Para una amplia mayoría social, el crucifijo en la escuela es una seña de identidad no sólo religiosa, sino también cultural, histórica. Es parte de lo que nosotros somos.
Cosas llamativas de España: asociaciones de padres vinculadas a grupos de izquierda reclaman que los crucifijos desaparezcan de las escuelas; mientras tanto, el Gobierno sufraga un manual de islamismo para los alumnos musulmanes –el mismo Gobierno que ha hecho fosfatina la asignatura de religión… cristiana.
En un contexto diferente, la polémica de los crucifijos podría reducirse a una cuestión de carácter secundario: un Estado aconfesional no reconoce vínculo específico con religiones concretas, luego puede aceptarse que una mayoría, en un lugar concreto, prescinda de una simbología determinada, y también que esos símbolos permanezcan si son expresión de una mayoría. Ahora bien, en el contexto de la España actual, donde todo empuja hacia la disolución y la negación de la identidad propia, y ello en beneficio de una identidad ajena, los gestos de este tipo adquieren un valor muy concreto: expresan una claudicación, una renuncia a ser uno mismo.
Para una amplia mayoría social, el crucifijo en la escuela es una seña de identidad no sólo religiosa, sino también cultural, histórica. Es parte de lo que nosotros somos. No es aceptable que se eliminen por la presión de una minoría.