No, el título que encabeza estas líneas nada tiene que ver con la propuesta errejonita de la jornada laboral de cuatro días; tampoco con alguna extravagancia referida a un supuesto mundo futuro de corte “ecofriendly”. La apelación tiene que ver más bien con una de sus últimas intervenciones en el Congreso de los diputados, concretamente, aquella que vino seguida por ese otro desdén, despreciable hay que añadir, a manos de un diputado del Partido Popular y que rezaba: ¡Errejón, vete al médico! Pues bien, como digo, fue en aquella intervención cuando el diputado de Más Madrid vino a reclamar un aumento considerable de los psicólogos en nómina dentro del sistema público de salud: el doble, concretamente. Obviamente la justificación de tal cuantiosa exigencia vino a justificarse en los estragos “anímico-espirituales” que la pandemia de la Covid ha producido: “la nueva ola”, señalaba. Con este rótulo, por tanto, no vengo a negar de forma irónica esta problemática sino a responder de alguna manera a la pregunta que el mismo Íñigo Errejón lanzaba muy compungidamente a sus interlocutores parlamentarios: aquella en la que cuestionaba por qué nombres como Diazepam, Valium o trankimazín habían sido normalizados en la sociedad de hoy sin apenas remordimiento. Quizá, y adelantando ya con ello nuestra tesis, sea la solución propuesta por el diputado la que paradójicamente esté perpetuando el mismo problema que ahora denuncia.

Pero cuidado, tampoco pretendo con este artículo recriminar a nuestros psicólogos la labor que llevan a cabo en el desarrollo de sus funciones. Más bien quisiera simplemente llamar la atención sobre esa ideología que muchos profesionales de la salud mental, junto al resto de la sociedad, han favorecido en connivencia mutua (quizá de forma inconsciente y bienintencionada) pero obviando en cualquier caso el verdadero origen del problema. Una “práctica” según la cual la mayoría de “dolencias del espíritu” vendrían a ser enfermedades que el psicólogo, de forma análoga al médico, habría de curar. Sin embargo, lo primero que hay que cuestionarse a mi parecer sobre esta analogía de funciones es si “lo patológico” ya no fuera tanto el sufrir de depresión o de ansiedad ante una desgracia (como pueda ser la pérdida del trabajo que te pone el plato en la mesa) cuanto el hecho mismo de que una persona pudiera permanecer, en tal situación, serena en la imperturbabilidad más absoluta: en la ataraxia.

Así pues, la pregunta correcta (pues sólo estas permiten soluciones correctas) sería si acudir al psicólogo supone con rigor la solución al problema que nos atañe; toda vez que la propuesta de Errejón acerca tener a “alguien que nos acompañe en los peores momentos” pudiera no ser más que una mera muleta producto de un error de diagnóstico: si el origen del problema es social, es decir, la covid y otras “pandemias” colaterales, difícilmente podrán restaurarse las quiebras “del yo” (sea lo que sea éste) sin atajar las causas igualmente sociales que las originaron. En otras palabras, el problema ya no debería quedar enclaustrado de forma bilateral en la relación psicólogo-individuo sino situarse más allá de las paredes que ofrece una consulta; justamente allí donde los psicólogos que queremos contratar no pueden actuar directamente como verdaderos “psicólogos sociales”: ¿pero hay acaso una figura de “psicólogo social”?

Permítaseme entonces criticar ahora la solución que propone el “cabeza” de Más Madrid porque es precisamente ésta la que condena a las personas a una problemática supuestamente individual que habrían de resolver cada una consigo misma; si acaso con ayuda o intermediación del alguien: el psicólogo. Y es que según su tesis (sostenida implícitamente) es el individuo quien habría de solucionar un daño que, viniendo desde “fuera”, ha quedado “grabado” en él (en su cerebro o en su yo, según la escuela que nos asista).  Ahora bien, lo que en verdad Errejón estaría jugando no es sino la baza de quitarse al muerto de encima, por cuanto a nuestro juicio, el problema ya no está “en” cada una de las mentes de quienes acuden a la consulta sino en la estructura social misma sobre la que el individuo se constituye como tal. Cierto es que Íñigo apela constantemente a un apoyo comunitario para con aquellos que lo necesitan pero sucede que su llamada a la comunidad es meramente moral además de pecuniaria. O hablando en plata, habría de ser el Estado el que sufragase los gastos en este caso psicológicos de aquellos que no puedan costearlo (cosa que no por ser un gasto hay que rechazar de antemano) pero olvidándose del problema en cuestión para cargarlo de nuevo sobre las espaldas de quien vocifere a golpe de hastag #yovoyalmédico. Por si no ha quedado claro, a costa y coste de alienar al individuo respecto a su ego socapa de buen samaritano. En cualquier caso, y por lo dicho hasta el momento, es el individuo quien continúa siendo para Errejón el problema a tratar porque, sin llegar a afirmar que sea su culpa, es “dentro del paciente” donde sigue estando “el daño”. 

Y no, no es “en el” individuo donde está ese daño, aunque sea  éste quien lo padezca, sino que es la matriz social la que habiéndose roto produce, no por patología alguna sino por razones más que consecuentes, el cuadro de síntomas que “identifica” (en principio) una depresión o una crisis de ansiedad. Así las cosas es posible que el individuo supuesto por Errejón, tras su visita al psicólogo, despierte todavía con el dinosaurio en su propia habitación; para él y para su familia. O ¿acaso cree Errejón que una persona sin expectativas laborales es susceptible si quiera de poder sanar por muchas visitas que haga a un psicólogo?, ¿no estaríamos realmente, en tal caso, ante una situación verdaderamente patológica en virtud de la cual alguien sana a pesar de no tener ningún futuro? He aquí la propuesta errejonita: destinada a perpetuar en el sistema de salud a cuantos parados sedientos de “compañía” haya dejado la Covid.

Con todo lo anterior impugnamos ahora aquella sentencia de “vete al médico” (por perpetuar la misma estructura que Errejón quiere consolidar) para insistir en esa otra que diría: Íñigo, más país! Pero de verdad, que no se te olvide. En conclusión, nuestro diputado no debería delegar en psicólogos lo que en verdad es un trabajo de políticos y mucho menos a costa de colgarse la medalla con un problema tan serio como la salud mental. Porque aunque Íñigo no se percate, es a nuestros políticos y no a la psicólogos a quien corresponde la obligación no ya de  “surfear la nueva ola” sino la de meter en cauce “las aguas de España”.

El psicólogo es un instrumento o apoyo, sí. Ahora bien, en ningún caso y este es el mensaje, puede su actividad suplir “médicamente” lo que no está en sus manos arreglar. Mientras no se restaure el tejido económico y social que ofrece a los individuos la posibilidad misma de elaborar sus funciones estaremos delegando en cuantos psicólogos sean contratados una responsabilidad que no les corresponde y, forzándoles por lo demás, a servirse del recurso “más o menos sucedáneo” de los psicofármacos y la terapia como si acaso estos pudieran “curar” lo que en verdad sólo pueden paliar. Las consecuencias son psicológicas pero no así el problema que los origina (social). Quede claro entonces el mensaje que nos están mandado a falta de soluciones políticas acertadas: “psicólogos y medicinas, pero muchas” (previa prescripción médica, eso sí). Medicinas por cuya normalización se extrañaba curiosamente el diputado Errejón. Curiosamente, digo, porque igual sin saberlo sigue apelando a ellas.

Santiago López. Profesor de filosofía