Califica de «maléficos» a los españoles que se rebelaron


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8-7-2008 – EL IMPARCIAL

E. Viñas. Madrid

La exposición «Goya en tiempos de guerra», en el Museo del Prado hasta el 13 de julio, ha despertado la polémica por el contenido de alguna de las cartelas que acompañan a cada sala temática. Ciertas afirmaciones históricas e interpretativas califican al pueblo español de «agresor» contra los franceses, y transmiten un perfil del ciudadano de entonces «maléfico» y «falto de humanidad». Además, las circunstancias que llevaron al aragonés a pintar la serie «Tauromaquia», en la exposición asociadas al drama brutal que vivió durante la guerra, se entienden más desde una visión actual que en el contexto de principios del sigo XIX.

La visita a la exposición dedicada a Goya en el Museo del Prado no deja indiferente a quien pasee con la mirada puesta en el contenido de las cartelas que acompañan a los cuadros del genial pintor. Ideas polémicas como que «la violencia ejercida por el pueblo provocó la violencia igualmente cruel de los franceses contra sus agresores», invitan a indignarse por la falta de decoro con nuestros compatriotas. El argumento de la brutalidad encuentra en los dibujos de Goya sobre los toros, el reclamo para, aparentemente, transmitir un sentimiento de repulsa a la violencia de la fiesta nacional.

«En contra de las conmemoraciones interesadas de aquel tiempo sobre las víctimas del 2 de mayo, aquí como en los Desastres de la guerra, Goya resaltó la locura e irracionalidad de la violencia que lleva a los seres humanos a enfrentarse hasta la muerte. Los cuadros están pensados como un díptico inseparable en que grupos y figuras paralelas subrayan que la violencia ejercida por el pueblo contra los franceses, provocó la violencia, igualmente cruel, de los franceses contra sus agresores. Goya reflejó aquí la crueldad inhumana y el terror ante la muerte, a la que se enfrentaron unos y otros.»

Según el historiador Don José Manuel Cuenca Toribio, experto en los acontecimientos de la Guerra de la Independencia, «es cierto afirmar que el pueblo español agredió a los franceses, pero hay que aclarar que fue así porque previamente lo estaban haciendo ellos con lo que más querían». Para el académico, «gramaticalmente la afirmación que se puede leer en la exposición denota una verdad falseada y deviene en una manera muy anfibológica de expresarse, dando doble sentido a los términos de una modo muy inteligente». Además, apunta que en vez de abusar repetidas veces del término «violencia», lo correcto habría sido hablar de «represión».

«La representación de la violencia extrema es el argumento de numerosas composiciones de los Desastres. El ejército napoleónico se muestra como una máquina al frente de los abusos sobre la población civil y ejecutando la represión organizada sobre los contendientes españoles. Pero también el “populacho” asumió el papel maléfico que responde a la falta de humanidad que rige sus acciones irracionales y brutales sobre franceses y afrancesados.»

«Tamaña afirmación es un escarnio, es falsa», dice Cuenca Tobirio. El historiador, que admite «una dimensión violenta del pueblo», considera que «se trata, ante todo, de un pueblo atacado, invadido y violado en lo que más quería». Sobre el «papel maléfico» del «populacho», es claro: «Fue una reacción de supervivencia, y no inhumana».

«La Tauromaquia no ha de ser sólo entendida como una mera ilustración del toreo. Los años en que fue concebida y las imágenes resultantes sugieren que tras esa primera intención subyace la necesidad de Goya de expresar su censura hacia la violencia arraigada en el ser humano de la que ha sido testigo. La brutalidad, explícita desde la primera imagen, deviene en característica intrínseca en la fiesta de los toros, y podemos interpretar esa caracterización de sus protagonistas como una crítica encubierta de la barbarie humana.»

La aparente relación implícita en el texto entre la fiesta nacional y los barbaridades cometidas durante la guerra, es para Cuenca Toribio «arriesgada y deformadora», ya que, según añade, «todo apunta a que Goya era taurófilo por su afición a pintar toreros antes y después de la guerra». Aunque es cierto que los toros se vivían a lo grande por aquellos años, los taurófobos eran una minoría. Entre ellos,
el historiador recuerda las figuras de Egregia, Gaspar Melchor de Jovellanos, «profundamente español y profundamente taurófobo», e, incluso, Fernando VII, que «no era muy amante de la fiesta».