La misión del PP, ahora, es subrayar en Cataluña el perfil que Vidal-Quadras había dibujado en su momento.


La dimisión de Josep Piqué en el PP catalán ha sido bastante más que un rifirrafe por parcelas de poder. Lo que hay en el fondo del asunto es cómo debe concebirse el papel de los grandes partidos nacionales en entornos dominados por el nacionalismo periférico.

Piqué había adoptado un perfil político singular, que la opinión identificó claramente como de acercamiento al nacionalismo catalán, de convergencia con el estilo impuesto en Cataluña desde los tiempos de Jordi Pujol. Quizá no haya sido una percepción siempre exacta, pero es indudable que esa ha sido la impresión generalizada. Esta imagen no ha granjeado al PP ningún apoyo en los medios próximos al nacionalismo –más bien al contrario- y ha alejado al Partido de sus eventuales yacimientos de voto en las áreas sociales de sentimiento español. Era obvio que el proyecto Piqué ha fracasado.

La misión del PP, ahora, es subrayar en Cataluña el perfil que Vidal-Quadras había dibujado en su momento: un partido que no ve contradicción en sentirse muy catalán y en ser también muy español. Un partido, por tanto, en condiciones de asegurar el proyecto constitucional en materias fundamentales como el bilingüismo y la lealtad al proyecto colectivo de España. Si el PSOE abrazara también esos objetivos, el problema catalán quedaría resuelto en tres meses.