Estarán conmigo quienes, en días de movilidad restringida como los que nos ha tocado vivir, consideren como algo necesario no sólo un cierto grado de entretenimiento sino también algo de sosiego al despertar, en pos de resistir durante horas, esa mínima tensión constante que nos mantiene pegados al televisor esperando a que la dichosa curva (de contagios y muertes) se aplane de una maldita vez. Y estarán conmigo, igualmente, en que no es buena combinación iniciar una jornada de estas características si, a la par que aguanta uno la tostada, la primera noticia que le atraganta el desayuno es escuchar la voz de Torra, indignada y exaltada por no se sabe muy bien qué agravios contra el “país catalán”, implorando socorro en la BBC.

Quizá les parezca extraño, a estas alturas de la película, que un servidor no se haya acostumbrado todavía a las palabras de alguien que, con grado y máster en su ya criminal hoja de servicios, frecuenta el chantaje de las bases de ese país que nos da cobijo: España, por si aún hay quien no lo tiene del todo claro. Pero es que un servidor, que anda liado entre clases a distancia y obligaciones ligadas a la desinfección de pomos y puertas, no se esperaba la reiteración de ciertos hábitos relacionados con la disolución nacional; más si cabe en una situación de pandemia como la que arrecia. ¿No habrá, so capa de psicologismo, algo más detrás de esta inoportuna conducta que luce Torra? Quizá, no estoy seguro dada la cantidad de acontecimientos diarios pero, ¿cómo explicar ahora un ejercer de la mentira donde se ataca a ese principio tan básico de la sofística, según el cual, todo embuste o crimen que se precie debe guardar una mínima relación con los hechos que todos perciben, aun en grado de apariencia?

Recordemos brevemente: hace tan sólo unos días este personaje, que gasta por nombre Joaquim y por apellido Torra, hacía gala en terreno internacional de una bífida verborrea antiespañola que, producto de una lengua vacunada ya por desgaste de su propio veneno, relataba en un mejorado inglés las atrocidades ejercidas sobre Cataluña por parte de nuestro (des) Gobierno, a saber: en Cataluña no se estaría exigiendo la acuciosa necesidad de quedarse bien afincadito en casa. O en otras palabras: poco menos que se estaba invitando a la gente, (catalana, ya saben ustedes) a salir a las calles para goce y disfrute del estornudo ajeno. Se olvidaba al parecer Torra, como también podrá usted recordar, que no sólo llevábamos ya cerca de una semana con la obligación (mal ejercida eso sí) de permanecer en casa. De hecho, hasta un video la mar de casero, (muy pedagógico éste, de los que enseñan a enseñar enseñando) nos fue ofrecido por el Gobierno para meternos hasta en la sopa el hastag “quédate en casa”. Igual, nuestro compatriota Torra no se percató, dada su cuarentena y su monotemática gama de canales, que este (su) Gobierno sería incapaz de repetir (aun queriendo) una maniobra similar al 8M con la que incitar, por calles catalanas, al zascandileo en masa. Poco práctico me parece a mí… Dicho esto, no es baladí preguntarse ahora porqué alguien como Torra mentiría tan descaradamente y en público, a la vista del carácter ectoplásmico de su mensaje, que por ser tal, permitiría a cualquiera con acceso a internet o televisión desmontarlo ipso facto.

Mi desconcierto sobre su desmesurado atrevimiento sólo pudo ir in crescendo cuando el recuerdo de una sentencia, existente en alguna parte, del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, me llamó la atención sobre una posible inhabilitación que el señor Torra i Pla habría recibido un 19 de Diciembre de no se sabe bien qué año (el ya pasado, si no me equivoco….). Inhabilitación que, por otra parte, habría sido ratificada por la Junta Electoral Central, encargada ésta de cuestiones legales en torno a cargos electos. Yendo al grano, lo nauseabundo de la cuestión no es que el susodicho quisiera, posteriormente, agarrarse a un clavo ardiendo a fin de evitar cualquier talascazo judicial, sino que a pesar de que los ya mencionados organismos no admitieran a trámite las medidas cautelares requeridas por el aún presidente catalán, el Gobierno sigue a día de hoy sin ejecutar la inhabilitación requerida. Y no se olviden, aquí no hay aplazamiento que valga puesto que tales medidas cautelares (reservadas únicamente a meras cuestiones técnicas o daños irreparables derivados de una pronta ejecución) no conllevan una vez denegadas a suspender temporalmente dicha ejecución. Por ello, a nada que buceásemos en el Estatuto de Cataluña, veríamos que según el artículo 67.2 sólo pueden ostentar el cargo de Presidente quienes previamente mantengan, siendo condición sine qua non para ello, el cargo de diputado dentro del mismo Parlamento regional.  Cargo este último que, a pesar de no entrarle ya en cintura al señor Torra, parece seguir manteniendo en pie los restos de lo que políticamente debiera estar bien enterrado.

