Somos muchos los que, desde una postura personal de izquierdas, asistimos atónitos a la reacción de las izquierdas de distinta generación ante la situación creada en Cataluña.

            ¿Será que uno, con el paso del tiempo, va haciéndose conservador y asumiendo posturas políticas cada vez más centristas o derechistas? Veamos si esto es así, asumiendo el análisis genealógico de las izquierdas que magistralmente realizó Gustavo Bueno en su libro El mito de la izquierda, en el que venía a desvelar el carácter mítico oscurantista de una supuesta unidad de la izquierda.

            Podemos diferenciar (así lo hace Bueno) dos grandes bloques de izquierdas: las izquierdas definidas y las indefinidas. Las primeras se construyen en torno a la idea de Estado; las segundas, al margen de dicha idea, que consideran meramente superestructural (en una lectura muy vulgar de Marx) o directamente opresora de una clase obrera cuya unidad no es menos mítica que la unidad de la izquierda.

            De entre las izquierdas definidas en torno a la idea de Estado político (las izquierdas políticas), la primera generación es la de Robespierre y Saint-Just: los jacobinos. Esta primera generación se define como patriótica; cabría incluso decir que el patriotismo nace con ellos (si bien había partidos patrióticos a la derecha del Rey en la Asamblea Nacional) y centralista; crean también la nación-política, a partir de la destrucción del Estado del Antiguo Régimen (los soldados de Francia, en Valmy, ya no gritan “Vive le roi!”, sino “Vive la nation!”). El mapa actual de Francia y su organización política centralista es debida a esta primera generación republicana jacobina; no por ende es esta izquierda y su sucesor natural, Napoleón, quienes se encargan de imponer el idioma francés estándar parisino, como garantía de que todo ciudadano francés podrá entenderse en los juzgados y ante la administración. La suerte de los diversos patois, que se hablaban mayoritariamente, está echada desde entonces.

            La segunda generación es la de la izquierda liberal, el liberalismo de las Cortes de Cádiz, del Empecinado y su creación del mito de los Comuneros. Es el liberalismo que trajo el color morado al estandarte real de Isabel II; morado que, de mito en mito, produjo que la bandera de la II República fuese tricolor (a pesar de ser el mismo morado del estandarte real). Es una izquierda que demuestra su patriotismo en la lucha contra el Francés en la Guerra de Independencia; es el liberalismo de Riego y su himno, cuya letra comienza con esta estrofa: soldados, la patria // nos llama a la lid, // juremos por ella // vencer o prefiero morir.

            El anarquismo representa la tercera generación de izquierdas, definido precisamente por su proyecto de negación de todo Estado, identificando al Estado con el Poder; un poder que limita la libertad y bondad natural de los seres humanos. Es una izquierda federalista, que intenta construir la organización política como una federación de grupos humanos ligados por lazos fraternales, que trabajan en ayuda mutua (como decía el príncipe anarquista Kropotkin en su libro más famoso). El Estado debe ser destruido porque es siempre opresor, es siempre instrumento de los poderosos para imponerse a las masas trabajadoras mediante la represión. Eliminado el Estado y su represión, el hombre podrá retornar a su estado natural de prístina bondad (siguiendo la idea rousseaniana de la bondad natural del hombre y su corrupción social).

            Las generaciones cuarta, quinta y sexta son las generaciones de las izquierdas marxistas, en sus modulaciones socialdemócrata, leninista y maoísta. Socialdemócrata era, por ejemplo, Otto Bauer, quien inspiró, a través de Ortega y Gasset, la idea de que la nación es una unidad de destino en lo universal tan típicamente joseantoniana. El Estado, para Marx, pese a ser un instrumento de dominación de clase y, por tanto, condenado a la desaparición en una futura sociedad sin clases, es también el último instrumento de la clase obrera para eliminar todo residuo de clase. Es la teoría de la dictadura del proletariado. La revolución solo puede hacerse a través de una vanguardia revolucionaria muy patriótica. Dice el propio Marx que, pese a que los obreros carezcan de nación, sin embargo, deben acceder al carácter nacional en el momento revolucionario y, por tanto, solo puede hacerse la revolución en el seno de una nación política y a través del Estado.

