Estimados Amigos y simpatizantes de la Nación:
El pasado día 20 de enero se produjo en Washington DC la ceremonia con la que culmina el traspaso ordenado del poder, que es como llaman en USA al cambio de titular en la presidencia del gobierno.
La relación entre los Estados Unidos de América y España viene de atrás. Desde la ayuda prestada por España a las Trece Colonias frente a Inglaterra, hasta la Cumbre de las Azores, pasando por el Tratado de San Lorenzo, el Tratado de Adams-Onís, la Guerra hispano-estadounidense, los Pactos de Madrid del ’53, el veto de USA a España en el uso de armamento de procedencia estadounidense en la Guerra de Ifni, el Tratado de Amistad y Cooperación entre España y los Estados Unidos de América (iniciado su negociación en el 1975 y finalmente ratificado en 1976) o la propuesta de EEUU a la OTAN sobre la entrada de España en dicha organización también en 1975 (rechazada por los aliados hasta que España no se convirtiera en una democracia homologada), &c.
Las relaciones entre España y Estados Unidos en época reciente se han conceptualizado bajo una falsa dicotomía: atlantismo frente a europeísmo. Zapatero hablaba de volver al corazón de Europa y de considerar aliados naturales a Alemania y Francia, al tiempo que confundía al titular de la Presidencia de los Estados Unidos con los propios Estados Unidos (peligro que, parece, puede repetirse ahora). Aznar, por el contrario, no supo o no quiso explicar en España la importancia que en el futuro iba a tener el eje atlántico (idioma mediante) para España, aunque sí lo comunico a empresarios extranjeros.
Aunque el nuevo presidente useño es en gran medida una incógnita, no sólo porque ha sido presentado en la prensa como un estúpido o un loco (en el que sería muy difícil distinguir ocurrencias o humoradas de sus verdaderas posiciones), sino principalmente porque la praxis política depende en su mayor parte del éxito en llevar a término —en vencer la resistencia— los planes y programas del grupo en el poder (y que en la medida en que los planes están dados, y se les pueden oponer otros, no pueden entenderse como simples gracias de mal gusto).
Aunque unas elecciones se pueden leer en muchas claves (y las últimas elecciones americanas han sido leídas de muchas formas: urbanitas y ruralistas, cosmopolitas y localistas, globalistas y soberanistas, blancos y minorías raciales, anglosajones e hispanos, universitarios y no graduados, jóvenes y maduros &c.) todas están dadas a la escala de la contienda electoral, y se ajustarán o no según cada caso. Lo que tiene más interés es evaluar qué supone una propuesta como la de Trump (que, hay que reiterar, no es sólo suya) y que motivos objetivos hay para que cuaje (más allá del apoyo de los diversos grupos de la sociedad useña, cuáles son las razones del concierto internacional que llevan a que la propuesta ganadora pueda, no ya realizarse, sino simplemente plantearse).
El concierto internacional actual nace tras la Segunda Guerra Mundial. La ONU se crea precisamente en 1945, su ideología es la del orden que entonces se instaura. Los países con derecho a veto en su Consejo de Seguridad son las potencias vencedoras. USA ha sido, como primera potencia, la garante de dicho orden. La historia de la segunda mitad del siglo XX es la historia de la disputa de dicha hegemonía por la otra gran potencia vencedora hasta su desfallecimiento en forma de caída. La disolución de la URSS que culmina en la Navidad del ’91 hizo que algunos se precipitarán a confirmar la verdad de las tesis de Fukuyama. Pero la Historia no ha terminado. Rusia fue dada por acabada y tras el 11-S fue considerada por Estados Unidos una aliada más en la garantía de la seguridad internacional. El conflicto de USA con Rusia, más o menos latente, desde entonces, más allá de unos intereses verdaderamente contrapuestos, tiene que ver con la inercia histórica, incluyendo en tal inercia la construcción americana de la UE.
Rusia y Estados Unidos no chocan hoy económicamente. El conflicto de los últimos años nace de la política de alianzas de Estados Unidos y el choque de los intereses de sus aliados y los de Rusia. A ojos de lo ocurrido en Afganistán, con lo que ni la URSS —ni luego Rusia— ni Estados Unidos contaban es con el Islam. Sin embargo, lo que era una magnitud despreciable en tiempos ahora ya no lo es. Y frente a dicho actor, Rusia no es para USA un enemigo.
