Resulta gratificante observar cómo esa despreocupación, ese panfilismo o ausencia de interés por resolver los gravísimos problemas que afectan a la población española en los últimos tiempos caen por su propio peso cuando se trata de apoyar, sufrir y emocionarse con la Selección Nacional de fútbol


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Anoche España entera vibró con nuestra Selección Nacional en un partido emocionante, de juego soberbio e inolvidable exaltación rojigualda. Enhorabuena a ese puñado de héroes y felicitaciones a todos los españoles que ayer -espontáneamente- se emocionaron con nuestros colores, gritaron de júbilo frente al televisor, engalanaron su ventana con la bandera española o la pusieron en el escaparate de su negocio.

Resulta gratificante observar cómo esa despreocupación, ese panfilismo o ausencia de interés por resolver los gravísimos problemas que afectan a la población española en los últimos tiempos, tantas veces denunciados por la Fundación DENAES, caen por su propio peso cuando se trata de apoyar, sufrir y emocionarse con la Selección Nacional de fútbol. Y la cosa tiene mucho más mérito cuando pensamos que, para desgracia nuestra, somos el único país de Europa que -tras varios intentos fallidos- ni siquiera puede tararear la letra de nuestro Himno nacional cuando éste suena en actos deportivos de alcance internacional. Es como si el sentimiento patriótico, adormecido cuando no enterrado en buena parte de españoles bajo una gruesa capa de complejos (históricos, sociales, culturales) encontrara en días como el de ayer una válvula de escape para liberar tanta frustración acumulada. Lo que demuestra, a nuestro entender, que el amor a la Patria, a sus símbolos y a lo que de ella nos hace iguales y mejores está ahí pese a quien pese: escondido quizá, disimulado o negado en tantas ocasiones, pero listo a ser estimulado en acontecimientos deportivos como el que ayer vivimos.

Esto lo saben muy bien quienes odian a España y a todo lo que ésta representa; lo saben quienes proyectan su disolución desde despachos autonómicos o ministeriales. Y para demostrarlo no hace falta más que leer las declaraciones de Íñigo Urkullu la semana pasada, deseando que Rusia ganara la Eurocopa, o las del dirigente de ERC Joan Puigcercós apostando por Turquía. Semejantes personajes deben de estar hoy muy tristes, seguro que al contrario que la inmensa mayoría de sus votantes. Porque el amor a España y a sus símbolos aflora espontáneamente, en el lugar donde menos se piensa y a la contra de manipuladores de consejería, de universidad o de televisión autonómica. Sólo unos días después de que Ibarreche lograra el voto prestado del PCTV y así el plácet de los terroristas para desafiar al Estado, al Gobierno de España y a todos los españoles, éstos le han dado su mejor y más contundente respuesta.

Y es que este lunes destacan más ridículas y malvadas, si cabe, pantomimas como aquella de San Mamés, en diciembre de 2007, cuando los gobiernos autonómicos del País Vasco, Cataluña y Galicia montaron un aquelarre rubricado con una vergonzosa alianza contra España (la llamada “declaración de San Mamés”) a la que siguió un “partido amistoso” de fútbol entre “sus” respectivas y espurias “selecciones nacionales”. Es bueno recordarlo hoy aquí y resaltar lo esperpéntico de actos como el de San Mamés especialmente ahora, en medio de este sentimiento patriótico que embarga el corazón de millones de españoles y cuando las banderas españolas aún ondean orgullosas precisamente en la ciudad imperial donde Carlos V -factor de la España más poderosa, más profundamente europea y más enfrentada a mezquindades particularistas- consiguiera en 1532 unir a todos los príncipes cristianos y vencer al Turco.

Ahora bien, esta exaltación patriótico-deportiva tampoco debe engañarnos y ocultar la complicada situación política en una nación entregada por segunda vez, desde el 9 de marzo, a un maquinador de alianzas “civilizadoras” mucho menos gloriosas que las del César (la comparación ofende) con secesionistas y otros enemigos de España, tanto internos como externos.

Pero que no todo está perdido, que la fortaleza y la unidad de España aún siguen siendo defendidas abrumadoramente por sus ciudadanos, lo demuestran acontecimientos como el de ayer y la reacción de millones de españoles orgullosos de su Patria, de sus héroes y de sus símbolos. Un sentimiento absolutamente noble, espontáneo y natural a cuya permanencia y promoción debe su razón de ser la Fundación DENAES desde su mismo origen. No lo olvidemos, pues: España está hoy de doble enhorabuena.

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA