Lo que aquí está en juego, y no se quiere mentar, es la entidad política nacional de esos «lados» o «partes» del insostenible modelo autonómico impuesto por Cataluña. Insostenible, claro está, de sostenerse la Nación española.


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Una vez que la denuncia de las «maniobras» de Zapatero con los Presidentes catalán y andaluz ha querido ser respondida por el Gobierno con una publicitaria «ronda de negociaciones» con los diversos Presidentes de las demás Comunidades Autónomas, llama la atención que el inquilino de la Moncloa tenga que tranquilizar mediante su palabra a aquellos que han visto peligrar el «modelo de financiación autonómico», se dice, «multilateral y solidario» que hasta ahora se había mantenido.

Y decimos que llama la atención porque, tratándose de un asunto de tanta importancia, no parece muy decoroso que, después de Cataluña y Andalucía, cada Comunidad vaya por su parte a enterarse de en qué lugar va a quedar en la jerarquía de prioridades del Presidente, haciendo incluso declaraciones posteriores, bien de satisfacción, bien de preocupación, una vez que se ha formulado el consabido «qué hay de lo mío». Pareciera, en efecto, que ese futuro modelo de financiación se fuera elaborando en virtud de la determinación de un soberano al compás de las peticiones y conveniencias que cada súbdito le va sonsacando en su respectivas audiencias. Siendo tan sospechosos y ambiguos, además, los términos con los que parecen querer conjurarse todos los peligros de fragmentación de España: multilateralidad y solidaridad.

En primer lugar, porque con lo de la «negociación multilateral» se quiere enmendar, sin conseguirlo, la famosa bilateralidad exigida por el Estatuto catalán entre las dos «naciones» de España y Cataluña, legalmente reconocidas mientras el Tribunal Constitucional siga sin pronunciarse. Pues nada impide que se demanden más intervinientes en una negociación sin que se garantice la igualdad entre cada uno de ellos. La palabra «multilateralidad», en realidad, está funcionando como eufemismo de la «igualdad» entre todas las Comunidades como partes que son de España. Iguales en su subordinación al Estado, no en su estatus de «nación».

E igualmente pasa con la manida «solidaridad». Esta relación, dicha de cualquier género de asociación, no significa en modo alguno que las partes solidarias sean iguales entre sí, sino que más bien supone su previa desigualdad. En verdad, suele darse mayor solidaridad precisamente entre las partes de un todo que se necesitan mutuamente precisamente por ser desiguales, que entre las iguales, que suelen generar competencia: padres e hijos, ricos y pobres, caballeros y escuderos, son ejemplos de uniones solidarias.

Lo que aquí está en juego, y no se quiere mentar, es la entidad política nacional de esos «lados» o «partes» del insostenible modelo autonómico impuesto por Cataluña. Insostenible, claro está, de sostenerse la Nación española.

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA