El pasado 27 de febrero los expresidentes Felipe González Márquez y José María Aznar López tuvieron un coloquio que organizó el Primer Congreso Nacional de Sociedad Civil en el suntuoso Casino de Madrid. Asombrosamente fue un diálogo con total falta de autocrítica (o tal vez no sea tan asombroso y para algunos, más avisados, lo asombroso es que a alguien le resulte asombroso). Los dos, en una tertulia politológica y filosóficamente hablando manifiestamente mejorable, se limitaron a decir aquello de «dejé el país mejor que lo encontré».

Durante la charla el popular le diría al socialista en relación al diálogo entre el Gobierno y los separatistas acontecido el día anterior: «Tú no lo hubieras hecho y yo tampoco». ¿Es que acaso no lo hicieron? ¿Es que González no dialogó y posteriormente se apoyó en CiU para gobernar y Aznar no se sentó en el Majestic con Jordi Pujol y éste le pidió todo lo que quiso y aquél se lo entregó? «Pedid y se os dará», decía Cristo (precisamente «Cristo y Cataluña» se llamaba el primer partido de Pujol). Pero hagamos un breve repaso histórico y veamos cómo fue la siembra de lo que ahora lamentablemente estamos cosechando.  

Ya en los años ochenta, cuando estalló el escándalo a finales de 1982, González hizo sus pinitos con Pujol ayudándolo bloqueando la querella de Banca Catalana contra el «Molt Honorable» presidente de la Generalidad. Eso para empezar. Casi nada.

En 1993, al perder la mayoría absoluta, González tuvo que contar con los votos de CiU y PNV para la investidura. ¡González incluso llegó a ofrecer al PNV la cartera de Industria! Al negociar con los separatistas el gobierno de González terminó cediendo el 15% del IRPF a las Comunidades Autónomas. Como favor, CiU impidió que se celebrase una comisión de investigación en el Congreso sobre los GAL. No obstante, CiU no apoyó los Presupuestos Generales de 1996 y el Ejecutivo se vio obligado a convocar nuevas elecciones, en las que el partido del Molt Honorable (o más bien nada honorable) sería nuevamente decisivo para la investidura del próximo presidente del gobierno de España.

El 28 de abril de 1996 se reunieron en el Hotel Majestic del paseo de Gracia de Barcelona Aznar y Pujol. A cambio del apoyo de investidura y de los Presupuestos Generales del Estado (¿les suena esto de algo?) el presidente de la Generalidad pidió más competencias para Cataluña, como el desarrollo de la financiación autonómica; con lo cual a las Comunidades Autónomas se les cedió el 33% de la recaudación del IRPF, el 35% del IVA y el 40% de los impuestos especiales. También fueron transferidas a Cataluña competencias en tráfico, educación, sanidad, justicia, empleo, medio ambiente, vivienda, agricultura y cultura (con lo importante que es el mito de la cultura para los separatistas). Con tal de gobernar Aznar se puso a hablar catalán en la intimidad.

Hay que destacar que el traspaso de la competencia de tráfico de la Guardia Civil a los Mozos de Escuadra debilitó la fuerza del Estado en Cataluña. Y eso que el Pacto del Majestic tenía como objetivo «la vertebración social, territorial e institucional de España», que si hubiese tenido objetivos contrarios…

También pidió que el PP apoyase a CiU en Cataluña, como se vio en las elecciones autonómicas de 1999, donde CiU no obtuvo la mayoría absoluta y tuvo que contar con el apoyo del PP. Para eso era fundamental defenestrar a Alejo Vidal-Quadras, conforme al deseo de Pujol; y desde entonces el PP es un partido irrelevante en Cataluña.

Aznar incluso le propuso a Pujol formar parte del Ejecutivo. ¡Incluso se lo llegaría a ofrecer en el año 2000 cuando obtuvo mayoría absoluta y no le hacían falta para nada los votos del Honorable! Sin embargo, al presidente de la Generalidad no le pareció oportuno.  

