Puede que haya muchos españoles que hace unas semanas hayan sido abundantemente informados acerca de unas cartas y un grupo de mensajería instantánea que involucra a una serie de militares retirados –o sea, que ya no son militares. Pero quizá no se hayan visto informados con tanta asiduidad de otro conflicto que afecta al ámbito militar, a pesar de no afectar por ahora al ejército español, y por tanto a España, de una manera directa. Pero sí indirecta y quizá futura. Nos referimos a la guerra abierta hace poco más de un mes en el Sáhara Occidentalantigua provincia española y territorio todavía jurídicamente, y sólo jurídicamente, español– entre Marruecos y el Frente Polisario.

Hablamos de un conflicto de larga raigambre que, como cabía esperar, se ha vuelto a abrir. El conflicto por el Sáhara Occidental, vecino a Canarias, se inició en el año 1957 con unas revueltas separatistas –sofocadas entre España y Francia, que compartían protectorado– y con la Guerra del Ifni entre España y Marruecos; guerra que, causando unas tres mil bajas en el bando español y unas cinco mil o más en el marroquí, concluye en 1958 entregando a Marruecos parte del África occidental española, el Ifni y parte del Sáhara. En las postrimerías de esta guerra empieza a surgir el Ejército de Liberación Nacional, que se conocerá más tarde, ya en la primera mitad de la década de los setenta, como Frente Polisario. Hacia el año 1970 pudieron verse revueltas saharauis otra vez, de nuevo pacificadas por el ejército español en El Aiún. La década de los setenta es una década crucial para toda África y para nuestro conflicto, pues es entonces cuando se empieza a descolonizar por parte de las potencias europeas –principalmente Reino Unido y Francia– lo que estas conservaban en el continente. España no podía ser menos, a pesar de no considerar al Sáhara como una colonia sino como una provincia. Para ello España ofreció a los saharauis una mayor autonomía política así como la celebración de un referéndum en 1975 para que optaran a la plena autonomía, generando así una nueva nación. Cosa que chocaba con los intereses de la muy poco democrática monarquía marroquí. De modo que Marruecos elevó una denuncia a la ONU, la cual hizo poco o nada. Inacción que dio pie a que Marruecos organizara en octubre de ese año, aprovechando la agonía de Franco, la conocida marcha verde para ocupar con población civil –consiguiendo con ello que el ejército español no pudiera hacer gran cosa, ya que no podía disparar a la población civil pacífica– el Sáhara. Tras esta ominosa marcha se entregó a Marruecos y a Mauritania, en los Pactos de Madrid, el territorio deseado por los coránicos vecinos. Ambos países, ante la retirada española, procedieron a ocupar el territorio y el Frente Polisario reaccionó declarando la guerra a Marruecos y Mauritania. Tras una serie de duros combates esta última decidió, en 1979, pactar un alto el fuego, retirándose. Momento que aprovechó el vecino marroquí para ocupar aquello que Mauritania había cedido y continuar la guerra contra el Polisario. Alargándose el conflicto hasta 1991, viendo que no era posible vencer al Frente Polisario, Marruecos pactó con este un alto el fuego, pero sin entregar un centímetro de territorio conquistado.

Una vez confirmado el alto el fuego, la ONU volvió a entrar en escena estableciendo que se debía organizar un referéndum, como ya había propuesto España en 1975. Un referéndum que, como todos, requiere de la realización de un censo de electores. Un censo que Marruecos debía presentar y que a día de hoy tiene unos treinta años de retraso. Un referéndum que, por cierto, si hoy se celebrara perjudicaría a los saharauis ya que, en estos treinta años Marruecos ha ido ocupando poblacionalmente el territorio, siendo ahora mayoría la población marroquí. Esto es lo que se conoce como política de hechos consumados, en la que Marruecos se ha hecho experta y que, por otra parte, no le ha sido muy difícil realizar al enfrentarse bien a enemigos menores (el Frente Polisario), bien a enemigos que no tienen pensamiento alguno de defenderse (España).

Estando así las cosas desde 1991, el día 13 de noviembre de este pandémico 2020 el ejército marroquí, que tiene menos miramientos que el español, y también bastante más apoyo gubernamental, atacó a un grupo de manifestantes saharauis que, en su manifestación, cortaban el paso de Guerguerat, en la frontera entre El Sáhara y Mauritania. Un paso de vital importancia para Marruecos dado que es la única vía segura que tiene para exportar mercancías en esa zona. Después de este ataque el Frente Polisario, en clarísima desventaja numérica y armamentística –cuenta con escasas armas que datan de los años 70–, declaró la guerra a Marruecos al entender que los marroquíes, con ese ataque a los manifestantes, violaron el alto el fuego de 1991. Desde entonces no han sido muchos los enfrentamientos ni de gran intensidad, lo que es comprensible dado lo comentado y si añadimos el muro de protección con que cuenta Marruecos, construido gracias a la ayuda de Francia y EE.UU, países que actualmente siguen apoyando a la monarquía marroquí. Lo cual permite a esta, también, tales maniobras.