El Presidente Trump anticipa un giro, que puede no realizarse, en el que el principal enemigo para Estados Unidos ya no es Rusia, sino China. La distancia que marca el Río Amur no es suficiente, y aunque China ha sido aliada de Rusia (BRICS mediante) para conseguir el ansiado mundo multipolar, la multipolaridad no es estable: el auge de China la está amenazando antes de haberse logrado.
No se puede decir que Estados Unidos haya desfallecido ya en su labor directora del concierto internacional. Aunque su cansancio es evidente, su repliegue relativo puede solamente indicar que está cogiendo fuerzas para la batalla que se avecina y aprovechando para soltar lastre (¿UE?)
Ante esta situación, harían bien nuestros políticos en mirar de frente el tablero y replantear seriamente cuales son las amenazas y oportunidades que se presentan para España en este nuevo contexto.
Tristemente ninguno de los cuatro partidos discuten en lo más mínimo el europeísmo (ni siquiera para defenderlo de sus ataques). Aunque no se puede ser ingenuo y pensar que España puede quedar al margen de acuerdos de diversa índole con los países de su entorno (no es lo mismo ni integran los mismos países la Eurozona, que la UE, que la EEE, que la zona Schengen, que el Consejo de Europa &c.). Sin embargo, nadie puede ser aliado o considerarse amigo de otro si el otro no quiere tu alianza o amistad. La guerra no se evita con la voluntad expresa de una de las partes de no ir a la guerra. Y en ese sentido la ingenuidad de los diferentes partidos es manifiesta.
El PP, en su Ponencia «Europa y nuestro papel en el mundo» para el futuro 18º Congreso Nacional que se celebrará en febrero hace gala de europeísmo, como si el futuro de la UE fuera una decisión exclusiva de España ante la que hay que posicionarse. Sin ir más lejos, en la campaña electoral del PSOE para las elecciones del 26 de junio daba por supuesto el futuro como actor internacional de la UE: tres días antes se celebró el referéndum británico sobre la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea. En ese sentido, el papanatismo de Ciudadanos va más allá. Reitera su iniciativa para hacer del inglés la lengua vehicular en España, al tiempo que da por supuesta la ciudadanía europea. El caso de Podemos es más complejo, aunque han venido haciendo gala de europeísmo, no tienen posiciones demasiado claras en política exterior. Y en los conflictos por el poder que están teniendo en su seno las relaciones internacionales tampoco parecen ser uno de los ejes de la disputa. Hoy no hay partido con representación parlamentaria que se plantee una política distinta en la cuestión de la UE que la que se deduce del europeísmo ambiente.
Obviamente se puede ser europeísta, defensor de la integración europea y de la UE, pero ¿de qué modelo de Unión? Parece que cabe seguir hablando de la UE tras la voluntad manifiesta de Reino Unido de su abandono pero, ¿cabría seguir tomando a la UE como referente para definir nuestra política exterior si el país que abandona la UE es Francia (o Bélgica, o Austria o Alemania)? ¿Con cuántos o el abandono de qué países de la alianza harían que seguir hablando de Unión Europea sea impropio? ¿Puede mantenerse la UE frente al avance ruso —si Estados Unidos se repliega—? Lo que clama es que, aun concediendo que la ruta que haya que seguir es la europea, no parezca haber planes en marcha para salvar las posibles contingencias que en dicho viaje se puedan producir.
Sería conveniente discutir que espacios puede tener la Nación española en este contexto internacional, cuáles son los intereses de España a esta escala, qué razones hay detrás de la incapacidad de hablar de relaciones exteriores desde España (sin dar por supuesto una instancia superior desde la que se hable, se llame Europa o Humanidad) y en qué medida esa incapacidad de discutir públicamente (políticamente) de política exterior debilita la propia política exterior de España y la deja a expensas de teorías (e intereses) foráneos.
Fundación para la Defensa de la Nación Española.