Sólo para quienes renieguen de su propio poder para imponer un determinado orden (paz) cabe ser pacifista radical, pero a costa de permitir que se imponga cualquier otro orden, por injusto o perjudicial que sea para otros grupos o naciones.


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La actual Ministra de Defensa de España es miembro destacado del PSC (Partido Socialista de Cataluña, en clara deriva secesionista), catalanista convencida, participante asidua en la Diada (“día nacional de Cataluña” todos los 14 de septiembre, en el último de los cuales se adhirió a quienes defendían a Pepe Rubianes, el de la “puta España”), ha asistido a homenajes rendidos al separatista Luis Companys, y es nieta de un anarquista del que, como Zapatero con su abuelo, está muy orgullosa y del que parece haber heredado gran parte de su talante ideológico.

A quienes criticaron su nombramiento al frente del Ministerio de Defensa, en un Ejecutivo pensado por ZP para pasar a la historia, se les atribuyeron todo tipo de intenciones machistas con la clara intención, muy propia del PSOE, de desviar la atención de lo fundamental: a la nueva ministra de Defensa no le reprochamos que sea mujer, o que esté en su noveno mes de preñez, sino que sea una declarada catalanista y, para más inri, pacifista (al menos de boquilla y hasta ahora).

Nuestra ministra no valora en el ejército su labor para la Defensa de España respecto de sus enemigos externos e internos, sino su “calidad humana”, sus sacrificios en defensa de la Humanidad. No en vano ha declarado: “Me siento tan catalana como española, igual que la inmensa mayoría de catalanes. Hablo catalán con mi madre, castellano con mi padre, las dos lenguas con mi marido. Me siento hija del mundo y universal”. Lo malo es que tales sentimientos son completamente infundados, semejantes a los que pueda tener un piloto de avión que se sienta como un ángel. Poesía barata. Carmen Chacón hablará español y catalán, pero no puede hablar dichos idiomas con todo el mundo (de hecho dentro de poco no podrá hablar español ni siquiera con muchos españoles, todavía, afincados en Cataluña). Y el hecho de sentirse española es incompatible políticamente (por mucho que lo desee con todo su fervor ético) con una supuesta “nacionalidad política catalana” o con ser ciudadana de cualquier otro país en los que está distribuida “la Humanidad” (salvo casos puntuales de doble nacionalidad o pertenencia a dos estados nacionales).

Esta señora, que dice “conocer el horror de la guerra” y, por ello, cree conocer “el valor de la paz” no se ha enterado aún de que “la paz”, que no es universal ni perpetua, sino el resultado del orden impuesto por el vencedor de una determinada guerra (así como otros órdenes son resultado de diversas dialécticas).

Esta mujer, por lo tanto, parece que, al menos en el plano representativo (de lo que dice), es ministra de Defensa de la Humanidad, de “la vida humana”, pero en la práctica -pues tal función es imposible de llevar a cabo, porque la Humanidad no existe como entidad política- defiende a una parte de la humanidad frente a otras (recientemente ha defendido los intereses de los secuestradores del atunero español más que a España en su conjunto, tal como vimos en el Editorial de ayer).

Se suele dar la paradoja de que quienes actúan por motivaciones éticas para salvar a determinados sujetos en peligro de muerte (movidos por la apariencia falaz de que lo único real e importante son los “individuos” humanos) en la práctica acaban provocando mayores males, no sólo morales o políticos (al cuestionar la independencia y soberanía de una nación), sino también éticos, pues el número de muertes que pueden causar los chantajistas aumenta en la misma proporción que su poder, favorecido por quienes ceden a su chantaje. Es decir, el mismo hecho de pagar un determinado rescate (para salvar a sujetos amenazados de muerte) resulta ser reforzador de su capacidad de matar, que sólo se verá colmada con el control completo de la situación, con la imposición de “su paz”. Sólo para quienes renieguen de su propio poder para imponer un determinado orden (paz) cabe ser pacifista radical, pero a costa de permitir que se imponga cualquier otro orden, por injusto o perjudicial que sea para otros grupos o naciones.

Pero, además, dudamos mucho de que, más allá de irenistas deseos, Carmen Chacón sea pacifista (sumisa) en la defensa de Cataluña. De lo que sí estamos seguros es de que su pacifismo ha sido muy perjudicial para la existencia e intereses de España, al menos por omisión de sus obligaciones como española, más allá de lo que sienta.

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA