Sólo hace falta asistir, ya sea por necesidad o por tener algún contacto con la dramática realidad, a las kilométricamente crecientes colas de necesitados de comida, aquellos a los que multitud de fundaciones privadas y eclesiásticas ayudan. Sólo hace falta visitar un hospital. Sólo hace falta echar una ojeada a los datos del kilométricamente creciente paro –unos 4 millones de parados oficiales, cercanos a 6 y subiendo si no atendemos a las permanentes estrategias de taqqiya de nuestros gobernantes (nacionales y regionales), para disimular las desastrosas cifras que nos rodean–. Sólo hace falta fijarse en la situación propia, en la de algún familiar, vecino o conocidos. Sólo hace falta tener una mínima capacidad de raciocinio y ver lo que tenemos frente a nuestras narices y, después, observar en la prensa o televisión lo que nuestros dirigentes, la famosa clase política, hacen, para ver que la desconexión entre sus preocupaciones y acciones más inmediatas y la realidad y necesidad más inmediata es total.

Son muchísimos los ejemplos que se pueden poner. Por ejemplo, pongámonos en que estamos en medio de una pandemia mundial provocada por un virus nuevo, y pongámonos en que a raíz de ello España, que ya venía arrastrando una gran crisis desde hace más de una década, ha entrado en la peor crisis sanitaria y económica desde la Guerra Civil. Pongámonos también en que en la misma España se está desarrollando una de las mejores, si no la mejor, vacunas actuales contra dicho virus –así al menos está reconocido tanto dentro de la piel de toro como fuera–. Se está desarrollando, porque todavía no ha podido desarrollarse hasta su última fase, comercialización y vacunación masiva. Una vacuna –nos referimos ahora al hecho de estar toda la población vacunada– que, como ya se ha dicho en muchos lugares y como es lógico, supone un punto esencial para reactivar los sectores económicos más brutalmente perjudicados en esta crisis. Y pongámonos ahora también en que de unas semanas a esta parte hemos podido ver que en el Parlamento español se han votado presupuestos de tres millones de euros para cosas tan urgentes como servilletas ecológicas en la cafetería de dicho Parlamento o menús más ecológicos y saludables. O presupuestos de hasta cien millones de euros para renovar el parque móvil de coches oficiales para los señoritos y señoritas del Parlamento. Cualquiera diría, ¿no habría sido más apremiante, más prudente, más sensato y menos absurdo destinar por ejemplo esos tres millones de euros a la vacuna española en vez de a la dieta sana y ecológica de los parlamentarios? ¿No reportaría muchísimos más beneficios esa vacuna, permitiendo inmunizar a más españoles más rápido y a España producir su propia vacuna para su población, con el propio beneficio económico que eso supondría y dando lugar a una recuperación económica más temprana? ¿No podría salvar a muchas empresas de la quiebra, no podría salvar a muchas familias de la pobreza, no disminuiría en algunos kilómetros esas filas de gente pidiendo para comer porque no tiene nada, no se aliviaría un poco más el gasto y la presión hospitalaria, no se ahorraría España a mayor cantidad diaria de cientos de muertos, que se dice pronto pero son cientos de familias destrozadas diariamente y cientos de vidas perdidas sin necesidad?

Cualquiera podría decir que sí, que efectivamente buena parte esos beneficios podríamos verlos con la vacuna española –que no es porque sea española sino por lo comentado– ya en circulación. Cualquiera podría decir que efectivamente nos libraríamos de buena parte de esos males con la vacuna española ya en circulación –ya que las desarrolladas en otros países llegan con cuenta gotas, cuando no se pierden en el limbo miles de ellas, y salen muy caras–. Cualquiera lo diría. Pero parece ser que muchos de los representantes de la soberanía nacional no, están a otras cosas. Están más atendiendo a la intención de voto, a ganar las próximas elecciones para que su carrera política quede bien asentada, a si monarquía o república, a si España es una cárcel de pueblos o no, a si es necesario decir todes porque la palabra todos es machista, a maquillar las cifras de una gestión sanitaria y económica que no puede dar más vergüenza, están a hacer propaganda, a llamarse fascistas y comunistas, a fomentar disturbios, a colocar a amigos, a inventar cargos y problemas absurdos de los que ser la solución nunca solucionada, a mentir a los españoles sistemáticamente, a hacer del disimulo y del ombliguismo política. Están a sus cosas, al interés propio. Y eso también es una forma de corrupción aunque no sea delictiva –aunque en muchos casos sí lo es–. Y es una corrupción todavía mayor y más grave, aunque ya es bastante miserable, que robar unos cuantos –cientos, miles– de millones de euros de dinero público, tan necesario.

¿Qué hacer? ¿Qué hacer ante toda esta farsa tan dramática? Pues desde nuestras páginas al menos denunciar permanentemente esta situación, y pedir a los españoles que no se dejen engañar. Que es posible, al menos, si uno sale de la microscópica visión que permiten muchas ideología, no caer en las trampas propias de la política, sobre todo de la política parlamentaria. Y a nuestros gobernantes que salgan de sus torres de marfil, que abandonen esa desconexión tan absoluta entre su nube política y la realidad de los sumisos gobernados, que sean prudentes aunque sólo sea por interés propio, porque no hay mejor propaganda que gobernar bien.

 

Emmanuel Martínez Alcocer