Los gallegos se han movilizado como nunca y han dado la victoria al PP que en Galicia han coliderado Feijóo y Rajoy.

02.03.09 – BIEITO RUBIDO

Los gallegos se han movilizado como nunca y han dado la victoria al PP que en Galicia han coliderado Feijóo y Rajoy. Se especuló durante gran parte de la campaña con la posible abstención, pero está más que demostrado que la sociedad gallega es hoy un ejemplo de madurez y responsabilidad. El espectáculo de la cohabitación de estos cuatro años de socialistas y nacionalistas, cada uno tirando por su lado, y la crisis económica sobrevolando, han jugado un papel fundamental para activar a la ciudadanía. Es curioso cómo se lanzó la especie de que la baja participación beneficiaba al PP y resultó ser al contrario. Los gallegos se expresaron como en pocas ocasiones para señalar el camino que deseaban y con tal contundencia legitiman a quien va a gobernar en los próximos cuatro años.

Uno de los triunfadores de la jornada es, sin duda, Mariano Rajoy. Se volcó en Galicia consciente de lo que allí se jugaba. Lo hizo a la vieja usanza de Manuel Fraga, pateándose pueblo a pueblo, aldea a aldea. Frente a él José Blanco, quien también merece otra alabanza, ya que probablemente su trabajo y entrega a la campaña gallega atemperó el desplome de los socialistas, que habían basado la campaña en el carisma de un candidato, Touriño, sin carisma.

El bipartito llegó con la promesa de un cambio que no se llevó a cabo y por el contrario se enzarzó en una batalla sorda interna y se mostró incompetente a la hora de trasladar esa transformación que se le había solicitado y requerido por parte de la ciudadanía. Por el contrario, amplificaron algunos de los defectos que en su día criticaron al fraguismo. Vencieron hace cuatro años, pero no convencieron. Espero que tomen buena nota de ello en sus direcciones.

Como también espero que lo haga el gran vencedor de la noche, Alberto Núñez Feijóo. Ha prometido muchas cosas: cambio, austeridad, diálogo, paz lingüística, proyectos para una Galicia moderna, apuesta por la economía productiva, revisión de las arbitrariedades pasadas, y, en definitiva, gobernar para todos y no para unos pocos. Pensar en los adversarios es lo que convierte a un político en un verdadero demócrata, no querer echar al rival fuera del campo de juego.