Nos quedamos así desplazados de los centros de decisión y sin posibilidad alguna de influir para proteger nuestros intereses nacionales.
02-06-2007-El Semanal Digital
2 de junio de 2007. El desarrollo de las dos visitas oficiales que acaba de recibir nuestro país, primero del nuevo presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, y ayer mismo de la secretaria de Estado de los Estados Unidos de América, Condoleezza Rice, no ha hecho más que resaltar la inaudita situación de aislamiento a la que la política exterior del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero nos ha conducido en la escena internacional, sin precedentes en la actual etapa democrática.
Aunque la memoria de la opinión pública y de los medios de comunicación suele ceñirse al corto plazo, es imposible no recordar que uno de los puntos fundamentales del programa con el que Rodríguez Zapatero ganó las elecciones en 2004, tras unos atentados que, en definitiva, se atribuyeron a la política exterior que entonces mantenía nuestro país, fue la de cambiar la orientación de la misma para «volver a Europa».
Pues bien, ahora es la Europa en la que pensaba el actual presidente del Gobierno la que no camina en la dirección de España. Tanto en Alemania como en Francia han acabado accediendo a las máximas responsabilidades públicas los candidatos a los que no apoyó Rodríguez Zapatero: la democristiana Angela Merkl, que llegó a ser calificada por aquél gratuita e imprudentemente de «fracasada», y el liberal-nacional Nicolas Sarkozy.
Ambos están de acuerdo en rectificar el fracasado «tratado constitucional» que nuestro presidente del Gobierno se apresuró a someter a plebiscito para demostrar de la manera más inoportuna posible una fe europeísta que en España muchos siguen confundiendo con la aceptación acrítica de cualquier ocurrencia de los burócratas de Bruselas. Nos quedamos así, una vez más, con el pie cambiado en un momento fundamental para el proceso de integración europea, desplazados de los centros de decisión y sin posibilidad alguna de influir para proteger nuestros intereses nacionales.
Pero, si es grave la pérdida en la Unión Europea de la fuerza negociadora que habíamos llegado a adquirir durante la presidencia de José María Aznar, no lo es menos el deterioro sin visos de solución de nuestra relación con los Estados Unidos y la absurda orientación tercermundista de la política que mantenemos respecto de Hispanoamérica. Porque una cosa es discutir hasta qué punto le conviene a los intereses nacionales españoles el secundar los proyectos exteriores estadounidenses, y otra es permitir que las relaciones con la gran superpotencia se agrien sin hacer nada efectivo por remediarlo durante tres largos años.
La retirada de Irak la hemos pagado a un caro precio con el aumento de la presencia de nuestras tropas en Afganistán, un avispero que no deja de cobrarse víctimas cuyo sacrificio se ve degradado por el empeño del Gobierno en negar la realidad de esa guerra. Pero el singular ministro de Asuntos Exteriores de José Luis Rodríguez Zapatero, Miguel Ángel Moratinos, parece empeñado en una alocada búsqueda de nuevos motivos de fricción con Washington: el último, el apoyo al moribundo régimen comunista de Cuba.
La breve y fría visita de Condoleezza Rice es todo un símbolo de la que constituye una de las peores herencias que dejará este Gobierno al que tenga que sucederle, y que requerirá años de duro trabajo político y diplomático para su corrección y la restauración del crédito internacional de España.