
Javier Ruiz Portella, España no es una cáscara. Ediciones Ãltera, Barcelona 2000, 126 páginas. Prólogo de Eugenio TrÃas.
Negar y afirmar a la vez la identidad colectiva: tal es la paradoja sobre cuyo análisis se articula «este inteligente ensayo» (así lo califica Pío Moa) que arremete de forma absolutamente original contra los separatismos que nos corroen. Llega, en efecto, hasta a reconocerles una cierta grandeza: la de colocar en el corazón de la vida colectiva cosas tan poco «prácticas», tan «absurdas» dentro del materialismo hoy imperante, como la lengua, el pasado, la cultura de una comunidad…, aunque limitadas –éste es el problema– a una Cataluña y unas Vascongadas cuya especificidad el autor reconoce y reivindica sin vacilar.
Hay grandeza, sí –sobre todo en los grises tiempos que corren–, en amar al país de uno. Pero cuando, para amarlo, resulta que hay que odiar a otro país, esta grandeza se convierte en miseria. Es más: la miseria se suma a la idiotez cuando resulta que el país así odiado… ¡es el de uno mismo!
Tal es la locura del separatismo: la de considerar que para afirmar cosas tan grandes como la lengua, la historia, la identidad de un país –vasco o catalán, en este caso– hace falta repudiar, reducir a una cáscara, la lengua, la historia, la identidad de esa España a la que tanto Cataluña como las Vascongadas están, desde hace siglos, indisolublemente unidas.