Pero el conflicto no termina ahí. Y si, como hemos dicho, el conflicto involucra a España histórica y jurídicamente, «descolonización» mediante, no es descartable que, si Marruecos con su política de hechos consumados termina ocupando oficialmente todo el Sáhara, también involucre a nuestra nación militarmente.

Como hemos señalado más arriba el Sáhara es vecino de la región canaria, y en las aguas mediantes entre ambos territorios se han descubierto importantes yacimientos de minerales, tierras raras y de lantano, un elemento químico de color plomizo que se emplea para realizar multitud de aleaciones y para la fabricación de celdas electrolíticas –también en investigación médica, en agricultura y en las espectroscopias de resonancia magnética nuclear–. Unas celdas electrolíticas para baterías que, en plena fiebre de la electrificación automovilística, por el bien del planeta, y de dispositivos inteligentes electrónicos de alta tecnología, son fundamentales. Por tanto también lo es el lantano. Los réditos económicos pueden ser, pues, muchos. La disputa por la posesión de esas aguas, como no podía ser de otra forma, está servida. Es por ello que Canarias ya ha solicitado un aumento de sus aguas territoriales, que englobarían estos yacimientos de lantano y tierras raras, para beneficio canario y, por tanto, español. Pero Marruecos, siempre ojo avizor, el año pasado ya declaró unilateralmente todas esas aguas entre el Sáhara y Canarias, incluidas las propias aguas canarias, como aguas territoriales marroquíes; y opera como si tal cosa así fuera, como hecho consumado, a pesar de que esas aguas pertenezcan, si no se las dejan quitar, al Sáhara y a España.

Ante tal atropello España, una vez más, como decimos, no ha hecho nada. Sigue dejándose ocupar, y ello a pesar de los avisos lanzados por la Asociación de Militares Españoles. Y es que la ocupación de las aguas españolas es muy real –los pescadores llevan mucho tiempo sintiéndolo–, y no sólo las aguas. Se ha alertado también de la posibilidad de una ocupación de las islas orientales (Lanzarote, Fuerteventura y Gran Canaria). Dado que España no ha elevado ninguna queja ante la ONU, organismo intermediario y resolutor en este asunto, Marruecos continua con la mentada política de hechos consumados, avanzando poco a poco tanto en el Sáhara como en territorio español –no mencionamos a Ceuta y Melilla pero, tristemente, encontramos más de lo mismo–.

Ante esto no preguntamos si es posible desligar la crisis inmigratoria –que no migratoria– que estamos viendo en Canarias, también desde hace más de un mes, de lo comentado. No son pocas las voces de extrañeza ante la juventud, lozanía y masculinidad de la inmensa mayoría de los miles de inmigrantes que han llegado en tropel a las costas canarias. Muchos de ellos cargados, al parecer, con una tecnología de alta gama, con sus celdas electrolíticas, que también extraña en sujetos que supuestamente huyen de una situación de pobreza. Hay quien ha hablado incluso de invasión. ¿Será esto una exageración o será un pasito más, aunque sea una mera tentativa o un mero aviso, de la política Marroquí de hechos consumados? ¿Hará algo el Gobierno español por defender a los españoles, al territorio del que se supone que es soberano y a los intereses económicos de España? ¿Hará lo que haría cualquier Gobierno normal y elevará las quejas pertinentes a los organismos pertinentes y defenderá, violentamente si hace falta, el territorio español y sus intereses económicos o, por el contrario, seguirá haciendo lo que los Gobiernos españoles han hecho desde hace décadas, esto es, prácticamente nada?

No hablamos de posibilidades exaltadas, hablamos de avisos realizados por la Asociación de Militares Españoles, de la dejadez endémica del Gobierno español, de una política exterior y de defensa ausente y de la efectiva estrategia del vecino marroquí. Aunque quizá también estemos hablando de la dejadez de una nación agónica que simplemente se está dejando morir y que se deja arrebatar lo que es suyo –y que lo será sólo mientras lo defienda. Quizá éste, junto a la presencia de terroristas y secesionistas de todo tipo en sede parlamentaria, sea otro síntoma más de una nación en un declive vertiginoso que ha renunciado a su eutaxia, a seguir siendo o coexistiendo. Quizá en estos conflictos más que de un drama estemos hablando de la inevitabilidad de una tragedia.

Pero como hasta que todo está perdido nada está perdido, desde DENAES instamos al Gobierno español a que esté muy atento a los sucesos señalados y que defienda como debe el territorio español así como los intereses económicos que sus distintas regiones puedan tener. Instamos al Gobierno español a que recurra a los organismos nacionales e internacionales necesarios, o a las fuerzas necesarias, para que un conflicto como el saharaui se pueda resolver de una vez por todas, que Marruecos deje de ser una amenaza territorial y militar constante para nuestra nación política y que pasito a pasito siga conquistando sus sueños territoriales a costa de España. E instamos a todos los españoles –ya sean de derechas o de izquierda, de arriba o de abajo, pobres o ricos, heterosexuales u homosexuales, con coleta o barba, de género fluido, neutro o fijo– a hacer lo propio, a defender su patria y a presionar a su Gobierno para que lo haga, como es su deber. Y el de todos.

 

Emmanuel Martínez Alcocer