Horroroso, esto es horroroso. Pero un horror extraño. Un horror normalizado. Un horror objetivo en el que vive toda una región, casi todo un país. Un horror sordo, que se ha ido implantando año por año, colándose poco a poco. Sin prisa pero pasito a pasito. Haciendo mucho ruido pero, a la vez, pasando desapercibido, con constantes denuncias aplacadas con más ruido mediático. Y es que quizá interesaba, por parte nacionalista y parte no nacionalista, que esto se fuera normalizando a pesar delos avisos de unos pocos. Porque había que pactar con Pujol y los pujolistas herederos para sacar adelante los presupuestos, para apaciguar, para contentar, para que estén tranquilos en su feudo y nos den el apoyo necesario cuando lo pidamos. Porque también hay que comprenderlos y respetarlos, ellos que habían estado oprimidos y silenciados siempre. Con Franco, el redivivo y despiadado Franco, durante cuarenta negros y monolíticos años en los que España no era plural y diversa sino un bloque de hielo vestido de gris militar.

Y es que cómo no los vamos a respetar, si somos demócratas, si en democracia todo cabe mientras no sea violento -porque no es violento, por supuesto; el secesionismo nunca lo es y no hay violencia si no hay golpes-. Hablando se entiende la gente y nos podemos tomar un café para todos. España es lo de menos. Comprensión. Sobre todo comprensión. Y diálogo, hasta en la sopa. Que no se entere el servicio de la de millones que estamos negociando mientras dialogamos.

¿Qué importa esta pequeña inundación de lacitos amarillos? ¿Qué importa que haya dinero para pagar embajadas millonarias, asociaciones lavacerebros, pintura para embadurnar las carreteras de Cataluña, jaulas aquí y allá para que unos cuantos trastornados se metan e identifiquen con sus amados líderes encarcelados? ¿Acaso no tiene importancia el dinero que se destina en pagar abogados, presos fugados, referéndums ilegales, televisiones, radios y periódicos para difundir el ponzoñoso mensaje? ¿Acaso no es de interés nacional que eso ocurra en una -en más de una- región española y después no haya dinero para las cosas importantes? Por no hablar de los fraudes al fisco y miles de turbios negocios -aunque en eso no hay ninguna diferencia en Cataluña con el resto de España-. Lo importante es sacar dinero y que ellos, los nacionalistas, estén tranquilos en su territorio. ¿Qué importa que haya dinero para eso pero no para mejorar los hospitales y los servicios sanitarios, para mejorar los transportes y carreteras, los servicios sociales? Quizá eso sea más importante que el hecho de que en Barcelona haya aumentado la delincuencia en un 17,2% convirtiéndose en la ciudad más peligrosa de lo que queda de España; o que en Cataluña haya aumentado un 11,63% convirtiéndose en la región más insegura de la nación. Quizá sea más importante pagar cadenas autonómicas y sueldos astronómicos que destinar los esfuerzos y el dinero en reestructurar y mejorar las fuerzas de seguridad. Porque lo que importa es ser independientes aunque nos vacíen los bolsillos en el metro, nos violen en el Raval o nos den de navajazos día sí día también.

Por otro lado están aquellos habitantes de Cataluña que no son secesionista -llamemos a las cosas por su nombre; no es independentismo porque Cataluña no puede independizarse cuando nunca ha sido independiente-. Muchos de ellos, los que tienen una lucidez mínima para ver lo que está pasando -mínima porque tampoco es algo que se esconda, porque cualquiera puede verlo- son perseguidos, amenazados y vejados. ¿Por qué las autoridades regionales o estatales no mueven un dedo para defender a estas personas cuando los secesionistas publican sus datos privados, por ejemplo, para marcarlos socialmente, para que puedan ir a sus casas a acosarlos o para vejar a sus hijos en los colegios? Porque hay que respetarlo, porque no hay que imponer tu propio pensamiento a los demás. Porque en democracia esas cosas quedan feas. Porque los sentimientos están por encima de la ley y lo que falta es diálogo. ¿Pero cómo se puede respetar que quieran destruir el país de todos y encima por engaños y patrañas racistas? ¿Cómo convivir cuando la situación cada vez es más tensa -y llena de tabús si quieres evitar el conflicto- y los verdugos se visten de víctimas? O los visten de víctimas, los legitiman y refuerzan como víctimas.

