Es hora de plantearse una reforma a fondo del sistema de las autonomías.


El año pasado, el trágico incendio de Guadalajara demostró los defectos funcionales del sistema autonómico y puso de relieve la necesidad de acentuar la integración del Estado. Era posible corregir la situación, pero no se hizo. Este verano se ha vivido una situación semejante en Galicia. La incompetencia del gobierno autonómico desembocó en una tardía y angustiada petición de auxilio al Gobierno central. La reacción del Gobierno de la nación fue, primero, atacar a la oposición, y después, movilizar al ejército, medida efectista, pero no más sensata que enviar bomberos al Líbano. Bien: han pasado las semanas y ha quedado nuevamente de manifiesto que el Estado de las Autonomías funciona mal, pero el error sigue sin corregirse.

El sistema autonómico dispone de recursos para frenar la dispersión administrativa, pero nadie los usa. Al contrario, lo que vemos todos los días es cómo se intensifica el particularismo, el egoísmo de cada comunidad, en perjuicio del conjunto de la nación. Es hora de plantearse una reforma a fondo del sistema de las autonomías. Ya se trate del fuego o del agua, esto no puede seguir así.