Según anunciaba el pasado sábado el diario independiente de la mañana y órgano principal del antiguamente monopolizador Imperio Prisaico, la Asociación Progresistas de España (uno de esos «chiringuitos» del PSOE, fundado en 2005) ha galardonado al director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), el Doctor Fernando Simón, con el Premio Emilio Castelar 2020. El motivo del premio se fundamenta «por su compromiso en defensa de la sanidad y la salud pública, así como su responsabilidad en la lucha contra la covid-19», por «salvar la vida de miles de personas» (según el Doctor Pedro Sánchez, unas 450.000) y por su «imprescindible y fundamental papel en la lucha contra el coronavirus».

    El premio será entregado al interesado en los Reales Alcázares de Sevilla en el mes de octubre (y para entonces, aunque haya pasado todo un tórrido verano sevillano, habrá llovido mucho). Fue en 2009 cuando se fundaron en el otrora puerto del Nuevo Mundo los Premios Emilio Castelar, en homenaje al que fuera presidente del Poder Ejecutivo de la surrealista y extravagante Primera República entre septiembre de 1973 y enero de 1974.

    Así lo ha agradecido Simón en la cuenta de Twitter del Ministerio de Sanidad: «Estoy muy agradecido, máxime después de periodos tan duros como estos meses, con un impacto tremendo. En el fondo es un reconocimiento también al sistema sanitario español, porque han visto mi cara y ruedas de prensa, pero yo solo expongo al público lo que otros hacen por detrás».

   Para que nuestros lectores se hagan una idea, en 2013 serían Patxi López y la periodista Ana Pastor los ganadores del Premio Emilio Castelar, y en 2014 lo serían Iñaki Gabilondo y la Plataforma Compromiso Social para el Progreso. Se trata de unos premios que los progresistas se dan entre ellos mismos, encantados de conocerse. Con tales galardones se otorga «el reconocimiento de aquellas personas y organizaciones de ámbito nacional e internacional que se hayan caracterizado por su compromiso en favor de los derechos humanos, las libertades, la democracia y el progreso de los pueblos». Se trata de un premio, como vemos, muy ideologizado, muy involucrado con el pensamiento que se cuece entre el puño y la rosa. Dicho sin rodeos: se trata de propaganda descarada del PSOE.

    Sin embargo, el Doctor Simón no es sospechoso de ser progresista al modo socialista (del PSOE), porque fue Ana Mato la que lo nombró como director del CCAES. Y así lo recordaba Illa el pasado 2 de junio: «Feliciten a Ana Mato por nombrar a Fernando Simón, mi principal colaborador en esta situación».

    En 2014 Simón gestionó con éxito la crisis del Ébola (aunque por ello no sería premiado, porque -como hemos visto- ese año la Asociación de Progresistas de España prefirió galardonar a Iñaki Gabilondo). Una crisis que estuvo empañada por una tremenda polémica por la muerte de un perro llamado Excálibur; el cual, para escándalo de los animalistas y de buena parte de la progresía en general, tuvo que ser sacrificado (que no asesinado).

    La crisis del coronavirus ha acabado con algo más que la vida de un perro, pues ha finiquitado la vida de alrededor de 45.000 personas (de las cuales sólo 28.000 son reconocidas por este gobierno). Veamos brevemente algunos hitos de las perlas que nos ha brindado el Doctor Simón durante la gestión de la presente crisis: 

    El 24 de enero en España todavía no se había detectado ningún caso, aunque ya había cuatro personas esperando un diagnóstico. Rodeado de micrófonos Simón llegaría a decir: «Hay un caso del que se van a mandar muestras, con una probabilidad de infección muy baja, porque no tiene características clínicas, las tiene al límite; y hay otro caso que tuvo un cuadro respiratorio hace más tiempo del período vital de incubación que en principio se está planteando descartar como posible caso de investigación. No tienen ningún viso de que van a salir positivos. Pero la población ahora mismo yo creo que tiene que tener un nivel de percepción del riesgo incluso muy bajo. Cualquier sintomatología la probabilidad más alta con mucha diferencia, incluso si viene de Wuhan, es que sea un cuadro gripal». Nada que temer, pues. Y si viene algo de Wuhan lo más probable es que sea una simple gripe.

    El 31 de enero nuestro doctor pronunció unas palabras que pasarán a la historia de la tragedia española: «Nosotros creemos que España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado. Esperemos que no haya transmisión local. Si la hay, será transmisión muy limitada y muy controlada». Pero atención a lo que también sostenía: «Hay casos en casi todas las provincias de China, pero también hay varias que tienen menos que los que hay en otros países donde se permite viajar. Por tanto, estaríamos en una incoherencia si proponemos no viajar a China cuando sí se permite a otras zonas donde hay más casos». Y concluía: «Parece que la epidemia tiene posibilidades de empezar a remitir». Eso es cubrirse de gloria y lo demás son minucias por las que no hay que avergonzarse.

    El 12 de febrero, con motivo de la suspensión del Mobile World Congress, Simón decía que «en España no se ha producido ninguna trasmisión de este virus… y por lo tanto en España no tenemos coronavirus», «no existe riesgo de infectarse»; y añadía que se estaba generando una ansiedad «un poco fuera de lo razonable». Al día siguiente el SARS-CoV-2 se cobraría su primera víctima mortal sobre la piel del toro en el hospital Arnau de Valencia. Se trataba de un hombre de 69 años que había viajado a Nepal (donde supuestamente no había llegado el virus). Pero esto no se supo hasta el 3 de marzo, cuando se hizo una necropsia posterior, puesto que a finales de febrero Sanidad decidió que se hiciesen autopsias a todos los fallecidos por neumonía. Luego en España sí había coronavirus y sí había riesgo de infectarse, y la ansiedad (o, mejor dicho, encender las alarmas) entraba dentro de lo razonable. Pero había que tranquilizar a las masas y no entrar en alarmismos, pues eso era una actitud que se tachaba como propia del extremoderechismo más apocalíptico y aberrante.

    El 7 de marzo también pronunció unas palabras para la historia de la infamia: «Si mi hijo me pregunta si puede ir a la manifestación del 8M le diré que haga lo que quiera». Y lo decía a sabiendas, según un informe que él mismo y otros especialistas elaboraron el día antes (actualizando un informe del 10 de febrero), de la peligrosidad que las aglomeraciones significaban para la propagación del virus. No obstante, Simón recomendaba a todas aquellas personas que tuviesen síntomas que no se acercasen a las manifestaciones y permaneciesen en casa. Aunque en dicho informe se indicaba que la transmisión comunitaria podía surgir a partir de casos asintomáticos.

    ¿Y quién es Fernando Simón, el Premiado? Simplemente el que da la cara, porque -como él mismo dice- sólo expone al público «lo que otros hacen por detrás». Pero no parece muy creíble que Simón no estuviese al tanto de las advertencias de sus propios informes sobre los peligros de no guardar la distancia de seguridad y sobre los contagios que podían generar los pacientes asintomáticos (de eso, al parecer, no estaba al tanto Franco Pardo, y por ello se le ha archivado temporalmente su acusación por prevaricación, aunque debería ser cesado por inútil). Entonces, si lo sabía, como es obvio, ¿sería malicioso por nuestra parte pensar que Simón dijo «al público» lo que otros «por detrás» le dijeron lo que querían que dijese? ¿Y si resulta que es premiado por eso?  

   ¿Acaso Simón ha sido premiado por una institución progresista del SOE porque tras la pandemia, dada su gestión, salimos más fuertes? Porque ese es el lema de esta nueva subnormalidad tras ser España el país con más muertos por millón de habitantes y tener las peores expectativas de cara a la crisis económica que avanza sin cesar e in crescendo.

    Daniel López. Doctor en Filosofía.