El Semanal Digital

En el País Vasco vuelve a escucharse los sonidos del nacionalismo, y no parece que haya mucho remedio. El lendakari Patxi López, empeñado por un lado en ser más nacionalista que los propios nacionalistas y por otro en construir un contrapunto a las políticas de Mariano Rajoy provocadas por la ruina de la era Zapatero, ha hecho inviable el pacto. Se ha olvidado de España. ¿De veras la quiere? Se termina aquel acuerdo que tantas esperanzas despertó. No ha aguantado la legislatura completa.

El objetivo inicial era llegar a aquello que hubiera sido la auténtica «normalización» del territorio vasco: un lugar presidido por la libertad y por el derecho de los durante tantos años excluidos a sentirse bien en la parte de la patria común española en la que ellos habían nacido, la que establece la Constitución de 1978.

Ahora las elecciones autonómicas, que inevitablemente tendrán que celebrarse más pronto que tarde, volverán a entronizar al nacionalismo más excluyente con un Bildu, Sortu, o como quieran llamarse el invento en un lugar privilegiado. Nada parece que pueda remediarlo. A la crisis económica provocada por la irresponsabilidad del Zapatero de la última legislatura se unirá una situación política muy compleja provocada también por una sentencia del Tribunal Constitucional que dio vía libre a la entrada de nuevo del universo radical del nacionalismo etnicista vasco en las instituciones democráticas. Crisis económica y crisis política con un origen común. ¿Y dicen que no es pertinente hablar de la herencia recibida?

Quizá era demasiado pedir que un pacto entre PP y PSOE diera frutos tan ambiciosos, que terminara con el clima de violencia presente o latente que existe en la tierra de Miguel de Unamuno. Ahora puede que el busto del genial vasco que preside una de las encantadoras plazas bilbaínas vuelva a ser, como era costumbre, decapitado con total impunidad. Aquel hombre, tan atormentado en muchas cuestiones, veía con una claridad meridiana que ser vasco y español eran realidades convergentes, y comprendía y alertaba de lo peligroso que es hacer bandera política que una supuesta identidad étnica.

Este es el germen del nacionalismo vasco, y convivimos con ello como si fuera algo normal en una sociedad democrática mientras repudiamos con razón el germen ideológico que llevo al extermino nazi. ¿Acaso no es el mismo? La locura etnicista volverá a instalarse en el País Vasco, y ya tenemos algún aviso que causa el mayor de los desasosiegos como ese proyecto de la diputación guipuzcuana, en manos de Bildu, de clasificar a los ciudadanos por su origen. Triste horizonte el que se divisa en el País Vasco, con la defensa de la idea de España como espacio para la libertad en manos de un Partido Popular que tendrá que ajustar su estrategia política al quedarse en soledad defendiendo esta posición tras el abandono de un Patxi López oportunista que ya el primer día tras el anuncio de ruptura del pacto constitucional apareció sin la bandera española en la sala de comparecencias.

La ikurriña en solitario. Otra vez un socialismo poco fiable en la defensa de la idea de España haciendo guiños al separatismo por intereses electorales. Salvo honrosísimas excepciones así ha sido a lo largo de la historia de España. Y esa falta de compromiso del PSOE en regiones clave es uno de nuestros principales problemas. Se terminó el sueño unamuniano de construir una alma vasca integra, completa y entera. Volverán a sonar las campanas nacionalistas sin que ni siquiera ETA haya entregado ni una sola pistola. Quizá llegar a materializar sueño era demasiado pedir a un matrimonio de conveniencia no demasiado bien avenido y que finalmente tan solo ha supuesto un paréntesis en una triste historia para todos aquellos que sienten a la tierra vasca como indisolublemente unida a la entraña española.