Existe gente -lo digo con sorpresa- que brindó ante las cámaras, con impudicia, nada más conocer el papel redactado por una banda de sicarios


El Estado ebrio: brindar, ¿por qué?

SANTIAGO ABASCAL

Existe gente -lo digo con sorpresa- que brindó ante las cámaras, con impudicia, nada más conocer el papel redactado por una banda de sicarios. Cierto es que el papel incluía el anuncio de un alto el fuego «permanente», aunque sin precisar cuánto tiempo permanecería. Da la casualidad de que los brindadores de la buena nueva etarra eran los miembros nacionalistas de la corporación donostiarra acompañados por su alcalde, el social-nacionalista Odón Elorza. Es decir, brindaban los nacionalistas, a los que históricamente ya beneficiaba una tregua permanente que les excluía de ser objetivo de los asesinos. Y brindaba Odón Elorza, expresamente excluido de las listas de la banda, según recientes informaciones policiales y periodísticas.
¿Acaso brindaban por nosotros? ¿Quizás brindaban por los que no alzábamos las copas? ¿Celebraban el fin de una banda que no les incluía entre sus enemigos? En absoluto. Celebraban, beodos como peonzas, la ansiada llegada del precio político. Sabían -incluido el nacionalista camuflado Elorza- que el comunicado de tregua era la última sacudida del árbol, la más eficaz, la más violenta, la más desestabilizadora, y esperaban ávidos la recogida de las nueces del aparente estertor etarra.

Hace exactamente 25 años que ETA quiere liquidar a mi familia. Primero fue el triple intento -triplemente infructuoso- de extorsión a mi abuelo, Manuel Abascal, con las consabidas amenazas de muerte: «Si no hace la entrega en el plazo fijado le buscaremos hasta ejecutarle». Después, fue el triple intento de asesinato de mi padre, Santiago Abascal Escuza, al que la fortuna, Dios y la Guardia Civil libraron de la muerte. Y, simultáneamente, me correspondió la suerte de la persecución a mí mismo que, desde hace siete años -desde los tiernos 23-, vivo con escolta permanente. Y como la vida no han podido robárnosla, -sí la libertad-, arrasaron con fuego nuestro comercio; cada semana pintaron con anuncios de muerte decenas y decenas de paredes, pizarras universitarias, lomos de caballos y pasquines. El rosario de amenazas es tan extenso, tan original, tan variado y tan macabro que no puede tener cabida en este artículo, aunque -por pura lealtad con la verdad y con la Historia- lo tendrá tarde o temprano en un libro.

Y, ¿a qué diablos viene todo esto? Es una justificación. Sí. No pedida, pero justificación al fin y al cabo. Porque nosotros no brindamos, ni siquiera nos alegramos. Tampoco permanecimos escépticos, quietos, paralizados o insensibles. Recibimos el comunicado etarra como la peor de las noticias. Y lo digo con toda la legitimidad de encontrarme -al contrario que los fariseos que brindaron- entre quienes hemos podido perder la vida a manos de ETA y hemos sido perseguidos con saña durante los últimos años. Sí; y nosotros, ni brindamos, ni nos alegramos por la redacción amenazante de una horda de asesinos. Al contrario, la recibimos como una pésima noticia porque el anuncio mafioso significa que todo aquello por lo que hemos luchado, todo eso que hemos defendido, todo por lo que nos la hemos jugado -sí, lo digo con rabia- está en riesgo, está en peligro, como nunca antes lo había estado.

Y ésta no es la sensación de unos fanáticos. Es el sentir de mucha gente decente. Es el sentimiento de nuestro derredor, se exprese así o de otra manera. Nuestros amigos no nos han enviado felicitaciones, nuestros parientes no nos han palmeado la espalda, nuestras mujeres e hijos no han respirado aliviados. No hemos sido receptores de mensajes jubilosos ni de llamadas histriónicas, ni invitados a celebraciones fastuosas y obscenas. Hemos sido receptores de la preocupación, de la exasperación, del sentimiento de traición de muchos españoles, de muchos vascos, de mucha gente buena a la que sorprende y desquicia el absurdo júbilo, la borrachera general de políticos y medios de comunicación ante el anuncio de una banda mafiosa. ¿Por qué brindan? ¿De qué se alegran? ¿Por qué nos piden que sonriamos? Estupor; ese es hoy nuestro sentimiento.

Y por eso yo me atrevo a implorar -a exigir- una reflexión: ¿por qué corre el vino en la mesa de los nacionalistas?, ¿por qué, en cambio, tanta sobriedad, tanto escepticismo y tanta preocupación en la mesa de las víctimas y amenazados? Porque con el anuncio etarra unos esperan acompañar al vino con una buena tajada política. Y otros esperamos ser traicionados y que se legitime el terrorismo como un modo correcto -y útil- de intervención en la vida política española. ¡Diablos! ¡A los terroristas no se les puede dar carnaza! ¡Con los terroristas no hay nada, nada, que negociar!

«Vamos ganando», dijo hace poco Otegi en un acto ilegal consentido. Efectivamente, hace tiempo que el precio político había comenzado a abonarse para pagar la factura de este alto el fuego. El PCTV fue legalizado, ¿brindamos entonces por ello? La Fiscalía ha atemorizado a jueces y fiscales para que no acosen a los terroristas. ¿Hemos brindado por ello? Y ahora los terroristas dan un respiro al Gobierno en nuestras carnes, ¿hemos de brindar por tal noticia?

¿Hemos de brindar porque el documento de los sicarios haya coincidido con la concesión -ilegítima- del título de nación para Cataluña?, ¿hemos de brindar por ver la meta victoriosa de la carrera de Carod-Rovira por tierras francesas?, ¿hemos de brindar porque el comunicado -oportunamente- haya silenciado el debate sobre un Estatut que dinamita la soberanía nacional?, ¿hemos de brindar porque el País Vasco sea considerado una nación dentro de pocas fechas? No hay ningún motivo para la alegría en quienes no tenemos como prioridad salvar el pellejo literal o metafórico.

Porque los pillos, ante la ebriedad generalizada, están al acecho. Joseba Egibar acaba de decir en Vitoria que, a diferencia de la tregua del 98, ahora hay que mantener la tensión política y social para lograr el «derecho a decidir». (Para despistados: derecho de autodeterminación). Algunos, borrachos de euforia, ya tienen muy claras sus pretensiones y saben por qué brindan.

Otros, serenos y sobrios, -aunque indignados ante la borrachera general-, avistamos un horizonte con demasiados nubarrones como para sumarnos a interpretaciones orgiásticas. Para empezar, no podemos aceptar convertirnos en un accidente dentro del experimento del presidente del Gobierno. Y, para continuar, vemos la necesidad imperiosa de luchar por la vigencia del Estado de Derecho no permitiendo que los terroristas suplanten la voluntad popular y no consintiendo que los crímenes de los terroristas queden impunes.

Otros nos proponen un cambio constitucional; el Estado Ebrio podrían llamarlo. Y quieren que brindemos con ellos. Brindar, ¿por qué?, ¿por el comunicado de unos asesinos? Ante la borrachera general de los entendidos y la sobriedad de la calle y de los afectados por el terrorismo no puede haber dudas. Muchos estaremos con quien mantiene -con tensión- la calma y -con indignación- la prudencia. No otra cosa podemos hacer quienes, en nuestro compromiso público, hemos sido impulsados por dos pasiones: la libertad y España. La libertad ya nos la han quitado. Por un borrachera absurda no podemos perder ahora, definitivamente, España.

Santiago Abascal es presidente de la Fundación para la Defensa de la Nación Española, parlamentario vasco y concejal del PP en Llodio (Alava).