El imperio neo-medieval europeo adoptará la forma de un Estado federal donde los miembros federados serían las regiones; las actuales u otras de nueva formación. Decimos miembros y no estados federados porque la clave será que las regiones no adquieran durante el proceso la condición de estados, para no reproducir las resistencias soberanas actuales por parte de las naciones europeas ante la integración supranacional federal. Por tanto, se trataría de mantener formalmente a los estados nación pero enormemente debilitados, dislocados en sus perfiles geográficos como veremos a continuación, próximos a la evaporación entre la federación europea y la federalización interna. Ello permitirá al estado alemán permanecer en pie, perfectamente adaptado a un federalismo interno que es su tradición y a un federalismo europeo que se trata en realidad de un federalismo hegemónico alemán, facilitado precisamente por el debilitamiento de la fuerza política del resto de estados nación, en proceso de intensa federalización interna.

            El mapa de la Europa federal de las regiones se dibujará, se está dibujando ya, con criterios étnicos, religiosos, lingüísticos e históricos para el establecimiento de nuevas unidades regionales o la confirmación de las actuales. Los estados nación se sitúan en el escalón intermedio de este diseño y representan una resistencia soberana. Hay que ir laminándolos progresivamente para que finalmente su soberanía acabe evaporándose, si no formalmente sí sustancialmente, entre la autonomía de las regiones y la federación europea. Exacerbar las ambiciones regionales identitarias contra los estados nación que las han incluido históricamente en la perspectiva de convertirlas en cuasi estados es una táctica de éxito previsible. ¿Quién no ha oído hablar durante décadas de la inocente Europa de las regiones? ¿Quién no oye hablar crecientemente en la actualidad de naciones sin estado en Europa?

            Un constructivismo territorial como éste, con una división por regiones surgida de un laboratorio político para crear una Europa federal alemana ad hoc no podía hacerse, claro está, sin el paraguas legitimador de la UE. Para ello se creó básicamente la política regional europea, consagrada en los Tratados. Su verdadero objetivo es por tanto avanzar en una profunda e incesante autonomía política para las regiones. Los pretextos con los cuales se reviste son, sin embargo, la ordenación del territorio, la cohesión social, económica y territorial, así como la protección de las minorías; siendo este último eje de gran importancia y atendiéndose como criterios para su articulación a la lengua, la religión, la etnia y la historia. La protección de las minorías en orden a la consecución de su autonomía política podrá además aplicarse a las comunidades inmigrantes extraeuropeas a través del principio de no discriminación consagrado en los Tratados. De este modo podrán formarse nuevas regiones autónomas que irán facilitando la tarea de desmontar el estado nación. El ejemplo a seguir (extracomunitario en este caso) podría ser Kosovo: un territorio que fue la cuna de Serbia y que jamás había sido otra cosa que una provincia serbia pero que posteriormente se ha ido poblando de musulmanes y hoy es una especie de estado cuya existencia solo contribuye a alimentar la división y el odio entre los balcánicos.

            Tres son los ejes dentro de la política regional de la UE para hacer realidad el objetivo final: 

            1) Emancipación progresiva de las regiones a través de su derecho a la autonomía política. Toda una serie de apelaciones políticas, normas jurídicas, organismos ad hoc y programas financieros europeos promueven este objetivo a través de las aparentemente inofensivas políticas de ordenación del territorio y cohesión económica, social y territorial por un lado, y de protección de las minorías religiosas, lingüisticas y étnicas por otro.

            2) Profundización en el estructuralismo político federal a escala europea. Con las miras puestas en la creación de marcos estatales continentales, y ello a través de sucesivas reformas de los Tratados con una orientación federal (atribución de nuevas competencias, establecimiento exhaustivo del procedimiento de toma de decisiones por mayoría, primacía del Derecho europeo etc, etc.)

            3) Conversión paulatina de las fronteras actuales entre estados soberanos en meras líneas de demarcación administrativa a través de todos los programas técnicos y financieros de la llamada cooperación transfronteriza. Con el objetivo de desfigurar los perfiles fronterizos de los estados miembros y crear en ese proceso nuevas regiones hechas de la fusión de regiones limítrofes, las llamadas Eurorregiones o también Agrupaciones europeas de cooperación transfronteriza. Estas Eurorregiones podrían ser los nuevos superdepartamentos estrella del nuevo imperio medieval porque presentarán la novedad territorial en los mapas de Europa y facilitarán que en el imaginario colectivo europeo se asuma el paso a una nueva época. Conforme las fronteras de los estados se vayan difuminado podrán reconfigurarse también las regiones no fronterizas. Toda esta reconfiguración general de las regiones europeas reducirá la posibilidad de que sigan identificándose con las naciones políticas que las han albergado durante siglos y, al dislocar los perfiles geográficos de los estados, eliminará por tanto uno de los elementos prepolíticos de su mera existencia: un territorio delimitado. La naturaleza federativa del joven estado alemán, bien adaptada a los criterios que se pretenden imponer a los demás estados, dejaría intacta la actual distribución de los Länder y exceptuaría a Alemania de esta distorsión en el imaginario colectivo territorial.

            Si bien el poder político es un fluido que permanece constante a través de los contenedores que lo han canalizado a lo largo de la historia, las élites alemanas son conscientes de que su estrategia neoimperial regional puede poner en peligro el estado alemán. Si no pudiesen mantener la energía que han desencadenado congelada en un punto de equilibrio dinámico; es decir, mantener a los estados constantemente a punto de evaporarse pero sin evaporarse formalmente y a las regiones a punto de transformarse en estados pero sin llegar a serlo, nadie podría ya evitar la creación de una miríada de pequeños estados europeos partiendo de las actuales regiones. ¿Desaparecerá Alemania formal o sustancialmente devorada por su propio designio geopolítico? ¿O es que ven sus élites el futuro mejor que nosotros y razonan a partir de nuevos modelos de articulación política en una Europa postestatal o incluso postnacional donde la perfección de su estrategia histórica pase por la desaparición formal del joven estado alemán? ¿Adónde pretende llevarnos una nave cuyos timoneles no están en Bruselas sino en la Cancillería de Berlín?

            Esta es la orientación territorial europea a la que se han sumado en los últimos 35 años los partidos políticos españoles con responsabilidades de gobierno a nivel nacional. ¿Ignoraban su significado? ¿Cómo han podido ignorarlo durante décadas? Por otro lado, la connivencia con la geopolítica alemana de los gobiernos de las Comunidades autónomas españolas en su interlocución y participación en las instituciones europeas, cuando no su abierta deslealtad en el caso catalán y vasco atentando a la unidad de acción exterior del Estado ha sido evidente para todo aquel que no ha querido cerrar los ojos a la realidad. ¿Quién puede esconderse hoy alegando que nunca escuchó durante 35 años los cantos de sirena con los que recíprocamente se seducían nacionalistas moderados y estadistas españoles relativizando una posible independencia de facto de Cataluña y País Vasco en el contexto de la construcción europea?…Pues al fin y al cabo… ¿qué sentido tiene la disputa acerca del status catalán y vasco en España si el estado español va a ir depositando lo fundamental de su soberanía en Europa?” ¿Quién no ha presenciado este frívolo coqueteo a cuenta de lo que no les pertenece por parte de nuestros mezquinos aprendices de brujo? Hay que preguntar en voz alta a los responsables del statu quo qué quedará de la unidad y la soberanía de la nación española entre la España federal y la Europa federal de los Estados Unidos de Europa. Si se contesta que en un estado federal europeo, los estados federados serán al fin y al cabo estados, entonces habrá que preguntar todavía cuántos estados federales se conocen que contengan en su interior estados federados que a su vez son ellos mismos estados federales; es decir, estados que han cedido hacia abajo sustanciosas competencias…, y si a ese residuo político se le puede seguir llamando estado. Una cáscara vacía es la España futura que avalan, lo reconozcan o no. Toda fuerza política que en las circunstancias descritas propugne una España federal dentro de una Europa federal es el tonto útil o el malvado consciente del separatismo y el mundialismo, y como tal debe ser tratado sin contemplaciones y sin excluir la vía legal.

            Todos los archivos secretos desclasificados en las últimas décadas en Estados Unidos certifican lo que ya se sabía: la llamada construcción europea fue una creación americana para cubrir necesidades propias de la Guerra fría. Esta unidad europea fue cuidadosamente diseñada para que nunca se convirtiera en una alternativa política a la potencia hegemónica del Atlántico; para que nunca estuviera verdaderamente unida, por tanto. Con esa condición se concedió el papel de capataz privilegiado a Alemania. El malogrado Tratado del Elíseo en 1963 fue la primera prueba del rol alemán. Ha llegado sin embargo el momento de levantar acta de una realidad que nos salta a los ojos diariamente: el capataz se está emancipando del amo americano para convertirse él mismo en amo de Europa y así pesar en el mundo. No funcionará de modo duradero. La hegemonía de una sola potencia nacional en el continente nunca funcionó largo tiempo. Es un amago antihistórico y, en estos momentos, con el aliento de China ya encima nuestro, una suicida irresponsabilidad. Esta llamada Unión Europea es en realidad una oligarquía antieuropea. Pero no abandonemos el terreno a otros porque no nos gusta lo que hacen con él. El terreno es tan nuestro como suyo; disputémoslo de modo constructivo pero firme.

            Las formas políticas con las que se dotan las comunidades humanas para enfrentarse al porvenir pueden estar influidas, incluso poderosamente, por marcos teóricos o concepciones filosóficas pero sobre todo responden a las circunstancias y exigencias del mundo real en un momento determinado; así se ha hecho la historia. Las comunidades humanas pueden permanecer durante largo tiempo; sus formas políticas se transforman con cierta frecuencia. La modernidad condenó el ser a convertirse en devenir, primando la noción de cambio sobre la de continuidad; y sin embargo aún quedan en el ser humano, afortunadamente, inclinaciones a la permanencia. Mirémonos los españoles, los europeos, en el muy desafiante espejo de la geopolítica mundial. Somos una multitud de pequeños estados nación poblando un pequeño subcontinente, con pequeñas y regresivas demografías, pequeños PIB, pequeños ejércitos y pequeñas o nulas fuentes de aprovisionamiento energético. Cuando nos preguntamos cuál es la esencia de España y como conjugar su permanencia no podemos descartar fórmulas de estrecha cooperación en Europa. La panoplia de posibilidades es amplia; el desafío encontrar equilibrios entre libertad y compromiso. Usamos la imagen ofrecida por el vocablo panoplia con toda la intención, como colección de armas ordenadamente colocadas, pues la realidad mundial nos llama hoy a rearmarnos políticamente y a ordenar con inteligencia nuestro armamento. No se trata de un repliegue defensivo propio de una época de decadencia terminal ni del crepúsculo de las naciones europeas, sino por el contrario de la más grande expresión de ambición que pueda imaginarse: renovarnos individualmente a través del conjunto para seguir siendo decisivos en el mundo.

            Es el momento para una visión europea de nuevo cuño que deseche definitivamente la idea de hegemonía. Esto es lo que España, artífice del único imperio generador y no depredador en la historia moderna, puede mejor que nadie pensar y poner sobre la mesa europea: el final del arcaico paradigma de la hegemonía unipolar

 

                                                                                      Jesús Pérez