            La I Internacional Socialista salta por los aires -como es bien sabido- debido al enfrentamiento entre Marx y Bakunin. Se suele explicar este enfrentamiento como un enfrentamiento personal entre dos tipos de fortísima personalidad. Nada más lejos de la realidad. El enfrentamiento entre los dos tuvo que ver con el conflicto entre el centralismo democrático defendido por Marx y Engels y el federalismo bakuniano. Porque el comunismo marxista, lejos de ser apátrida por internacionalista, defiende la unidad de la nación política y su organización centralista y democrática; muy lejos de este centralismo patriótico democrático se halla el federalismo apátrida defendido por los anarquistas. De hecho, la segunda modulación del comunismo marxista (la izquierda de quinta generación), el estalinismo, lleva a cabo una política de patriotismo innegable. Incluso intenta crear e incultar por la educación la idea de un nuevo patriotismo soviético, lejos del chovinismo panruso y de la política de korenización leninista (con la que se intentaba fomentar la multitud de idiomas, culturas e identidades nacionales que coexistían en el imperio soviético).

            Ni qué decir tiene que el marxismo maoísta, como así se ha demostrado en la práctica, ha llevado a cabo una política patriótica que no ha tolerado en ningún momento ninguna veleidad separatista. De hecho, el presidente actual chino, Xi Jinping, ha afirmado en pasados días que todo aquel que intente destruir la unidad de China será reducido a polvo.

            El otro gran género de izquierdas, las llamadas izquierdas indefinidas (divagantes y extravagantes, en términos de Bueno), parecen nadar en el lodo del pensamiento débil postmoderno, en la mera estética y en el discurso vacío y formal de la apelación a grandes ideales de la Humanidad. Por propia definición (o indefinición), no son izquierdas que puedan llegar a gobernar un Estado-nación, ya que su carácter es a-político (por renegar de la idea de Estado).

            Dicho todo lo cual, intentaremos analizar brevemente cuál es la postura de los partidos políticos autodenominados de izquierdas de este país:

  • El PSOE ha sido el partido que más ha gobernado en el llamado Régimen del 78 y, por tanto, ha adquirido cierta visión de Estado. Eso no quita que su discurso haya sido demasiado condescendiente con el nacionalismo disgregador, como en el caso del apoyo al “Estatut tal y como salga del Parlament” (Zapatero), que haya pactado cesión de competencias constantemente (algo en lo que el PP no le ha ido a la zaga) por motivos espurios como es la necesidad de unos cuantos votos en el Congreso de los Diputados (si no es que hay otros motivos más espurios, como aquellos que amenazaba con sacar a la luz Jordi Pujol), o que haya hecho el juego al nacionalismo desde el PSC.
  • Los partidos a la izquierda del PSOE, extraña mezcolanza de ecologistas, feministas, animalistas, postmodernos, anticapitalistas trotskistas o directamente anarquizantes; socialdemócratas radicales, mareas ciudadanas, etc.), tienen una postura de falsa equidistancia ante un problema que les sobrepasa.

            Es esta izquierda la que, sin duda, ha dado aliento al movimiento separatista catalán, bien con su complacencia, bien con su ingenuidad o bien con sus cálculos electoralistas de aliarse con los supuestos enemigos de sus enemigos (los partidos de centro y de derechas). Creemos que, una clara oposición de Pablo Iglesias, Ada Colau o Alberto Garzón al proceso soberanista, habría cortado de raíz el apoyo de muchísima gente, tanto dentro como fuera de Cataluña.

            Los argumentos normalmente utilizados por esta izquierda heterogénea indefinida (aunque se presente a elecciones para gobernar el país) suelen ser, ante todo, argumentos formales, la mayor de las veces falaces (por formales). Algunos de ellos son:

