Santiago no deja de ser figura eminente de una identidad colectiva de larguísima memoria.
Hoy es el día de Santiago Apóstol, patrón de España desde tiempos inmemoriales. Su advocación se rastrea en los primeros siglos de la Reconquista, al grito de “Dios ayuda a Santiago” o “Santiago y cierra”, que después daría lugar al célebre “Santiago y cierra España”. Desde la Edad Media, el español Camino de Santiago acogió a millones de cristianos europeos. Con los Reyes Católicos fue prácticamente una devoción de Estado. Su figura como patrón de la nación quedó formalmente confirmada en el siglo XVII, bajo Felipe IV. Tan largo patronazgo se ve reforzado, además, por el carácter plural del santo: en la memoria nacional Santiago es el peregrino, el devoto de María, el predicador, pero es también el guerrero, el caballero y el intermediario de la nación con la divinidad cuando las cosas se tuercen. Hoy vivimos en una civilización secularizada y en un Estado aconfesional. Las referencias religiosas constituyen, en el mejor de los casos, pervivencias de tipo cultural e histórico. Pero aunque sólo sea en este plano, Santiago no deja de ser figura eminente de una identidad colectiva de larguísima memoria. Como peregrino y como caballero, Santiago sigue teniendo algo que decirnos.