El Mundo

Gibraltar se ha tomado hoy el día de fiesta y se ha metido una fervorosa inyección de patriotismo para saludar la visita de la familia real británica, encarnada en el conde de Wessex, Edward Windsor, hijo menor de la reina Isabel II, y su esposa, Sophie Rhys-Jones.

El viaje real de los condes de Wessex se enmarca en la celebración de los 60 años de reinado isabelino, pero su coincidencia con el reciente empeoramiento de las relaciones políticas entre España y la colonia por la disputa sobre las aguas territoriales y los pesqueros españoles ha hecho que la población se haya volcado más en las calles que con la anterior visita real, la de la princesa Ana en 2009.

Miles de personas de todas las edades, credos y condición social han convertido la recepción al hijo de la reina en un gesto de afirmación de su identidad británica y de fuerza popular ante España. Así lo admitían varios gibraltareños que esperaban en Main Street a la pareja real y el propio ministro principal de la colonia, el laborista Fabian Picardo, que ha reconocido a periodistas españoles que la situación bilateral actual ha movilizado a una población que a su juicio se siente atacada por su vecino. «Siempre hay gente [recibiendo a los miembros de la Familia Real británica], máxime cuando nos están atacando».

Picardo ha dicho que la colonia británica se siente «atacada y hostigada» por España después de que haya denunciado ante la Unión Europea el nuevo régimen fiscal gibraltareño. «Nos defenderemos ante los tribunales», ha advertido.

Picardo ha considerado también un «ataque» el hecho de que la Guardia Civil «entre en aguas de Gibraltar como si fueran suyas», en referencia al conflicto con los pescadores españoles. Preguntado sobre si ha trasladado estos problemas al príncipe Eduardo, Picardo ha dicho que es «importante que vea lo fuerte que late el corazón británico» de los gibraltareños

Aunque de modo rutinario las visitas de la realeza británica a Gibraltar despiertan la consabida muestra de disgusto más o menos elevada de tono del gobierno español, el programa en sí de la visita real de Eduardo es inocente y ‘light’, con actos carentes por completo, en apariencia, de cualquier referencia política a España.

Su agenda de esta mañana ha consistido en un continuo baño de masas. Tras aterrizar al mediodía en un avión de British Airways en el aeropuerto de Gibraltar, escuchar las salvas de saludo y pasar revista a una guardia de honor de los tres ejércitos en la pista junto al hangar de la Royal Air Force y bajo la mole del Peñón, la pareja ha ido al corazón comercial de la ciudad, en la Piazza, para ver una actuación musical de niñas vestidas de amazonas inglesas y de marineras.

Banderas de la Union Jack
A continuación, acompañados por el primer ministro local y la mujer de éste, una antigua miss de belleza, han recorrido a pie Main Street saludando, sonriendo, repartiendo carantoñas a niños y bebés y charlando brevemente con la gente que se agolpaba en las aceras ornados con una gran parafernalia de banderas de la Union Jack, hasta, en medio de una ovación, entrar en el Convent, el antiguo convento franciscano que es sede del gobernador británico en Gibraltar desde 1711, para almorzar.

En el jardín del pequeño edificio, saqueado, por cierto, por los piratas de Barbarroja en 1540 (cuando aún era un convento español, claro; los británicos no lo habrían permitido después), tienen previsto plantar un árbol en conmemoración del Jubileo de Diamante de la reina Isabel II, antes de ir por la tarde al astillero, visitar (la condesa sola) a la asociación de orientación a jóvenes Girl Guide y colocar (de nuevo juntos) la primera piedra del monumento dedicado también al Jubileo de su madre en el parque de la Commonwealth. Su día acabará en el lujoso Rock hotel, donde se alojan.

La visita, que acaba el miércoles a las 13.00 horas con la partida desde la nueva terminal del aeropuerto, continúa mañana con un encuentro con los militares británicos de la fuerza aérea y más encuentros con representantes de la sociedad civil.