Así las cosas, ¿cómo no iba el “presidente” Torra a decir las barbaridades vistas, y en pleno prime time británico, si tenía claro a ciencia cierta que por inacción del Gobierno no le puede suceder nada? Ni siquiera con una sentencia por ejecutar, dicho Gobierno es capaz de llevarla a cabo, mal que le pese, alegando cumplir con lo que el poder judicial requiere. Que quede claro: ya no es una suposición, de corte más o menos psicológica, que el Gobierno esté atado de pies y manos a los desmanes secesionistas, sino que con sentencias en la mano (o guardadas en el cajón), hay un delincuente a quien se le ha concedido la omnipotencia política por vía de la independencia judicial, siendo por ello capaz, de campar a sus anchas en cualquier frecuencia televisiva mientras escupe basura muy recalentada contra el Ejecutivo y la nación.

He aquí pues, la respuesta que yo andaba buscando y por la que quizá esté pecando de optimista: una llamada de atención tan descarada como la de Torra, que no se sustenta sobre ningún eslabón quizá ponga de relieve que la cuestión independentista, dado un contexto de pandemia, vaya a relegarse no ya a un segundo plano sino a unos cuantos escalones más atrás; acelerando, por ende, la ejecución de una pena que definitivamente lo borraría del mapa; más aún si acaeciera un cambio de gobierno en el futuro. Es más, el camino separatista, podría revertir la dirección y velocidad que ha tomado estos últimos años puesto que, por fuerza de los hechos, quizá a partir de ahora Cataluña dependa más si cabe (y durante años) de una relación con el Estado que nunca debió perder (pensemos por ejemplo cómo a pesar de las reticencias, el gobierno secesionista ha tragado, con amargor, la intervención del ejército español en Cataluña).  Y es que aun obviando los finis operantis que deambulen por el interior frontal del señor Pla (el de evitar irse por el desagüe), tendrá que posponer sine die, guste o no, todos sus objetivos para con eso que han denominado autodeterminación; siempre y cuando Pablo Iglesias, claro está, no siga rondando por la Moncloa.  En definitiva, estos últimos alaridos del President Torra suponen una posible y desesperada llamada de socorro, sino por él, sí al menos por su delirio independentista sin el cual, igualmente, su posición actual dejaría de tener sostén alguno.

Una última cosa, para ir acabando. Quizá ya les hayan dicho  aquello de, “lo mejor que se puede hacer es obviar toda declaración independentista y arrimar el hombro”. No negaré que, psicológicamente pueda tener su utilidad, pero no políticamente. De ahí que a pesar de la obligación actual de preocuparnos por lo más evidente, frenar la expansión del coronavirus, no puede ser tampoco anecdótico (y más ahora) lo que sea que nos venga con tufo independentista ¿acaso no es también importante pensar con qué condiciones materiales, reales, salimos de esta hecatombe? ¿No es indispensable, como parte de tales condiciones, disponer y poder gobernar con holgura sobre todo el territorio? ¿Acaso no es crucial responder contra toda acción que condicione, geopolíticamente, nuestras posibilidades de éxito?

Y he aquí la cosa, la geopolítica, es decir, las fronteras como categoría no ya política sino ontológica a través de las cuales se va articulando “la Historia” y que, precisamente por eso, no podemos perderlas de vista. La dialéctica de Estados no es producto de la psicología de unos gobernantes que pueda activarse y desactivarse según apetezca sino que, y más bien al contrario, sigue determinando todo lo que nos pasa; también cómo afrontamos la cuestión más estrictamente sanitaria. Entiéndase con este ejemplo llevado al extremo ¿qué podría pasar si cualquier organismo internacional (es decir, algún país con poder) se tomase en serio las palabras de Torra? La verdad es que no partíamos desde hace años, ni partiremos en el futuro, con una posición de ventaja respecto a otros países. Y dado que tras un acontecimiento que, indudablemente, cambiará las relaciones de poder hoy existentes por la mera necesidad de los Estados por salir a flote, ¿cuántos problemas podremos afrontar al mismo tiempo? saquen sus conclusiones. Pero la cuestión catalana, entre otras, no supone en ningún momento un desvió de la cuestión estrictamente sanitaria, pues ambas, van de la mano por mucho que en el plano técnico esta segunda lleve prioridad sobre la primera.

En definitiva: dada la debilidad notoria y presente de nuestra nación no podemos olvidar que toda muerte anunciada, como espero suceda con el independentismo catalán al menos en el plano operativo, conlleva siempre unos últimos coletazos de vigor inusitado que condicionan, más si cabe, la capacidad de reacción para quien aguanta el embiste, en este caso, España. Lo dicho ¡mucho ojo con el “nacionanismo “de Quim!

Santiago Benito