Los separatistas saben que la lengua española sigue siendo una institución suprasubjetiva fundamental para mantener la identidad y unidad de la nación española. Por eso precisamente quieren erradicarla

A raíz del Manifiesto a favor de la lengua común se ha puesto en evidencia que la ideología de la mayoría de sus defensores está en la línea de un individualismo metafísico que puede llegar a ser contraproducente para los intereses de España. Los nacionalistas fraccionarios, que son perros viejos, lo saben perfectamente, y sacan buena tajada de ello.
La disputa en torno al español como lengua común, o a la representatividad de la selección española de fútbol, no se da entre unos derechos individuales presuntamente originarios (¿fundamentados en una “humanidad” inexistente?) que serían conculcados por ciertas administraciones autonómicas, sino entre grupos de españoles que pretenden seguir siéndolo y otros grupos, independentistas, que se amparan en el poder “autonómico” obtenido en los últimos años. En tal tesitura, ¿de qué sirve apelar a unos supuestos derechos si no se posee el poder necesario para impulsarlos y evitar que se conviertan en papel mojado? Los separatistas saben que la lengua española sigue siendo una institución suprasubjetiva fundamental para mantener la identidad y unidad de la nación española. Por eso precisamente quieren erradicarla, aunque su pérdida les aconseje la sustitución por alguna otra lengua de ámbito universal, como el inglés.
Mientras tanto los “intelectuales” de cabecera del PSOE y del PP comulgan con ideologías internacionalistas o individualistas que, de una u otra forma, acaban por “obviar” a España. Así hablan de la humanidad (de los “derechos humanos”) o de la libertad de mercado (de los “derechos del consumidor”) como si fueran entidades más reales que los estados a través de los cuales se desenvuelven efectivamente las relaciones entre dichos sujetos. La supuesta armonía entre ciudadanos de distintos estados, o entre productores y consumidores, sólo está en las mientes de los defensores de la Alianza de civilizaciones, o de liberales con tendencias anarquizantes.
En esta visión humanista e individualista cae, por ejemplo, José Antonio Marina. Respecto del citado Manifiesto nos aconseja que «Cada vez que oiga hablar de entidades abstractas con derechos, desconfíe» (Crónica de El Mundo del 29 de junio de 2008). Lo paradójico es que el mismo Marina defiende a ultranza los “derechos humanos”, como si la Humanidad no fuera una entidad más abstracta, histórica y políticamente, que los estados nacionales como España (garantes efectivos de esos derechos “individuales”). También nos dice que «Hay que reconocer a los individuos, como derecho fundamental, el de organizar su convivencia como quieran, siempre que respeten los derechos de los demás». Pero, como decimos, las cosas no son tan simples. Así, cualquier español, como individuo abstracto -ético-, puede sentir compasión por un inmigrante que llegue a nuestro país, e incluso podría acogerlo en su casa movido por una encomiable generosidad ética. Pero como ciudadano español (como miembro de un grupo estatal determinado, con proyectos e intereses no siempre armonizables con otros) sabe que si a España llegan seis millones de inmigrantes, más aún con morales difícilmente asimilables, ponemos en peligro la misma supervivencia del estado, de los españoles y de los mismos inmigrantes.
Por poner otro ejemplo actual: la selección española de fútbol la componen once individuos de campo, pero su papel sólo tiene sentido en cuanto miembros de una totalidad (atributiva) que canaliza su conducta individual (“lo importante es el grupo” se suele decir). Y, además, la competición de dicho grupo sólo es posible porque representa a una nación política particular. Por eso los nacionalistas fraccionarios desean tener más poder para “ganarse la participación” en el concierto internacional (“lo importante es participar” cuando no todo el mundo puede hacerlo). Y eso, precisamente, es lo que buscan los políticos nacionalistas que tanto sufren al ver jugar a la selección española. No siempre cabe “respetar los (pretendidos) derechos de los demás”, en contra de lo que piensa el Sr. Marina. La soberanía nacional española es incompatible con la de los secesionistas. Cuanto más tardemos en entenderlo más poder les otorgaremos para materializar sus proyectos contra España.
FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA