Al aprobar un estatuto manifiesta, flagrantemente anticonstitucional, el gobierno y los diputados que lo han hecho no han destruido la Constitución, como a veces se dice, sino que se han puesto fuera


Al aprobar un estatuto manifiesta, flagrantemente anticonstitucional, el gobierno y los diputados que lo han hecho no han destruido la Constitución, como a veces se dice, sino que se han puesto fuera de la ley. Pues solo faltaría que reconociéramos a un grupo de políticos corrompidos o irresponsables la facultad de situarse por encima de la ley.
Tenemos, pues, un gobierno ilegal. Esta es la realidad, y a ella debemos atenernos: se trata de un golpe a la Constitución, de un golpe de estado, el reto más grave, con mucho, que hayan sufrido la paz y la libertad de los españoles desde la Transición, harto más grave que el 23-F.
Las sociedades, señaló Toynbee, evolucionan o se hunden afrontando los retos que la historia les presenta, y esta es la ocasión en que, o vuelve a imponerse el espíritu y la letra de la ley, y con ella la convivencia en democracia, o se impondrá una caterva de políticos de cuya deleznable calidad moral e intelectual hemos tenido sobradas pruebas a lo largo de bastantes años, y de los que sólo podemos esperar una rápida descomposición de la sociedad española. Y, en el segundo caso, ni la paz ni la libertad serán ya posibles, porque es el respeto a la ley, precisamente, lo que las garantiza.
Muchos se dejarán engañar pensando que la ciudadanía se someterá a su propio envilecimiento, aceptará sustituir la Constitución por el chanchullo entre políticos indignos, y que eso sería preferible a cualquier crispación o enfrentamiento. Vana e ilusión, además de necia. La caída de la ley significa la entrada en el reino del despotismo y la arbitrariedad, y, con ambos, de la violencia. Es indispensable reaccionar, es preciso articular un amplio movimiento cívico que frene el deterioro y exija, a su debido tiempo, responsabilidades a los golpistas, antes de que el estado y la sociedad entren en un proceso irreversible de ruina.
**********Qué hacer. Según un típico argumento demagógico, la democracia es falsa porque consiste en votar cada cuatro años y dejar luego la política en manos de los partidos. Pero eso no es malo. Si todo el mundo estuviera preocupado de decidir en política cada día, la sociedad se volvería un caos. Sin embargo, en situación de crisis, cuando “los ministros, criados que saquean la casa, esperan la hora sombría en que la España agonizante muera”, como hizo decir Víctor Hugo a su Ruy Blas; cuando unos políticos indeseables, en asociación con los separatistas y terroristas, preparan la disgregación de España en un amasijo de seudonaciones… cada ciudadano debe plantearse qué hacer.
De una crisis la sociedad sale fortalecida o hundida, depende de cómo la afronte. Por lo tanto, dejémonos de perder tiempo y energía en lamentaciones. Los enemigos de España y de la libertad no son tan fuertes; en rigor, su aparente fortaleza procede de nuestra desunión y de nuestra absurda sensación de debilidad. Las quejas han de dejar paso a una resuelta acción cívica, sin derrotismos pueriles. De esta crisis, la España democrática tiene que salir fortalecida, y ello depende de todos nosotros, de los ciudadanos de a pie dispuestos a no aceptar lo inaceptable. Ya hablaremos de los medios, pero no olvidemos que la actitud es lo fundamental. Los mejores medios sirven de poco en manos de los claudicantes, y quien tiene claro su deber encontrará los medios precisos.
Piense cada cual, como aconsejaba Julián Marías, no en lo que “va a pasar”, sino en “lo que puedo hacer”. Lo que puede hacer cada uno por su cuenta, y lo que puede hacer de forma organizada. En cuanto lo pensemos fríamente, veremos muchas perspectivas. Por lo pronto, cada uno ha de tomar clara posición frente un gobierno manifiestamente ilegítimo e ilegal. Seguiremos tratando estas cuestiones.