
En este nuevo rumbo, ese “viaje al centro” que anunció Ruiz Gallardón, al que el “trasatlántico” del Partido Popular está siendo sometido (no sin amotinados, abordajes, paseos por la quilla, etc…), Rajoy en una entrevista a RNE acaba, por lo que se ve, de comunicar las nuevas coordenadas: ese “centro”, que el PP ya debe ocupar de hecho según ha dicho el propio Gallardón hace unos días (“el PP no es de derechas”), es para Rajoy “una actitud ante la vida”, y no una ideología, “es la capacidad de dialogar con todos, aunque luego no llegues a acuerdos”.
En efecto, tras la derrota electoral, aparece entre el PP el puro oportunismo buscando, a la manera aliciana, en las categorías psicológicas un “rumbo político”: es la misma estrategia zapateril del “talante” o del “cambio tranquilo” pero, en este caso, dirigido a la neutralización, no del rival parlamentario, con el que Zapatero buscaba contrastar psicológicamente en su favor, sino contra algunas facciones, más definidas políticamente, del propio Partido Popular.
Pues bien esta conceptualización psicológica al único lugar al que lleva es, sin duda, a la divagancia política -cuando no a la extravagancia- precisamente por el carácter superficial de la psicología, eclipsando aquellas categorías que permiten, en efecto, fijar un rumbo político y que tienen como referencia, al combatir aquello que la perjudica, el sostenimiento de la sociedad política (lo que llamó Maquiavelo virtú).
En este sentido, y ya a partir de los philosophes (ilustrados), el «amor a la patria» será considerado como la virtud política por excelencia en una república (en contraste con el honor monárquico), virtud por cuyo ejercicio se trata de disolver los privilegios estamentales (ligados al Antiguo Régimen) en favor de la igualdad de las partes en su participación soberana. Así dice Montesquieu: «Lo que llamo virtud en la república es el amor a la patria, es decir, el amor a la igualdad [frente al privilegio estamental]. No se trata de una virtud moral ni tampoco de una virtud cristiana, sino de la virtud política. En este sentido se define como el resorte que pone en movimiento al Gobierno republicano, del mismo modo que el honor es el resorte que mueve a la monarquía» (Montesquieu Del Espíritu de las Leyes, pág. 5, ed. Tecnos).
En España la vinculación entre Patria, y su virtud correspondiente, y la nación política queda claramente expresada en la siguiente carta de Jovellanos, en plena invasión francesa, dirigida al general francés que dirigía el asedio de Cádiz: «Señor General: yo no sigo un partido, sigo la santa y justa causa que sigue mi patria, que unánimemente adoptamos los que recibimos de su mano el augusto encargo de defenderla y regirla, y que todos habemos jurado seguir y sostener a costa de nuestras vidas. No lidiamos como pretendéis, por la inquisición ni por soñadas preocupaciones, ni por el interés de los grandes de España; lidiamos por los preciosos derechos de nuestro rey, nuestra religión, nuestra constitución y nuestra independencia […]. Porque, señor general, no os dejéis alucinar: estos sentimientos que tengo el honor de expresaros son los de la nación entera sin que haya en ella un solo hombre bueno aún entre los que vuestras armas oprimen, que no sienta en su pecho la noble llama que arde en el de sus defensores» (Jovellanos, Correspondencia con el general Sebastiani, 12 de mayo de 1809).
Pues bien, actualmente en España, entre el “talante” y la “actitud” divagantes, desaparece la virtud, la virtud republicana, esto es, el patriotismo.
FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA