La ración de nación -esto es, la nación fraccionaria o separatista- es un plato básico de la gastronomía política española. Muchos de nosotros asociamos este histórico guiso con ese manjar reservado a ciertas élites linajudas de paladar exquisito, una suerte de delicatessen difícil de elaborar en casa. Pero resulta que ahora el separatismo se ha infiltrado en el corazón de nuestras instituciones públicas posibilitando, de esta manera, que la ración de nación se haya convertido, por vía democrática, en un plato popular, barato y fácil de cocinar.

Su antecedente directo era la felonía (traición o crimen de lesa patria) que hoy se elabora con urnas en vez de con sangre, sudor y lágrimas. El guiso sedicioso se conoce desde la Antigüedad y, de hecho, los romanos lo consideraban un alimento innoble y arrojaban al vacío desde la Roca Tarpeya a quien osara cocinarlo. Y hablando de los traidores de nuestro presente en marcha, no estará de más recordar la advertencia de don Benito Pérez Galdós, a saber, que «el absentismo político es la muerte de los pueblos», queriendo denunciar con ello al absentismo político practicado por los políticos.  Aplicado al caso de nuestra vilipendiada España, fácil resulta señalar con el dedo a quienes han renunciado a su defensa, esto es, a la defensa de la nación a la cual quieren gobernar. Y en este sentido queremos traer aquí estas palabras de Juan de Mariana, el teólogo español del siglo XVI quien sirvió como referencia a los revolucionarios franceses. En relación al príncipe tirano dice lo siguiente: «Si por sus desaciertos y maldades ponen el Estado en peligro, si desprecian la religión nacional y se hacen del todo incorregibles, creo que los debemos destronar, como sabemos que se ha hecho más de una vez en España».

En España, como decimos, el consumo del condumio sedicioso había sido una práctica residual y mal vista hasta hace pocos años y así lo expresaba el propio Francesc Cambó: «En su conjunto, el catalanismo era una cosa mísera cuando, en la primavera de 1893, inicié en él mi actuación. Aparte la juventud, no creo que hiciéramos grandes conquistas: los payeses que nos escuchaban no llegaban a tomarnos en serio». Pocos años antes, cuando los alemanes osaron anexionarse las españolas y pacíficas Islas Carolinas, hasta la incipiente prensa catalanista gritó entusiasmada: «¡Desperta ferro!» y «Viscas» a «Espanya» y a la «integritat de la patria». La ración de nación no se popularizó hasta tiempos muy recientes y es probable que fueran los «pesoístas» de Zapatero los que introdujeran su consumo estofado con aquella ocurrencia de la «nación de naciones». Lo que es seguro es que, en torno a 2014, la perfidia antiespañola era uno de los alimentos principales del recién fundado partido Podemos. Con aquello de entender a España como «una prisión de naciones» los distintos tipos de «ollas separatistas» se transformaron definitivamente en un plato básico de la gastronomía política nacional, golosina sediciosa que incluso aparece subrepticiamente sugerida en el Artículo 2 de la Constitución Española con aquello «del derecho a la autonomía de las nacionalidades» y la manía de no cerrar el techo de las competencias transferibles a dichas autonomías.

Pero la historia del cocido separatista catalán requiere un capítulo aparte. En torno al «Desastre del 98» el plato era habitual en las casas de alta alcurnia barcelonesas, pero el pueblo llano lo consideraba en exceso refinado: ellos preferían el puchero español de toda la vida, adaptado al estilo andaluz, montañés, madrileño y hasta rioplatense si hacía falta; porque, qué duda cabe, la tradición era la misma. No fue hasta hace un par de lustros cuando las generalidades, «odiums culturales», «tevetreses», «tsunamitarras» y demás servicios de propaganda antigarbanzo español, empezaron a servir la ración de nación como un «plato típico» de la zona y, sólo entonces, las Cortes (españolas) y el pueblo llano comenzaron a consumirlo.

El cocido separatista se sirve tradicionalmente en tres vuelcos, esto es, en tres raciones que se presentan en la mesa en un orden concreto:

  1. El caldo sedicioso y su poquito de fideo fino: cocido a fuego lento durante décadas hasta infiltrase en las instituciones del Estado.
  2. La falsificación histórica, la patata hispanófoba y el sacrosanto esencialismo de las mal llamadas «naciones históricas».
  3. Las carnes, esto es, el fundamento: servir la traición en nombre de la democracia y de los derechos humanos y decorar la mesa con banderitas de la UE y cantando el Imagine de John Lennon.

En la actualidad, lo habitual es preparar el cocido sedicioso en olla exprés, pero como dice un amigo cocinero, esta herramienta es a la política lo que el mp3 a la música: sí, se ahorra tiempo, pero se pierde calidad. Y si no, que se lo pregunten a los de Adelante Andalucía. En cualquier caso, gracias a los infatigables esfuerzos de nuestros separatistas gallegos, catalanes y vascos (y, por si fuera poco, andaluces, valencianos, baleare, y -ya mismo- asturianos y leoneses-), la ración de nación está hoy día al alcance de cualquiera: todo es cuestión de encastillarse en contra del vecino y dar la tabarra hasta aburrir. Las dos recetas que ofrecemos hoy son versiones adaptadas de aquellas que propusieron Sabino Arana o Prat de la Riba en sus clásicos recetarios, con algunos añadidos que, creemos, mejoran el asunto.

300 gramos de «Nación sí, pero con un sentido particular: como un sentimiento personal». Esta sugerencia culinaria es una innovación de don Alberto López Basaguren, catedrático de Derecho Constitucional designado por el PSOE para actualizar el Estatuto vasco. Dicho experto declaró la semana pasada que «hay que integrar con naturalidad el uso del término “nación” por quienes lo consideren necesario», de manera que este recetario podría ser de aplicación tanto para una comunidad de vecinos, como para el grupo de teatro de tu hijo y hasta para la Orquesta Filarmónica de Castilla y León.

1 repollo: o sea, exigir estatuto jurídico para la nación unipersonal sólo en caso de tener un campanario en lugar de un cerebro.

1 chorizo tipo cantimpalo para asesorar en los apaños administrativos y financieros. No usar chorizos muy especiados, porque se les pesca a la legua por el olor.

Esta interpretación del caldo separatista hunde sus raíces en las declaraciones que Pedro Sánchez hizo hace un par de años, según la cual en España habría cuatro naciones: España, Cataluña, País Vasco y Galicia. Recientemente, sin embargo, el señor Iceta aporta una interesante innovación culinaria que hará las delicias de los más exaltados; dado que, en opinión del primer secretario del PSC, en España habría ocho naciones (Galicia, Aragón, Valencia, Baleares, Canarias, Andalucía, País Vasco y Cataluña). «Y si sumamos el preámbulo de Navarra, nueve… Las he contado», añade. Ojo: el señor Iceta habrá contado naciones con lo que le ha salido de los mismísimos Estatutos de Autonomía, pero se ha pasado por el forro el Preámbulo y varios artículos del Título Preliminar de la Constitución, porque de la nación española no dice ni «mú», y eso que es la única realmente existente, en tanto nación política.

Elaboración:

  1. La noche de la víspera pon a remojo los «derechos históricos de tu región», y añade dos cucharadas soperas de sal.
  2. En una olla grande coloca el mito tenebroso del Pueblo originario e «históricamente oprimido (es importante no remontarse más allá de la Edad Media, pues en tal caso los neandertales podrían reclamar los derechos del primer ocupante).
  3. En la misma cazuela mete los prejuicios antiespañoles atados de dos en dos con una cuerda fina para que no se salga el tuétano. No experimentes: sigue en este proceso la tradicional metodología negrolegendaria de exageración y omisión, pues está demostrado que funciona de maravilla desde Guillermo de Orange. Añade ahora el tocino típico del Antiguo Régimen, toda la cosa de los sentimientos, la lengua y el folclore y su pizquita de «España nos roba», «Spain is a Fascist State» y «Muerte al frailuno, mostrenco y oscurantista Estado español».
  4. Se pone a calentar. Cuando empieza a hervir retiramos la espuma esquizofrénica que se haya formado y metemos los «derechos históricos» escurridos de su agua (se pueden meter dentro de una red especial para que no se desparramen, no vaya a ser que se confundan con los privilegios de clase o con alguna cosa peor como la zupia, la carroña o la hez del mito de la raza). Cuando rompe el hervor, se baja el fuego para que, sin dejar de cocer, el cocido separatista se haga lentamente y así las masas populares tengan tiempo de normalizar el tufillo sedicioso y de votar «como debe ser».
  5. Se retira la espuma esquizofrénica que haya vuelto a salir y se tapa otra vez, ahora ya sí con el chorizo. El cocido separatista deberá cocer en total unas tres horas y media y ya tendrás tu ración de nación exprés.

NOTA 1: Es conveniente haber blanqueado antes la corrupción ideológica, cociéndola aparte un rato en caldo fundamentalista democrático. Así no se notará que los particularismos han sustituido al interés general de la nación.

NOTA 2: Insistimos, procura no escatimar en los sacrosantos derechos democráticos que, al fin y al cabo, son el elemento principal de este plato pues ponen instantáneamente en comunión a los de tu pueblo con los mandamases de la ONU.

 

    Daniel López. Doctor en Filosofía.