José Antonio Durán y Lérida, el gran socio de Pujol y presente en la reunión del Majestic como negociador directo, ha llegado a decir que, naturalmente, «fue un buen pacto». Y recordó que el expresidente de ERC, Heribert Barrera, reconoció que fue «el mayor pacto que se había hecho para Cataluña desde la democracia».

Aznar no sólo no hace autocrítica sino que además reivindica que lo firmado en el Majestic «no generó privilegios» y que supuso un período muy positivo para Cataluña (más bien para los separatistas, los privilegiados del Régimen).   

Asimismo, para ser investido el 4 de mayo de 1996, en primera votación, Aznar tuvo que contar con el apoyo de Coalición Canaria y también, ni más ni menos, con los votos del PNV. Este último le sacó al gobierno de Aznar, a costa de todos los españoles, la recaudación de los impuestos por el alcohol, el tabaco y la gasolina, además del patrimonio incautado al partido de los racistas Sabino Arana y José Antonio Aguirre por el bando nacional durante la Guerra Civil.

Además, por si fuera poco, el gobierno de Aznar se ocupó de eliminar el servicio militar obligatorio, con lo importante que era «la mili» para fortalecer y cohesionar a nuestro jóvenes en un espíritu nacional; pues durante el servicio se reunían jóvenes de toda España en diferentes cuarteles distribuidos por toda la piel del toro. Ahora mismo, en 2020, el patriotismo de la juventud española conmueve por su falta de vigor. Aunque, desde luego, no será la abolición de la mili la única causa de la falta de entusiasmo patriótico, ni tampoco del auge de los separatismos.

Con la «aznaridad», o más bien habría que decir con el «aznarismo-pujolismo», se consolidó el Estado de las autonomías. El cual, como se ha visto, es menos Estado y más autonomías; lo que supone una España débil muy del agrado de ciertas élites americanas y europeas; como ya venía diseñándose en el tardofranquismo.

Con esto no queremos decir que González y Aznar tienen toda la culpa de la deriva fraccionaria que está padeciendo España, pero sus gobiernos indudablemente sí han formado parte de la trama distáxica que está suponiendo para la nación política el malogrado Régimen del 78.

Para González la reunión de los dialogantes del pasado 26 de febrero sólo ha sido una «performance para lo que viene después en otoño con las elecciones catalanas», y para Aznar sencillamente ha sido algo «devastador». Pues ni tanto ni tan poco; o tal vez, haciendo una síntesis, haya sido una performance devastadora. Aunque a la larga sí puede resultar devastador. Y ya llevamos 40 años, luego ya estamos «a la larga»; y desde luego el panorama no es bueno y lo que es peor: en el horizonte no se vislumbra la mejora sino la más profunda putrefacción de la nación.

Aznar afirmaría que «es difícil encontrar un país que le da la llave de su gobernabilidad a alguien que está condenado por sedición». ¿Y no será eso el epítome de lo que ya se venía fraguando? ¿No es la cosecha de lo sembrado? Tal vez sea el colmo, pero no deja de ser la evolución lógica del Régimen. Y a González le salió la vena federalista del PSOE, que es cuanto menos un sinsentido: «Yo inclinaría la reforma hacia la reforma federal que garantice la lealtad. Y el que se salga de la lealtad que tenga una penalización fundamentalmente política que les obligue a no repetir jamás». Si los delitos por sedición se penasen con la cadena perpetua los sediciosos jamás podrían repetir. Pero en la España de las «autonosuyas» la sedición no sale excesivamente cara y ¡Junqueras ya puede dar clases en la universidad!

Aznar sostuvo que «el pacto del 78 está roto, lo han roto». Pero, bien visto, parafraseando a Cristo, los dialogantes no han venido a abolir la Constitución del 78 sino a darle cumplimiento. Pues en la Constitución está buena parte del problema, pese a que muchos se empeñen en decir que en tal documento se haya la solución (de ahí que se autodenominen «constitucionalistas», en la línea del patriotismo constitucional del dialogante Jürgen Habermas). Parafraseando a Ortega podríamos decir: la Constitución es el problema, España la solución.

   Daniel López. Doctor en Filosofía.