El Gobierno de la Nación y el Senado, no tendrán más opción que aplicar el artículo 155 de la Constitución y suspender la autonomía vasca.
29-09-2007-Periodista Digital
(PD/Agencias).- Si el lendakari Ibarretxe persistiera en su anunciado proyecto de celebrar un referéndum independentista el 25 de octubre de 2008, las instituciones competentes del Estado, es decir, el Gobierno de la Nación y el Senado, no tendrán más opción que aplicar el artículo 155 de la Constitución y suspender la autonomía vasca.
Estamos ante un chantaje sin precedentes a España, a la que Ibarretxe pone una pistola en la sien y le insta a ceder por las buenas o por las malas, ya que, según su planteamiento, o se llega a un acuerdo en términos satisfactorios para los nacionalistas o sigue adelante hasta proclamar la independencia tras una segunda consulta en 2010.
Zapatero ha cometido el imperdonable error de negociar con los nacionalistas el concepto de nación, el modelo de Estado y los símbolos nacionales.
Ha cedido tanto ante los nacionalistas que parte de los suyos -el PSC- aliados con ERC e IU se han atrevido a formular la inconstitucional propuesta de que el presidente sustituya al Rey como jefe del Ejército. De aquellos polvos, vienen estos lodos.
Para expresarlo con una metáfora, los errores y las frivolidades de Zapatero han prendido fuego al bosque y ahora el presidente carece de capacidad y argumentos para actuar de bombero.
Ibarretxe ha hecho bajo el mandato de Zapatero lo que no se atrevió a hacer con Aznar: poner fecha al referéndum de su plan secesionista.
No es una coincidencia irrelevante, sino todo lo contrario; es la explicación de por qué el lendakari, cinco años después de anunciar por vez primera su plan soberanista, y dos años y ocho meses después de que el Congreso lo rechazara, se atreve a redoblar su órdago contra el orden constitucional.
El contexto le favorece, porque se sube al movimiento nacionalista radical impulsado por Esquerra Republicana de Cataluña y el Bloque Nacionalista Gallego, socios del PSOE con cuyos votos se invistió Zapatero y se sostiene su Gobierno.
También, porque enfrente tiene al Ejecutivo más débil y desnortado de la democracia, responsable plenamente, eso sí, de una política de desnacionalización del Estado sin precedentes, ejecutada mediante pactos políticos y reformas legislativas que lo han debilitado.
Los nacionalistas nunca han tenido como ahora condiciones tan favorables para el logro de sus objetivos. Y son tan conscientes de esta coyuntura que actúan con la convicción de que no existe un Gobierno de la Nación dispuesto a oponerse con todos los recursos legales a sus iniciativas secesionistas.
En este final de legislatura, Zapatero está recogiendo lo que empezó a sembrar desde el primer día de su mandato. Decía por entonces que el plan del lendakari era consecuencia de la intransigencia de Aznar, pero los hechos demuestran que el último Gobierno del PP impugnó la propuesta soberanista del lendakari ante el Tribunal Constitucional, modificó el Código Penal para castigar la convocatoria ilegal de consultas y referendos -delito derogado por el Gobierno de Zapatero- y creó las condiciones de firmeza suficientes para que, entre otras cosas, accediera a la presidencia del PNV un pragmático como Josu Jon Imaz, defenestrado ahora principalmente porque el presidente del Gobierno ha hecho inútiles a los nacionalistas moderados al premiar a los más extremistas.
Purgado el PNV de cualquier tentativa moderadora y aupado por una coyuntura de la que jamás habían dispuesto los nacionalistas en la historia de la democracia, Ibarretxe lleva a su Gobierno y al nacionalismo vasco a las posiciones políticas más extremistas, instalándose definitivamente como una amenaza directa para la estabilidad del Estado y del orden constitucional.
A este nacionalismo no le va a convencer nada el «patriotismo seductor» patrocinado por el Gobierno como coartada de su indolencia ante el incumplimiento de la ley de banderas, ni resulta permeable a un entendimiento político racional y sensato entre las diferentes opciones políticas. Sólo recula cuando se enfrenta a la aplicación estricta de la ley y a la decidida determinación de las instituciones del Estado de no dejarse avasallar, de replicar cada envite soberanista y de mantener sin concesión alguna la unidad nacional y el orden constitucional.
La levedad política de Zapatero es el principal obstáculo del Estado para responder adecuadamente a Ibarretxe.
En enero de 2005, el presidente del Gobierno forzó un debate parlamentario sobre el plan del lendakari cuya finalidad última no fue zanjar la intentona secesionista del nacionalismo vasco, sino entregar al PSOE la iniciativa de un cambio político en la estructura del Estado y, especialmente, en la relación del País Vasco con el resto de España, para convertirla en el capítulo principal de la negociación con ETA y Batasuna, que ya para entonces estaba en marcha.
El lendakari se ha limitado a aprovechar el fracaso absoluto de Zapatero en el proceso de negociación con los terroristas y a rentabilizar la pérdida de autoridad moral y política de un Gobierno que difícilmente puede reprochar al Ejecutivo vasco que promueva lo que él mismo aceptó discutir en la mesa política constituida con los terroristas y Batasuna.
Aunque Ibarretxe no ha empleado términos delatores como «independencia» o «autodeterminación», su análisis es plenamente coincidente con el de ETA: ambos comparten la idea de que hay un conflicto político en el País Vasco que está causado por la negación al pueblo vasco de su «derecho a decidir».
Por eso, la «hoja de ruta» que propuso ayer Ibarretxe es fiel al Acuerdo de Estella y acaba en el mismo escenario que defienden los terroristas con sus bombas y asesinatos.
Zapatero y su Gobierno, más obsesionados en atacar al PP por cualquier motivo que en responder con contundencia a la meditada ofensiva soberanista, está llevando al Estado a un punto crítico de debilidad e indefensión frente al nacionalismo.
Sus pactos en Galicia y Cataluña lo hipotecan. La mutación filonacionalista del PSE en el País Vasco lo deslegitima. No representa una autoridad disuasoria, sino un estímulo para las continuas acometidas de los nacionalismos. El desafío de Ibarretxe es la prueba.