reforzamiento de la soberanía y unidad de España como tal nación política resulta sin duda absolutamente imprescindible precisamente en este momento para hacer frente a las amenazas, especialmente por parte de las fuerzas políticas secesionistas, que pesan sobre ella. Es responsabilidad de los dos grandes partidos nacionales llevar tan imprescindibles reformas a término.

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA