Y a los historiadores se les viene adulando, presentándolos como expertos del futuro, magos o profetas


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FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR

Día 02/10/2011

A la Historia se le han atribuido, desde antiguo, peregrinas y estrafalarias funciones que iban desde la adivinación del porvenir hasta el necesario adorno cultural de las sociedades opulentas. Como un buen cuadro en un salón o una estatua en el centro de un parque. Y a los historiadores se les viene adulando, presentándolos como expertos del futuro, magos o profetas. Las preguntas sobre el más allá o la adivinación corresponden, sin embargo a otros entretenimientos menos científicos. La Historia no es maestra de la vida, ni profeta de nada: es sólo lo que hace la humanidad a través del tiempo y su conocimiento, por muy perfecto que sea, no está probado que contribuya a evitar errores. El historiador no es un arquitecto de futuros sino un trabajador de la actualidad, cuya misión es la de proporcionar soluciones y oficiar el arreglo del presente.

La Historia tiene la obligación de ser fiel a su sentido de cambio y servir de musa y agente de las transformaciones positivas. Destinada a ser arma científica del progreso, es un instrumento idóneo para describir la crónica humana hacia la utopía necesaria y al mismo tiempo para desenmascarar los falsos privilegios, las turbias plegarias, las imposturas y apaños. El verdadero historiador, formado como un perito en sociedades y no en reliquias, experto en movimientos políticos, mutaciones económicas y aspiraciones sociales; que conoce mejor que nadie la mudanza del pensamiento y las esperanzas humanas, a través del tiempo, está preparado para reivindicar la única función de la Historia: actuar en el presente haciéndolo más favorable y positivo para todos.

Hablemos, pues, del antes y el ahora, mejorando el hoy con los datos que nos haya legado el ayer; utilicemos las aportaciones científicas de la Historia para conseguir que, contradiciendo al poeta, cualquiera tiempo pasado sea peor.