Los secesionistas van ocupando los espacios públicos, cubriéndolos con símbolos de su fantasía victimista, pero quien los quita y pide que se respete lo que es de todos es tachado de fascista. Si se divide a las familias y amigos, ¿cómo se puede convivir? ¿Cómo se puede tener una convivencia vecinal adecuada si unos cubren los balcones con esteladas y otros tienen que soportarlo? ¿Cómo se pueden tratar como iguales cuando hay unos que se consideran superiores a otros, incluso racialmente? ¿Cómo cuando se están viendo como enemigos?

No sólo eso, puedes escuchar a menudo cómo los más recalcitrantes falsean lo cotidiano -como todo lo demás- quejándose de que no pueden usar «su» lengua -lengua que, por cierto, ya ni los adoctrinados jóvenes saben hablar en condiciones, tan pésimo es el sistema educativo-. Una lengua, por lo demás, omnipresente en cartelerías, indicaciones, letreros, edificios y lugares públicos e instituciones impidiendo a unos y a otros el constitucional derecho al uso del español -que no del castellano-, que también es la lengua de Cataluña (y del País Vasco, y de Galicia, y de Cuba, y de Venezuela, y de Chile y a este paso también de Estados Unidos).

Si bien, es cierto que hay de todo, que no todo es tan negro -aunque no falten empeños para que siga aumentando-, que en no todos los sitios existe el problema lingüístico o de convivencia. Aunque sea en reductos. Es cierto que todos los secesionistas no son iguales y que los hay con capacidad de respeto -siempre que no se abunde mucho-. Es cierto que en Barcelona por la calle puedes escuchar más español que catalán. Pero también es cierto que todo esto que hemos relatado -y muchas otras cosas que nos dejamos- es algo que está en el ambiente. Permanente, como una nube negra sobre las cabezas amenazando con tormenta. También es cierto que las instituciones están totalmente corrompidas y podridas de nacionalismo, que su único objetivo es seguir impulsando estos horrores normalizados -tanto que incluso para gentes no nacionalistas pasan desapercibidas situaciones esperpénticas y hasta elementos racistas porque, claro, es algo que se lleva viendo aquí desde hace muchos años-. También es cierto que el Estado, las leyes que deberían regir a todos los españoles, tiene escasa presencia aquí y quien se quiere oponer poca esperanza puede tener -y mejor que sea así- de que vaya a tenerla. Porque claro, ¿para qué imponer la ley, tan sólo eso, cuando es mejor negociar y no revolver las cosas? No vaya a ser que la cosa se ponga muy fea y dentro de unos años no me voten.

También es verdad que nuestros pésimos gobernantes sólo van a hacer algo cuando no quede más remedio. No van a hacer lo necesario a no ser que los obliguemos. Como sea. Aunque sea no votándolos.

Quizá no haya una solución clara, quizá sólo con hacer cumplir la Constitución -madre de tales hijos, por otra parte- sería ya mucho. Quizá suficiente. Si obviamos el hecho escandaloso y vergonzoso de tener que reclamar que se haga cumplir la Constitución en cualquier rincón de nuestro solar patrio. Pero lo que sí es posible afirmar es que toda esta normalización del esperpento, todo este delirio colectivo, no es la solución. Que no lleva a nada bueno y que continuar llamándonos fachas y lazis poco soluciona. Que hasta que no se expulse al nacionalismo -que ya ha demostrado que sólo tiene la fuerza que se le deja tener- esto no acabará. Que hay muchas cabezas destrozadas, muchas, y quizá irrecuperables, pero que del futuro nada se conoce y quizá no haya nada irreversible.

Sólo cabe esperar, y quizá esta sea la única forma de esperanza que nos podamos permitir, que no tengamos que llorar lo perdido.

 

Emmanuel Martínez Alcocer