Es muy grave que los españoles asistan al desmantelamiento de su unidad nacional con una actitud a mitad de camino entre la frivolidad y el estupor.


Todos estamos de acuerdo en que los resultados del referéndum andaluz, que prolongan y agravan los del referéndum catalán, deben ser tomados por la clase política española como un serio aviso. Primero y ante todo, por el Gobierno Zapatero, que está comprobando cómo sus abusivos propósitos de reforma del Estado no despiertan el menor interés entre los ciudadanos. Después y también, por el Partido Popular, que ha querido jugar a comparsa de la operación en determinadas comunidades y que ya debería ver que por este camino no va a ninguna parte.

Pero esta bajísima participación no es sólo indicio del nulo sentido de la oportunidad de la clase política, sino también de una muy preocupante inhibición de los propios ciudadanos. No nos engañemos: el hecho de que la participación haya sido tan baja no va a significar que las nuevas leyes no se apliquen. Unos ciudadanos extremadamente pasivos van a encontrarse con que España cambia de piel sin tener en cuenta a los españoles; pero son ellos, los ciudadanos, los que se lo han buscado. Por muchas interpretaciones que podamos darle a la baja participación electoral, la única realidad efectiva es que la abstención no cuenta como voto.

La sociedad española necesita despertar. Es muy grave que los españoles asistan al desmantelamiento de su unidad nacional con una actitud a mitad de camino entre la frivolidad y el estupor. Cuando la ciudadanía renuncia a ejercer sus derechos, se arriesga a que nunca más le vayan a preguntar.