Mientras Arturo Mas se reúne con la cúpula militar para discutir sobre «el futuro de Cataluña», en el funeral del etarra Josu Bolinaga cantan el «Himno al Soldado Vasco» e invocan viejos lemas de la Guerra Civil Española


Es noticia de primera plana la sorprendente reunión, celebrada en Barcelona, del Teniente General Ricardo Álvarez Espejo, Inspector Jefe del Ejército y máximo responsable de las fuerzas armadas españolas en Cataluña, con miembros del gobierno de la Generalidad catalana como el consejero Felip Puig, el fiscal jefe de Cataluña José María Romero de Tejada y empresarios como Salvador Alemany, anteriormente vicepresidente del Fútbol Club Barcelona y Juan Lanaspa Gatnau, que ejerció de anfitrión en el Pub Kitty´s. El objetivo de la reunión, planteada como no oficial y estrictamente secreta, era ni más ni menos que discutir el futuro de Cataluña en medio de la vorágine separatista, con unas elecciones anticipadas a la vista en la agenda política de este año 2015.

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Independientemente de las dispares tendencias que se pusieron sobre la mesa en el negocio propiedad de Sergi Loughney, íntimo de Jordi Pujol, donde la presencia de empresarios supone el inevitable contrapeso a una presunta secesión, por las «consecuencias económicas» que ello tendría para sus negocios (dejando lo político reducido a una mera superestructura), una reunión de esta naturaleza revela un cambio de tendencia que ha tenido lugar durante los últimos años en el estamento militar. Lejos quedan los tiempos en los que el General Mena denunció, usando del inigualable escaparate de la Pascua Militar, que los Estatutos de Autonomía de segunda generación suponían un avance en el proceso de desguazamiento de España y que el ejército, siguiendo las pautas constitucionales al efecto, debería intervenir para evitar esa desmembración. Ante la amenaza formal y explícita del separatismo catalán, las esperanzas que pudieran depositarse en el Ejército parecen pasar a mejor vida.

Pero la situación no es diferente en el País Vasco, donde desde los últimos tiempos de Zapatero, en los que ETA proclamó eufemísticamente un «alto el fuego indefinido» a cambio de que sus marcas blancas, tales como EH Bildu o Amaiur, pudieran tener cabida en los parlamentos democráticos españoles, pareciera que la amenaza separatista hubiera desaparecido. Nada más incierto: ahí tenemos el caso del fallecimiento el pasado viernes del etarra Josu Bolinaga, asesino de tres guardias civiles y carcelero del funcionario de prisiones José Ortega Lara al que Bolinaga torturó encerrándolo en un minúsculo zulo durante año y medio, liberado de su condena por el cáncer que padecía pero que ha tardado cerca de tres años en acabar con su vida.

La presunta calma en la que se vive en el País Vasco, contrastada con la permanente agitación política en la que se vive en Cataluña, quedó en evidencia con el acto de homenaje al etarra fallecido. El funeral de Bolinaga, celebrado en la localidad guipuzcoana de Arrasate, no sólo fue un escaparate para las habituales reivindicaciones de acercamiento de presos y de la «libertad para Euskadi», contando con participantes de excepción como el etarra Jesús María Zabarte, más conocido como «El carnicero de Mondragón», sino que durante el mismo, los habituales folklorismos del aurresku y los bertsos en euskera fueron acompañados del «Himno al soldado vasco» y de un grito unánime escondido en sus estrofas, que recuerdan sangrientos pasajes de la Guerra Civil Española en la que organizaciones separatistas vascas intentaron su particular «construcción nacional»:

«Estamos dispuestos a dar nuestra sangre por ella.
Vienen los fascistas a entrar a Euskadi.
¡Vamos todos los guerreros a cuidar de nuestra patria!»

Desde la Fundación Denaes no podemos sino denunciar esta amenaza formal y explícita que sobre la Nación Española ejercen tanto el separatismo catalán como el vasco, y llamamos al gobierno de la Nación a atajarla por mera cuestión de prudencia política y de supervivencia de la Nación Española.

Fundación Denaes, para la defensa de la Nación española