  • El apoyo al derecho a decidir como un derecho fundamental democrático, como si el mero hecho de decidir ya pudiese considerarse bueno o malo (democrático o antidemocrático) por el hecho de ser una emanación de la voluntad popular (Rousseau, finamente, diferenciaba entre la voluntad popular, que podía estar corrompida, y la voluntad general o bien del todo social). El derecho a decidir no es nada, al margen de lo que se decida. Hay decisiones buenas y democráticas y hay decisiones malas y antidemocráticas.
  • Este apoyo al derecho a decidir va incluso más allá, hasta la defensa al derecho de autodeterminación. Basándose en una muy ligera lectura de ciertos textos de Lenin (omitiendo otros y omitiendo a otros marxistas como a Rosa Luxemburgo, quien negaba radicalmente dicho derecho), opinan que ese derecho de autodeterminación es el culmen de la democracia. Porque, ¿qué puede haber más democrático que la elección del país al que pertenecer? Sin embargo, la democracia no tiene nada que ver con el establecimiento de las fronteras. Al fin y al cabo, las fronteras (permítaseme cierta cursilería) son las cicatrices de la historia, y se dibujan con la espada y el fusil. La democracia solo es una forma de organización política dentro de unas fronteras establecidas; las fronteras, así, son los límites que permiten la democracia (o cualquier otra forma de organización política). Dicho filosóficamente: las fronteras son trascendentales a la democracia; son su límite y su condición de posibilidad; no son inmanentes a la democracia y, por tanto, no pueden dibujarse por la libre voluntad de los pueblos (si es que alguien sabe lo que es eso).
  • La exaltación del democratismo, cuyo carácter mítico también denunció Gustavo Bueno. La democracia aparece sustantivada, como una cosa: así, se dice que la democracia está en peligro ante los ataques totalitarios que cercenan derechos de La Gente. Pero la democracia, como sustantivo, no existe. Existen regímenes o países o Estados democráticos. Democrático es adjetivo. No se puede atentar contra la Democracia, en abstracto, sino contra un Estado democrático, y el único país democrático, aquí y ahora, es España. Sin Estado no hay Estado democrático y social de derecho, que es como define nuestra constitución a nuestro país.
  • La negación de España como sujeto legítimo. En este punto, la izquierda asume completamente las leyendas negras sobre nuestro país. España no es un país democrático, ya que ha exterminado a los pacíficos indios, ha bendecido, y suplicado por, las caenas de Fernando VII y, lo que es peor, ha sido gobernada por el peor de los hombres: Francisco Franco. Es la apelación constante al franquismo, la identificación entre España y Franco lo que lleva a nuestra izquierda a renegar de todo lo que suene a patriótico. Por eso, no es que se defienda a un nacionalismo disgregador como el catalán (suelen decir: todos los nacionalismos son iguales), sino que no tienen la suficiente fortaleza política como para defender su patria de los ataques más graves que ha sufrido nuestro país.
  • La defensa del carácter plurinacional de España, como si la palabra nación tuviera una connotación positiva y la palabra región o comunidad fueran términos más bien despreciativos de la riqueza cultural de las partes de España. Evidentemente España, como no puede ser de otra manera para un país habitado desde el paleolítico y con 500 mil kilómetros cuadrados de extensión, con una geografía bastante montañosa, es un país plural, con muchas diferencias regionales. Curiosamente, los nacionalismos separatistas son más enemigos de esa pluralidad, al querer separar en átomos uniformes lo que convive en una España unida y plural.
  • El carácter pusilánime y timorato (diríamos, más bien, hipócrita) ante el monopolio de la violencia del Estado. Los independentistas serían gentes de paz, manifestantes pacíficos que ejercen sus derechos cívicamente, mientras que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado estarían atentando contra esa libertad tan pacíficamente ejercitado. Sin duda, el carácter o no violento de una acción no justifica o condena la misma; por poner un ejemplo de nuestros días, aunque no de buen gusto: el hecho de que no hubiera violencia en los actos de la llamada Manada no exime de la brutalidad y condenabilidad de dicha acción, al igual que la no defensa de la integridad territorial en España puede considerarse una dejación de funciones de nuestro gobierno, una debilidad incluso delictiva.

            Ante estas izquierdas indefinidas, que no han sabido o querido enfrentarse al separatismo catalán, porque veían en él un posible aliado frente a un enemigo común (dicho esto emic), no ha aparecido aún una izquierda patriótica definida, que defienda que a las clases desfavorecidas solo se las puede ayudar desde un Estado fuerte y centralizado. Están apareciendo, cada vez más, opiniones particulares que se expresan en redes sociales. Esperemos que no sea demasiado tarde cuando nazca un partido político de estas características capaz de enfrentarse a toda esta entropía que está llevando a nuestra nación a una crisis política sin precedentes.

Raúl Boró Herrera