No nos engañemos: con la complicidad del resto de los españoles, entre todos, hemos ido dejando que en Cataluña el secesionismo se presentara como el rostro amable del nacionalismo. Como si el terrorismo de la sangre fuera el único síntoma con el que detectar lo dañino de su implantación política


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La plaza de San Jaime, llena; esa es la mejor medida con la que podemos responder a aquellos que se valen de las cifras para desacreditar la convocatoria de Ciudadanos. Una manifestación contra la imposición lingüística del catalán en las escuelas cuyo éxito consistió, para empezar, en su celebración misma. Porque si cinco mil u ocho mil personas, en cualquier caso, pueden ser más o menos respetables para la prensa del régimen –El País dio la noticia comparando la cifra con el aforo muy superior de un espectáculo circense-, sin duda esos miles son los primeros que han demostrado que se puede realizar un acto público contra el catalanismo secesionista en su “centro espiritual”.

Ya Albert Rivera, con su partido de los Ciudadanos, había conseguido dar el cauce institucional que se merecía la defensa de lo más básico en el Parlamento de Cataluña. Pero faltaba salir a la calle: así se celebró la reunión con otros partidos como el PP de Cataluña, asociaciones cívicas -Galicia Bilingüe, Padres por la Elección Lingüística del País Vasco, Círculo Balear, nuestra Fundación DENAES…- y los principales destinatarios de la proclama, los españoles nacidos en Cataluña que no temen perder el título de “buen catalán”.

Pues, no nos engañemos, con la complicidad del resto de los españoles, entre todos, hemos ido dejando que en Cataluña el secesionismo se presentara como el rostro amable del nacionalismo. Como si el terrorismo de la sangre fuera el único síntoma con el que detectar lo dañino de su implantación política. No queriendo ver que la sistemática presencia de diversos fenómenos en la vida pública tales como el vacío cotidiano de las conversaciones, la ruina del negocio familiar a fuerza de multas por los rótulos en español o los obstáculos que el “coto” nacionalista ha impuesto en Cataluña hasta en el patio de los colegios, son el fruto de un ejercicio político que puede denominarse terrorista con todo rigor.

Desde el pasado domingo hay entre cinco mil u ocho mil ciudadanos, -según la simpatía del informador- que no están dispuestos a seguir siendo cómplices con su silencio en Cataluña.

Del efecto que esto imprima en aquellos muchos, muchísimos, que no se atrevieron a salir, dependerá su verdadera importancia.

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA