El proceso de rearme de Marruecos hace tiempo que ha dejado de ser una modernización tecnológica para convertirse en un proyecto geopolítico de largo alcance. Y es que el reino alauí intenta dejar de ser un insaciable comprador de armas que dedica un elevadísimo porcentaje de su PIB a la cuestión militar, aunque dependiente de material militar extranjero, para desarrollar una estrategia sostenida de industrialización y autonomía en «defensa». Queremos decir que Marruecos está desarrollando unos planes y programas que no se reducen a una sucesión de adquisiciones coyunturales, sino que, al contrario que España, desarrolla una política de Estado orientada a la autosuficiencia, la proyección regional y la acumulación de poder efectivo. Detrás de cada nuevo contrato, de cada planta de producción o acuerdo internacional, hay una voluntad deliberada: la de convertir a Marruecos en la potencia hegemónica del Magreb y en un actor de peso en el tablero atlántico.

La inauguración en septiembre de 2025 de la planta de blindados anfibios WhAP 8×8 en Berrechid constituye uno de los ejemplos más claros de esta política. El acuerdo con la empresa india Tata Advanced Systems ha permitido a los marroquíes levantar el mayor complejo industrial militar de su historia, capaz de producir cerca de un centenar de vehículos al año y de generar empleo directo e indirecto para más de trescientas personas. En este proceso productivo, la proporción de componentes nacionales arrancará con el treinta y cinco por ciento, pero se prevé alcanzar hasta el cincuenta en pocos años. Con esta planta Marruecos quiere dotarse de vehículos modernos y versátiles, ya que los 8×8 indios han resultado los más versátiles del mercado, pero al mismo tiempo le sirve de base tecnológica propia que le permita, además, exportar material militar a otros países del entorno. La noticia ha pasado casi inadvertida en España, pero tiene un profundo significado geopolítico: por primera vez Marruecos fabrica y ensambla armamento complejo; aunque eso sí, con tecnología transferida desde India.

Y obviamente esta estrategia armamentística no se centra en un único ámbito. Porque Marruecos avanza de forma simultánea en todos los frentes. A las adquisiciones de blindados se suman las de carros de combate M1A1 Abrams, tanques chinos VT-1A, vehículos franceses VAB Mk3 y un programa masivo de drones de combate y reconocimiento procedentes de Turquía, Israel y China. Su fuerza aérea cuenta ya con cazas F-16V de última generación, misiles Patriot y sistemas antiaéreos Barak MX. En el ámbito naval, la incorporación de corbetas Sigma y fragatas FREMM refuerza su capacidad oceánica. A su vez, los alauís llevan tiempo intentando negociar la compra de submarinos de ataque con Francia, Alemania y Rusia. Si ese proyecto llega a realizarse, Marruecos tendría una capacidad de disuasión submarina muy fuerte en el Atlántico y el Mediterráneo, modificando el equilibrio de fuerzas en torno al Estrecho de Gibraltar. Lo que también afecta directamente a España.

La lógica que articula este rearme se centra en diversificar alianzas, absorber tecnología, reducir dependencias y consolidar una industria nacional capaz de sostener su fuerza armada reduciendo la tutela extranjera (de la que no se podrá desprender, pero al menos sí reducir). Marruecos, aunque aliado preferencial de Estados Unidos y la OTAN, una situación privilegiada a la que no va a renunciar, también ha comprendido que en el «mundo multipolar», la soberanía no se garantiza sólo con tratados, sino al mismo tiempo con medios militares. Por eso Marruecos coopera indistintamente con Estados Unidos, Francia, Israel, Turquía, India, China o Rusia, no por afinidad ideológica, sino por conveniencia estratégica. Esa flexibilidad, propia de una potencia en ascenso, contrasta con la dependencia doctrinal y presupuestaria de España, cuya política de defensa lleva años estancada. Cuando no directamente subordinada a los intereses de la OTAN, que a menudo no coinciden con los intereses españoles. Como muestra, por ejemplo, que tengamos tropas y armas desplegadas en el frente báltico, para «vigilar» a Rusia, cuando nuestro mayor peligro está en torno al Estrecho.

Mientras el país vecino construye su autonomía militar, España ha tenido desde hace lustros una inversión en el campo militar absurdamente baja (que ahora sólo aumentará cosméticamente para cumplir las exigencias de Estados Unidos y la OTAN). Pero también ha ido debilitando significativamente sus capacidades industriales y confía su seguridad a programas europeos tan costosos como lentos. El vehículo 8×8 Dragón construido por Indra acumula retrasos y deficiencias, la industria naval subsiste a base de contratos intermitentes, con múltiples dificultades también con los submarinos de la serie S-80, y la política en África, cada vez más débil, se diluye entre declaraciones y ausencias. La reducción de la presencia en Mali así como en el Sahel son claros ejemplos de esa retirada de una región que, paradójicamente, determina buena parte de la estabilidad española. En cambio, Marruecos extiende su influencia económica y militar hacia Senegal, Guinea, Costa de Marfil o Nigeria, ocupando el espacio que España y otros países europeos como Francia abandonan.

Así pues, según lo expuesto, podemos entender fácilmente que la diferencia no es sólo de medios, sino de visión. Marruecos planifica su poder a escala regional y actúa en consecuencia. España, atrapada en una lógica defensiva, delega en Bruselas y la OTAN lo que debería asumir como responsabilidad nacional. La consecuencia es evidente: mientras los marroquíes multiplican su margen de maniobra, los españoles lo reducimos. Cada nueva inversión marroquí en defensa implica más autonomía, más influencia y más capacidad de negociación; cada recorte español en el sector implica más dependencia y menor peso internacional.

Y es cierto que el principal enemigo de Marruecos en la región es Argelia. Pero conviene recordar que el rearme marroquí no se orienta exclusivamente contra Argelia. Tiene un horizonte más amplio, tanto como el Gran Marruecos. Porque la anexión del Sáhara Occidental, la presión sobre Ceuta y Melilla, la proyección sobre el Atlántico y la disputa latente por las aguas adyacentes a Canarias forman parte de una misma estrategia expansiva. Marruecos no busca la confrontación abierta, pero sí la ventaja estructural. En esa perspectiva, la superioridad militar respecto a España –que de seguir así logrará a no mucho tardar– es un instrumento geopolítico, porque disuade, condiciona y otorga capacidad de presión diplomática. Por eso el proceso actual no puede entenderse como una simple modernización armamentística. Es una reconfiguración del equilibrio de poderes en la región. Un país con un aparato militar tecnológicamente avanzado, con producción propia y con alianzas diversificadas no es ya un socio menor, sino un actor fuerte con agenda propia. España, sin embargo, al menos aparentemente, sigue interpretando los avances marroquíes con ingenuidad diplomática, como si el vecino del sur compartiera intereses estructurales que en realidad son divergentes. Y decimos aparentemente porque esa ingenuidad, quizá, lo que esconde es el interés crematístico de algunos y la simple sumisión de otros.

La política de defensa –ese eufemismo que trata de borrar la palabra guerra– no se improvisa. Tampoco la soberanía. Marruecos está construyendo ambas de manera muy efectiva con una combinación de ambición expansionista, pragmatismo y paciencia estratégica. España, en cambio, las está dejando erosionar bajo la ilusión europeísta y otanista de una seguridad delegada. Pero la geografía no se delega: se domina o se padece. Si España no reacciona, si no refuerza su industria de defensa, su presencia en África y su política exterior, acabará dependiendo de la buena voluntad de un vecino cada vez más fuerte, más industrializado y menos previsible.

El rearme de Marruecos no es una amenaza inmediata, pero sí una advertencia a la que hay que vigilar constantemente. La indiferencia con la que España contempla ese proceso es un síntoma de debilitamiento nacional. Porque Marruecos no se rearma por capricho, si lo hace es porque se prepara para imponer condiciones. Y quien construye ese poder militar, tarde o temprano lo emplea. Toda potencia que olvida su imperativo eutáxico termina subordinada a quien la asume. Y Marruecos hace tiempo que ha comprendido que el poder no se hereda, sino que se construye. España, que un día lo entendió mejor que nadie, tristemente hace tiempo que parece haberlo olvidado. Pero ni la política ni la historia admiten vacíos, es decir, si España no ocupa su lugar, otros lo ocuparán. Y entonces no bastará con lamentarlo.

Emmanuel Martínez Alcocer